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Penultimátum

Letras y dictaduras

S

on varios los escritores que han novelado las andanzas de los dictadores en América Latina. El argentino Esteban Echeverría, con El matadero (1838), fue de los primeros en mostrar la barbarie de quienes gobiernan despóticamente. Agreguemos El señor Presidente (1946), de Miguel Angel Asturias, sobre el tirano guatemalteco Rafael Estrada Cabrera. Y décadas después, El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez; El recurso del método, de Alejo Carpentier; Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, y De amor y de sombras, de Isabel Allende. En muchas otras se aborda la vida y desmanes de los tiranos que han desgobernado nuestros países. Con el agravante de que ninguno de ellos pisó la cárcel por los múltiples crímenes de lesa humanidad y corrupción.

En África también abundan los dictadores, como Idi Amin, Jean Bédel Bokassa, Teodoro Obiang, Omar Bongo, Paul Biya, Muamar Gadafi. De contar sus fechorías se han ocupado varias escritoras. Como Malika Mokkedem, Léonora Miano, Chimamanda Ngozi Adichie, Aminatta Forna y Nadine Gordimer. Ahora se espera que alguna de Zimbabue (por ejemplo No Violet Bulawayo) narre lo que fue la dictadura que en ese país impusieron, hasta noviembre pasado, Robert Mugabe y su esposa Grace.

Josua Nkomo es el padre de la independencia de Zimbabue. El líder de la lucha contra el imperio inglés que triunfó en 1980. Pero fue Mugabe quien mandó desde entonces en el país. Prometió llevarlo por la senda de la democracia y el progreso. Hoy, la mayoría de sus 16 millones de habitantes viven en la pobreza, y la quiebra económica, social y política es evidente. Durante sus 37 años al frente del gobierno obligó a huir a la población blanca (queda 10 por ciento de los casi 300 mil que había en 1980) y también a que migraran entre 3 y 5 millones de zimbabuenses.

La periodista sudafricana Heidi Holland (1947-2012) describe en Cena con Mugabe la historia no contada de un combatiente por la libertad que se convirtió en tirano (2008), la vida de quien intentó emular a Nelson Mandela y ser el líder de la desconolonzación de África. Terminó como sátrapa uno más y destronado por sus colaboradores más cercanos, encabezados por quien ahora manda en Zimbaube: Emmerson Mnangagwa, al que se le responsabiliza por la matanza de 20 mil civiles poco después de la independencia y con un negro historial de violencia. Mnangagwa cuenta con apoyo de la cúpula militar.

Lo que hace más patético el caso de Mugabe es que fue apartado del poder sin derramamiento de sangre gracias a una condición que cumplieron quienes lo derrocaron: gozar de impunidad y disfrutar de la enorme riqueza que acumuló durante sus 37 años de dictador. Católico y racista, aseguró que del poder sólo Dios podía echarlo. Ya lo hizo.