20 de enero de 2018     Número 124

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Baja California

Kuri Kuri: honrar y celebrar la lucha,
la muerte, la vida


Cantantes kumiay, kiiwa y cucapá en la fiesta tradicional de la comunidad kumiay de La Huerta,
octubre de 2013

Eva Caccavari Garza

El wakeruk era para acordarse de los muertos, platicar, reunirse, reconocerse. Si no hacían eso no se conocían, sabían que había indígenas, pero no se conocían
Teodora Cuero (Ϯ), julio de 2009

La celebración de los ciclos agrícolas, los santos patronos y los sistemas de cargos, son algunos elementos a partir de los cuales los especialistas han definido a los grupos indígenas en México. Sin embargo, no todos los grupos indígenas se organizan a partir de estos elementos. Los kiliwas, los kumiay, los cucapá y los pa ipai, grupos indígenas de Baja California, que a sí mismos se llaman nativos, también en sus festividades se cuecen aparte. Vinculados con el nomadismo estacional, estos grupos recorrían amplios territorios donde encontraban recursos abundantes pero dispersos cuya existencia y distribución variaba a lo largo del año: flores, frutos, semillas, raíces, animales de caza -desde el venado hasta la codorniz-, peces y moluscos.

Las condiciones geográficas de la península de Baja California dificultaron el desarrollo de la agricultura, no sólo a los grupos indígenas, sino a distintas poblaciones (misioneros, soldados y hasta piratas) que, desde mediados del siglo XVI, intentaron sin éxito establecerse de manera definitiva en la península. Estos esfuerzos quedaron registrados en las crónicas de algunos misioneros, que describen la península como “sembrada de piedras, [con] muchas quebradas y despeñaderos, muchos arroyos secos y pedregosos, algunas tierras llanas y de pocas siembras, a donde hay agua no hay tierra, y a donde hay tierra no hay agua y sin riego nada se cosecha” (fray Fermín de Lasuen, 1795). En este contexto, no es de extrañar el que contacto de los nativos con los misioneros católicos fuera breve y que su influencia en la religiosidad de estos grupos fuera limitada.  Esto se refleja en la ausencia de santos patronos como figuras centrales de sus festividades o en la inexistencia de sistemas de cargos como parte de su organización cívico-religiosa. 

Entre las principales festividades y ceremonias a las que se les reconoce origen prehispánico, y que los nativos siguen realizando, están aquellas relacionadas con honrar o despedir a los difuntos, principalmente aquellas que conmemoran el primer año del fallecimiento. En estas celebraciones, cuya fecha se determina en función del tiempo transcurrido tras un fallecimiento, los miembros de estos grupos tienen ocasión de honrar a sus antepasados, y de conocerse y reconocerse entre sí. Además de estas celebraciones, a mediados del siglo XX se impulsó la realización de fiestas tradicionales en las comunidades y ejidos de los nativos. De acuerdo con algunos de ellos, la fecha en que se realizan estas festividades está relacionada con el mes en que lograron el reconocimiento o dotación agrarias. En estas fiestas tradicionales, los cantantes de distintas comunidades alegran a los asistentes con el Kuri-kuri, música y bailes tradicionales que hacen referencia a su tradición nómada.  Es común en estas fiestas encontrar las comidas típicas de los nativos: atole de bellota (una especie de gelatina de sabor amargo), pozole de frijol con trigo, carne seca, miel silvestre, guisados con flor de biznaga y quiotes tatemados, es decir alimentos que se obtienen a partir de la recolección y que cada vez es más difícil conseguir.  

Muchas de las festividades de los nativos se han visto amenazadas por los vertiginosos cambios que experimentó su territorio a lo largo del siglo XX. A partir de las primeras décadas de este siglo, el territorio de los nativos fue cercado con la formación de nuevos ejidos; mientras que, en las pasadas décadas, la formación de parques nacionales y de la la reserva de la Biósfera del Alto Golfo, ha restringido su acceso a zonas del territorio donde o bien obtenían sus recursos o bien se reunían para convivir a través de distintas celebraciones. 

De acuerdo con Gregorio Montes, kumiay de San José de la Zorra, antes se realizaba la ceremonia del wakeruk (casa redonda), una ceremonia que se hacía para sentir a los antepasados: “Dos señores adultos, vestidos con plumas, dirigían la ceremonia. Alrededor de ellos giraba la gente en círculo, al ritmo que los señores del centro marcaban pegando con sus bastones en la tierra. Era una ceremonia espiritual para recordar a los antepasados y convivir con los vivos”.  Gregorio no participó nunca en esta ceremonia, pues el lugar en que se hacía quedó dentro de un ejido al que los kumiay no tienen acceso. Teodora Cuero, autoridad tradicional de la comunidad kumiay de La Huerta, también escuchó de la realización de esta ceremonia en su comunidad. De acuerdo con ella, para el wakeruk, que duraba hasta 10 días “se hacían enramadas grandes, y se juntaba piñón, bellotita dulce, se hacían pinoles, atoles y a veces hasta mataban una vaca. Cuando el wakeruk terminaba, lo que habían juntado de granos lo tiraban por toda la rueda donde bailaban y la gente que venía de fuera recogía todo, lo juntaba para comer o se lo llevaba. Luego ya no pudimos pasar a donde se juntaba la semilla, ya no había qué ofrecerle a los que venían a la fiesta y ya no se hizo”.

Con respecto a las fiestas tradicionales que se realizan en cada comunidad hay amenazas a su continuidad, incluso por las costumbres. Como una muestra importante de respeto, cuando fallece gente en una comunidad, no se realizan actividades festivas, incluyendo las fiestas tradicionales. Esto ha provocado que, en algunas comunidades, las fiestas tradicionales se suspendan por años, generando que los más pequeños nunca hayan participado y que los más jóvenes reflexionen en torno a la disyuntiva de mantener la costumbre de guardar el luto o mantener la fiesta tradicional.  El fallecimiento de los cantantes tradicionales es otra amenaza, pues ya no hay quien cante el Kuri-kuri. La respuesta que se ha dado a la falta de cantantes mayores es la enseñanza a niños y jóvenes. En muchos casos esto se hace recurriendo a grabaciones antiguas de los cantantes, o bien pidiendo a cantantes de otras comunidades que enseñen a los niños. Ese es, por ejemplo, el caso de un cantante cucapá que vive en Pozas de Arvizu, en Sonora, y que adoptó el compromiso de enseñar a niños de la Comunidad de El Mayor Cucapá, en Baja California. En otros casos, la ausencia de aprendices hombres ha propiciado que sean las mujeres quienes se enseñen a cantar, a pesar de que tradicionalmente, sólo los hombres eran cantantes.

Para mantener sus festividades los nativos de Baja California enfrentan muchas disyuntivas y retos. Por un lado, el despojo territorial y las restricciones para acceder a las zonas en las que encuentran recursos o en los que tradicionalmente realizaban alguna fiesta, ha provocado que muchas festividades dejen de realizarse o se transformen algunos de sus elementos. Los cambios en la población han generado que se hagan nuevos vínculos o se fortalezcan los anteriores para que los niños puedan seguir aprendiendo a cantar o que las mujeres participen en actividades anteriormente exclusivas de los varones. La continuidad de las festividades de los nativos supone un conjunto importante de retos, considerando que una fiesta no es sólo celebrar la vida, sino honrar a los antepasados, no sólo es festejo sino lucha, por los recursos y el territorio, por el derecho a ser diversos en la diversidad.

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