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Yo soy Ahed
E

l lector memorioso recordará a Malala, la joven activista paquistaní que a los 15 años fue atacada a tiros por un terrorista talibán en un autobús escolar que circulaba por la ciudad de Mingora (2012).

Malala Yousafazi empezó su militancia a los 11 años, y en 2011 recibió dos importantes premios por su defensa de la educación de las niñas, los derechos civiles y de las mujeres en el valle del río Swat (provincia de Khyber), controlada por el régimen talibán.

Luego del atentado, el ex primer ministro inglés Gordon Brown emitió una petición titulada Yo soy Malala, y la Unesco lanzó la campaña Stand up for Malala. Malala fue recibida en la Casa Banca por el entonces presidente Barak Obama, por el secretario general de la ONU Ban Ki-moon, y pronunció un discurso ante la Asamblea General.

Los medios occidentales la encumbraron: biografías, entrevistas, documentales. Sólo en 2013, Malala fue galardonada con más de 10 grandes premios internacionales. La revista Time la nombró una de las 100 personas más influyentes del mundo, y Glamour mujer del año, la nominó para el Nobel de la Paz que finalmente obtuvo, con tan sólo 17 años (2014).

En el extremo opuesto, tenemos a la niña judía Yifat Alkobi, quien en 2011 abofeteó a un soldado que la detuvo por tirar piedras contra los palestinos. Yifat fue liberada el mismo día de su detención, y se le permitió regresar al hogar. Antes del incidente, Yifat había sido condenada cinco veces por conducta desordenada. Sin embargo, no fue encarcelada una sola vez.

Las vidas de Malala y Yifat son totalmente distintas a la de Ahed Tamimi, niña palestina de 16 años. El 19 de diciembre pasado, en el curso de las protestas contra la decisión de Washington de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, Ahmed cometió un delito similar al de Yifat. Sólo que en lugar de una bofetada judía, el soldado que entró al patio trasero de su casa, recibió una bofetada palestina.

Ahed nació en Nabi Saleh, aldea situada a 20 kilómetros de Ramalá (Cisjordania) y cercada por el asentamiento ilegal judío de Halamish que desde 2009 la priva de tierra y agua. Milita desde los nueve años, y así como tantos niños palestinos, creció con la ansiedad de ser despertada en sus habitaciones, por soldados armados y con máscaras.

Ahed ha sido testigo de la detención y asesinato de varios miembros de su familia. A un hermano de su madre, Nariman, lo asesinaron delante de ella, en una protesta (2011); al hermano, le partieron el brazo. Bassam Tamimi, el papá, ha pasado nueve veces por las cárceles; la madre también, cuatro o cinco veces. Y a los 12, Ahmed apareció en un video que se hizo viral, mordiendo a un soldado judío cuando pisoteaba a su hermano.

El periodista Gideon Levy escribió acerca las razones por la que una adolescente palestina está volviendo loco a Israel. Dijo que la niña “destrozó varios mitos de los israelíes. Lo peor de todo es que se atrevió a dañar el mito israelí de la masculinidad [...] ¿Qué va a pasar con nuestro machismo, que Tamimi rompió tan fácilmente, y nuestra testosterona? (Haaretz, 21/12/17).

Aunque, posiblemente, lo que vuelve locos a los israelíes, es que Ahed Tamimi podría pasar por una de sus hijas: piel blanca, largo cabello rubio rizado, ojos azules, y rasgos que parecen más europeos que árabes. Pero académicas como Shenila Khoja-Moolji, Miriam Ticktin o Carolina Bracco ofrecen lecturas menos mediáticas.

Según ellas, Ahmed tiene claro que mujer, vida, tierra y cuerpo son la misma cosa en Palestina. Por esto, cuando la entidad colonial se quiso aprovechar de la concepción el honor antes que la tierra, las mujeres de Nabi Saleh respondieron: la tierra antes que el honor.

Niñas como Ahed, sostienen, critican el colonialismo sionista y distan de enarbolar la feminidad empoderada que la cultura occidental pretende validar. Ella busca la justicia contra la opresión en lugar del empoderamiento femenino, individualista y abstracto.

Mientras, el papá de Ahed plantea dos frentes de lucha: por un lado el deber de seguir desafiando y combatiendo el colonialismo israelí en el que ellas nacieron, hasta el día en que se derrumbe. Por otro, afrontar con audacia el estancamiento político y la degeneración que se ha extendido entre nosotros.

Ahed fue detenida junto con su madre y prima (Nariman y Nur) y el periodista israelí Ben Caspit (quien posa de progresista) recomendó en el diario Maariv hacerles pagar en la oscuridad, sin testigos ni cámaras. Un tribunal militar imputó a la niña de 12 delitos (entre ellos incitación al terrorismo), y el ministro de educación Naftali Bennett quiere que Ahed y su familia terminen sus días en prisión.

Entrevistado por el portal Nodal, el español Manuel Pineda (cofundador de la organización no gubernamental Unadikum y amigo de la familia de Ahed), advierte que en Tel Aviv crecen las voces que piden para Ahed desde 20 años de cárcel a la cadena perpetua. “En los interrogatorios –comenta– ella no responde nada. Todavía no han conseguido que diga su nombre”.

Ahed se niega a responder a los soldados, fiscales y autoridades del enclave colonial sionista. Simplemente, no los reconoce. La nueva heroína de la causa palestina pasó la última noche del año en una celda helada y esposada de pies y manos.