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Nosotros ya no somos los mismos

El muladar

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Donald Trump, presidente de Estados Unidos, durante una conferencia de prensa en la Casa BlancaFoto Ap
C

omo he dejado ver claramente, esta columneta es, evidentemente, obsesiva-compulsiva. Escoge un tema a tratar y, aunque éste haya dejado de ser hashtag desde el año que ya finó, en el actual lo sigue como si fuera manda (compromiso que celebra un creyente con alguna divinidad de su devoción, si se le concede un milagrito o un simple favor).

Tengo asuntos que me hacen hervir de la gana de comentarlos, pero como entre mis propósitos de Año Nuevo está el no dejar las cosas a medias, no quiero fallar, pues los otros proyectos de mi forma integral a mi modus vivendi (ingesta alimentaria de mil calorías, vigorexia, sobriedad, buen talante, optimismo) no aguantaron vigentes ni siquiera a la segunda etapa de las calendas (no griegas, pues como bien sabemos éstas no existían en Grecia y por eso, para expresar la seguridad de que un compromiso carece de la menor posibilidad de cumplimiento, se usa la expresión este asunto se resuelve en las calendas griegas), como quien dice: compromiso de candidato.

Pero las cosas se me complican porque gobernantes, funcionarios de todos los niveles, sacerdotes y prelados de diversas confesiones y dignidades, comentaristas, encuestadores, expertos, CEO, informadores, tribunos y tribunales, politólogos, se esmeran en brindar con sus opiniones, comentarios, propuestas, definiciones, su óbolo hebdomadario (cuando menos) de estupidez, indecencia, inmoralidad y supina ignorancia con las que convierten la res pública, la república, en muladar que, según el diccionario de español en línea, es ese sitio que ensucia o inficiona material o moralmente.

Basta leer un diario, escuchar un noticiario o dedicar un breve tiempo a la programación televisiva para comprobarlo. Confieso que no me doy abasto para ficharlos y luego del tiempo inevitable de coraje, indignación y vergüenza intentar compartirlos con ustedes. La materia prima es abundante, y de la falta de insumos es imposible quejarse. El problema es que me echan montón y entonces simplemente seleccionar resulta por demás engorroso.

Por ejemplo, ¿A quién le da uno preferencia? ¿Al señor cardenal Norberto Rivera y su sibilina y untuosa carta de despedida, documento que lo exhibe taimado y ladino como siempre ha sido, o al ignaro, troglodita, cardenal Sandoval Íñiguez, quien olvidó que su jurisdicción es Guadalajara y no las pecaminosas ciudades de Sodoma y Gomorra, víctimas de la divina ira del supremo hacedor, por los pecados imperdonables en los que incurrían sus habitantes de noche y de día, como melodía, sin que hicieran el menor esfuerzo por domeñar la libido de que él mismo los había dotado?

¿Iniciamos con las declaraciones del diputado Mauricio Alonso Toledo Gutiérrez, quien denuncia una campaña perfectamente organizada no sólo en Coyoacán, sino en toda la ciudad, destinada a crear una hórrida imagen de su impoluta persona? ¿O les parece mejor una crónica de la conversa que el candidato Ripley a la Presidencia de la República Pedro Ferriz de Con sostiene en el auditorio de una universidad neolonesa con uno de los jóvenes asistentes? El vocabulario del candidato hace un tiempo sería calificado de propio de un carretonero, pero yo conozco pocos carretoneros que dejarían de ser mis amigos si se enteraran con quién los comparé.

Tampoco creo que debamos desperdiciar una de las pocas afirmaciones que sobre su persona emitió el doctor Jorgito Castañeda y que le valió de inmediato el respaldo casi total de quienes lo conocen, aunque sea por medio de IZZI, su alma máter. Aquí sí, la explicación sobre el retiro de su precandidatura presidencial fue un razonamiento doctoral.

Tenemos que analizar las profundas razones que movieron al joven caudillo Ricardo Anaya a separarse de lo más preciado de sus afectos: sus pequeños retoños. El amor desmedido por los descendientes puede llevar a los mejores padres a la sinrazón. Pues dice el joven führer que como su mayor anhelo era que sus hijos llegaran a conocer y amar a México (como él, supongo), con un sacrificio supremo decidió separarse temporalmente de ellos (de lunes a viernes) y sólo verlos los fines de semana en la estirada, exclusiva y muy cariñosa escuela a la que los envió para que, con académicos de altísimo nivel, pudieran aprender y aprehender a nuestra patria ordenada y generosa (en ese orden).

