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Morena, entre los principios y el pragmatismo
D

ebe quedar muy claro a mis lectores que no estoy ni puedo estar con las coaliciones que encabezan el PRI y el PAN. Pero tampoco completamente con la que capitanea Morena, dada su alianza con el PES y donde presidentes municipales que nunca debieron serlo están considerados para participar en encuestas definitorias para gobernar un estado de la República.

En el caso de Morena y de su líder indiscutible, yo entiendo que una cierta dosis de pragmatismo (lamentablemente cada vez mayor) sea necesaria para acumular más votos y conservar o aumentar la distancia que en la actualidad los separa de los otros partidos y precandidatos contendientes por la Presidencia. Pero una cosa es que entienda ese pragmatismo y otra que éste, al nivel a que ha llegado, coincida con mi manera de ver a un partido que busca distinguirse de los demás por sus principios y su honestidad. Confieso que estoy más preocupado que antes, aunque ya había advertido desde hace varios meses que no acepto la sentencia que dice que los enemigos de mis enemigos son mis amigos ya que con dicha fórmula se juega con fuego y se puede salir quemado.

Me da gusto, debo confesarlo, que ni Meade ni Anaya levanten en las preferencias de los mexicanos, según las encuestas hasta ahora conocidas. No quisiera para México más de lo mismo, que tan graves consecuencias ha traído a la mayoría de los mexicanos. Como muchos, aparentemente los más (hasta ahora), coincido en la necesidad de ciertos cambios sustanciales que el país necesita, aunque dichos cambios no sean verdaderamente radicales. Y estos cambios son ofrecidos, más bien que mal, por López Obrador y Morena, aunque no estoy seguro de que también los suscriba el PES (me refiero a cambios importantes y no a los que, para el país, serían secundarios).

Es probable, porque no puedo afirmarlo con certidumbre, que el PES se alió con Morena para acoplarse, oportunistamente, con los posibles ganadores y obtener a cambio algunos cargos electorales que aislado no conseguiría ni con la bendición de sus pastores cristianos. Pero también es probable que Morena aceptara la coalición con el PES porque, aunque pocos, le aportará votos que, según la experiencia de 2006, le hubieran beneficiado entonces para demostrar más claramente su triunfo sobre Calderón. Este cálculo, aunque los hubiera no existen, es de simple aritmética y de probabilidades que en política electoral no deben descartarse. Todo lo que sume es ganancia si no se es muy quisquilloso con la compatibilidad de principios, es decir, si se es pragmático en buena medida. Argumentar que Morena es un partido amplio y plural, donde caben todas las personas de buena voluntad (cualquier cosa que esto signifique), es una verdad a medias o una manera de justificar la alianza con dios y con el diablo. Si Morena pretendió desde su origen ser un movimiento y luego un partido de centro-izquierda, la derecha y la ultraderecha no deberían de tener cabida. ¿Ya no es de centro-izquierda o no importa dónde sea ubicado en la geometría político-ideológica?

Celebro, esto sí, que personas identificadas con otros partidos (incluso el PAN) se muden a Morena y apoyen a López Obrador (es buena publicidad). Pero siempre me queda la duda de si esos cambios obedecen a reflexiones profundas y de conciencia o simplemente por despecho porque en su partido de origen no les dieron lo que creyeron merecer y en Morena sí o puede ser que sí (si negocian bien el cambio de camiseta). Me inquieta que pueda ser por oportunismo y que, sin embargo, se les dé la bienvenida como si fueran soldados que desertan de un ejército para sumarse a otro en medio de una guerra. Yo desconfiaría de ellos y más después de la experiencia de Emiliano Zapata con el coronel Guajardo quien, como debe recordarse, fingió pasarse a las filas del Ejército Libertador del Sur para luego asesinar a su jefe en Chinameca. Aun así, debo reconocer que algunos que se han pasado a las filas de Morena han argumentado muy bien sus razones, como René Fujiwara, por ejemplo (véase La Jornada, 23/01/18).

Otra cosa es la propaganda sucia en contra del puntero. Asociar a AMLO con Chávez, Maduro, Putin y con quien que se les ocurra más adelante es una estupidez que sólo las plumas mercenarias pueden suscribir. Quizá los estrategas de la propaganda negativa a un candidato olvidan que, al igual que en 2006, les salió el tiro por la culata y que las simpatías por Andrés Manuel subieron como la espuma. Tanto subieron dichas simpatías que los poderes del Estado, incluyendo el Tribunal Electoral, tuvieron que hacer maroma y teatro para que los números favorecieran al inepto Calderón; y ni así ganaron pues ese dizque presidente convirtió al país en una carnicería y en una de las naciones más inseguras del planeta. Peña, por cierto, tampoco entendió que dándole continuidad a las políticas de Calderón también restaría las simpatías en su favor y sus precandidatos favoritos ya están sufriendo las consecuencias (me refiero tanto a Meade como a Anaya, en este orden).

Así las cosas, sólo me queda la oculta esperanza de que Andrés Manuel pueda controlar el oportunismo de muchos que se le han acercado y que recupere para su partido los principios que sostuvo aquel 20 de noviembre de 2012, en su primer Congreso Nacional (Deportivo Plan Sexenal); entre ellos su propuesta explícita de cuidar a Morena y de hacer el compromiso entre todas y todos para evitar incongruencias y desviaciones.

rodriguezaraujo.unam.mx