Opinión
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Una de vaqueros
D

esde que le pretentaba el agua a los camotes, según su expresión, al gobernador con licencia, Jaime Rodríguez Calderón, se le notaba su priísmo cultivado durante toda su vida política en Nuevo Léon.

Rodríguez se decía independiente, político incorrecto y hasta hombre antisistema. Suplía así su ausencia de programa de gobierno. Pero había que castigar al PRI. El gobierno de Medina no sólo había incumplido, sino que causó daños al erario y a la moral pública. No cabía votar por el candidato del PRI, cualesquiera que éste fuese. Y el único que parecía con capacidad para derrotar a quien ostentaba la candidatura de ese partido, era Rodríguez Calderón (a) El Bronco.

Como en no pocas ocasiones, el electorado acertó por un lado (mi voto incluido) y resultó frustrado por el otro. Rodríguez inició mal su gobierno con una compra fraudulenta de cobijas para los pobres del sur del estado. Populismo hueco. Continuó mal: ni dos meses después tuvo lugar un motín que dejó más de 50 muertos en el penal de Topo Chico; otros motines, entre ellos la matanza a manos de la policía de una veintena de reos en el penal de Cadereyta evidenció una falta de control de las autoridades en los penales del estado.

No había transcurrido medio año de su periodo cuando registraba la renuncia de cuatro funcionarios de los llamados de primer nivel. Y tras año y medio como coordinador Ejecutivo de la Administración Pública del Estado, un puesto semejante al de un vicegobernador, Fernando Elizondo Barragán, que le aportó solvencia y votos a la candidatura de Rodríguez presentó su renuncia.

En la contienda electoral, el aspirante no partidario a la Presidencia de la República, criticaba a la candidata del PRI por la práctica del chapulineo. Ahora sólo Meade se puede decir que lo aventaja en tal práctica. Cuando llegó a Palacio de Gobierno, luego de tomar protesta, lo primero que hizo fue expulsar la silla ocupada por los mandatarios de turno. La señaló como un mueble maldito y símbolo de la corrupción y la insensibilidad de quien recientemente la había ocupado. Sustituida por su cuarto de redes sociales, no fue capaz de registrar los miles de mensajes que le llegaron por este medio cuando decidió relegar la música clásica de la radio oficial del gobierno del estado. Y nunca se enteró de la crítica por la opacidad en la multimillonaria maniobra de la armadora coreana KIA, heredada del gobierno precedente, que lo acompaña hasta el día de hoy.

Antes de subir a su caballo para iniciar su campaña, Rodríguez Calderón ya puso en evidencia la finalidad de su participación electoral: quitar votos a las fuerzas opositoras, esencialmente a Morena, para beneficiar al PRI. Ha empezado con el gobierno de Chihuahua, encabezado por el panista Javier Corral, un político coherente y talentoso. Lo ha criticado por defender los recursos que le escamotea Hacienda y Crédito Público. Y no sólo, también ha declarado que los gobernadores no tienen problemas para obtener los recursos de la Federación. Problemas es poco. Su condición es la de pedigüeños de alto rango frente al supremo gobierno central que decide de manera arbitraria sobre el patrimonio nacional. Fernando Canales Clariond, el primer gobernador panista en Nuevo León, amenazó con promover la separación del estado si la Federación (el Presidente de la República mediante Hacienda) no lo trataba con equidad fiscal. Es sólo un ejemplo.

¿Cuándo los gobernadores tienen a la SHCP de su lado para cubrir las necesidades de su estado y las suyas propias? Cuando le aportan recursos a las campañas del partido oficial y se pliegan a las políticas públicas –las publicitadas y las que ocurren bajo cuerda– del Presidente de la República. Después aparecerán como delincuentes aquellos que mejor puedan servir de chivos expiatorios para retroalimentar al sistema cuya premisa es que el señor Presidente resulte a salvo de toda responsabilidad.

Corral hace lo que Rodríguez no se atrevió a hacer ante la corrupción de Rodrigo Medina: ponerlo tras las rejas como fue la promesa cumbre de su campaña. Una mala integración del expediente con que su gobierno quiso enjuiciar a su antecesor y una gestión jurídica torpe, le permitieron a Medina disfrutar de la impunidad que hace mancuerna con la corrupción para que ésta prospere.

Desde luego los gobernadores, y no sólo los de la oposición, padecen calvarios periódicos para que les sea entregado en tiempo y forma lo que por ley les corresponde. Y no sólo los gobernadores; también los presidentes municipales, los rectores de las universidades y los responsables de cuanto organismo desconcentrado o descentralizado dependa financieramente del Gobierno Federal.

Rodríguez anunció que su campaña serviría para que Nuevo León se viera beneficiado con más recursos de la Federación. Suficiente fue y es simular oposición al poder central. Porque lo que ahora pretende Corral implica poner en claro el destino de los fondos faltantes en la administración de César Duarte.

Rodríguez Calderón nunca ha negado que sus lecturas son las del Libro Vaquero. Con un poco más de letras Homero escribió La Ilíada, el más remoto antecedente de las historias del viejo oeste estadunidense. Nada terrible para un gobernante ese tipo de lecturas en los tiempos que corren. Otros gobernadores sólo leen tarjetas. Así andamos.

Jaime Rodríguez Calderón galopa en su Tornado y de esa manera quiere convencer al electorado de que aquello que no le salió bien como gobernador le resultará un éxito como Presidente. Es una de vaqueros.