Como las contribuciones al proyecto de elaborar un dossier de la estupidez humana no tienen limitantes de sexo, edad, condición socioeconómica, filiación política, creencias religiosas, etnia, nacionalidad, preferencias de cualquier tipo, IQ o rasgos físicos (hasta el límite de Quasimodo), es que incluiremos a tres individuos más: Jaime Rodríguez Calderón, Javier Lozano y don Don(ald) Trump.

En el caso del candidato independiente (¿de quién?) tendremos inevitablemente que referirnos a Incitatus (Impetuoso), que era el caballo consentido de Calígula, al que dio trato y honores nunca vistos en esa época (pero tiempos veredes. Expresión que no se sabe si pertenece realmente al Quijote o se remonta al Romancero del Cantar del Mío Cid). De todas maneras, el tú por tú que establece públicamente don Jaime, entre doña Adelina Teresa Martínez Dávalos, su esposa (ligeramente bronca, por cierto), y un dócil y súper fiel corcel llamado Tornado, no tiene paralelepípedo. Se antoja investigar qué hay en el fondo de esta extraña justa en la que el candidato puso a competir a sus más cercanos y decidió, él solito, otorgar el primer lugar.

Sitio de privilegio lo tiene el multipolar y multipartidista senador Javier Lozano. Estoy seguro que don Giuseppe Verdi hubiera ampliado el género cuando expresó su opinión sobre la donna, de haber conocido al colérico senador Lozano. Cuando escribió “ La donna e movile qual piuma al vento muta d´accento. E di pensiero”. Darle una revisadita a su comportamiento a partir de su guardería o jardín de niños nos podría ilustrar sobre su devoción por la reyerta y la agresión. Aunque no descarto mínimamente no tanto su rostro patibulario, sino su expresión y su lenguaje gestual, que lo hacen olvidar a uno sus balbuceos, incoherencia y carencia de articulación verbal y se concentra en los gestos, la muecas que son peor que las estridencias del monster Mr. Trump.

Precisamente es con este personaje con quien quiero terminar el índice de dossier al que arriba me referí. Si no fuera el presidente del imperio sentiría hasta injusto y grosero ser tan rudo con él. Pero esto, como diría The Godfather: this is not personal thing.

Donald Trump es algo más serio, profundo y, por ello, de consecuencias que pueden ser funestas, terminales. Trump es su historia, la de gran parte de su país. Quienes lo continúan apoyando pueden ser minoría, pero conformada por el pueblo llano de importantes regiones de ese enorme territorio: incultos, egoístas, ignaros, es decir, fundamentalistas, racistas, intolerantes, fanáticos. Y también otra minoría (pero varias minorías ya calientan, y más cuando son tan distantes y poderosas, por razones inversas), los grandes beneficiarios de esa locura colectiva que se identifican con el acrónimo Wasp (blanco, anglosajón, protestante). Entre ellos están, en unas cuantas manos, los capitales que son mayores a los del PIB de varios países juntos. No nos será difícil entender que las recientes infamias del señor Trump, su odio y desprecio, que luego su tradicional inmadurez y abierta cobardía trataron de negar, son el producto de una mente desquiciada, pero absolutamente peligrosa a la que, en defensa propia, no debemos cesar en combatir.

Ya procuraremos demostrar que la columneta tiene algunas razones para atreverse a las opiniones expuestas y a las que las complementarán. Seguiremos dando rienda a la obsesión.

Cuando veo a un joven anteponer el derecho a exponer su pensamiento, sus convicciones, sus ideales a cualquier conveniencia y aún a la posibilidad de un riesgo o un simple resquemor, me emociono, me cimbro, me regocijo y pienso: no importa que no seamos los mismos. Otros hay que son y serán los mismos. No conozco a Rosaura Martínez ni a su padre, ni a su esposo. Le pido a la madre que le dé un beso nonagenario.

Twitter: @ortiztejeda