Opinión
Ver día anteriorMartes 23 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Camarón...
A

usencia que se vuelve presencia de esas noches de cante jondo en el viejo teatro de Granada. En las que tuve la fortuna de escuchar a ese prodigio de la naturaleza que fue el Camarón de la Isla de San Fernando. Vibraciones en la carne provocadas por la transmisión de ese fenómeno del cante que no conocían ni frenos, ni límites en la búsqueda de lo no encontrable. Arranques de negro toro, toro negro, terciopelo, rematados en el sacrificio culpígeno del cantante. Expiación de una culpa antigua, pasión que cegaba y enloquecía.

Ausencia que era presencia de un cante que envolvía, absorbía, deleitaba y a la vez angustiaba al colocarnos frente a un espejo de doble faz que apuntaba hacia la interioridad, hacia la subjetividad, hacia la desrealización. Cante que era poesía que se alejaba de todo mensaje dirigido al exterior en que el Camarón se buscaba a sí mismo y terminaba por no encontrarse, no sin dolor e incertidumbre.

Grito originario emitido por el Camarón para que fuera escuchado por el que escuchaba y que dejaba una huella que es la presencia de una ausencia. Lo que para algunos no pasa de ser un grito sin respuesta que condicionara a la oscura noche del silencio, del delirio, de la alucinación en intento desesperado por no desfallecer. ¿Tan intenso que no sería lo que en ocasiones vivía el mejor cantante de flamenco que ha existido?

Ayes y jipíos que no eran lenguaje y si lo eran, que rasgaban las entrañas; ausencia y presencia. Lamentos que levantaban vapor de representaciones hervían como ronco hervidero, se desprendían del fondo, pugnaban por salir, volvían a caer, promovían nuevas representaciones, tornaba a llevarse y deshacerse y estallaba la cárcel que los oprimía. Creación de un espacio que no era de nadie, inasible, enloquecedor, habitación de lo siniestro, confrontador con lo siniestro, ausencia que es presencia y se torna nostalgia de lo que fuera y con quien fuera. Área protegida de toda interferencia de ambivalencias, fuerzas encontradas, aunque no fuera con ella. Deseo angustiante de fusión con quien sea y donde sea. Confluencia de recuerdos, experiencias, vivencias, historias que se enlazan. Espacios en los que se reconstruía y articulaba el deseo, ese deseo, no por insatisfacible, menos buscado, que se nos va y tratamos de atrapar.

Ritmo ineliminable resurge y reconstituyen permanentemente atormentado. Principio del caos exaltado y terrorífico que nos separa de ella, nos divide, descompone y envía la búsqueda de otro espacio de amor ilusorio, quijotesco. Espacio que no lugar que esconde crueldad y violencia e ingenuamente queremos eliminar una y otra vez.

Al final estos son deseos universales de los inicios de año que desconocen que hay otro tiempo que no es el lineal. Entre otros el tiempo de ese fenómeno del cante que fue el Camarón de la Isla de San Fernando que fue único.