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Llámame por tu nombre
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Fotograma de la cinta de GuadagninoFoto cortesía de Sony Pictures
U

n círculo encantado. En el intenso relato de seducción amorosa que ofrece Llámame por tu nombre (Call me by your name), del director siciliano Luca Guadagnino, se advierten ecos muy notables de algunos de sus realizadores predilectos. En primer término, Bernardo Bertolucci; después, el André Téchiné de Los juncos salvajes, y de modo más perdurable aún, el veterano británico James Ivory, quien en 1987 adaptara Maurice (1913), la novela de EM Forster sobre una pasión socialmente reprimida, dedicada a esos tiempos mejores en los que el amor de los parias sexuales podrá tal vez, al fin, revelar su nombre. Basada en la novela homónima de André Aciman, nacido en Egipto y afincado en Estados Unidos, Llámame por tu nombre debía al inicio ser dirigida por James Ivory, quien se contentó con escribir el guión que adapta la novela de Aciman de manera libre y con resultados formidables.

En 1983, en un pequeño poblado al norte de Italia, la llegada del apuesto Oliver (Armie Hammer), joven académico estadunidense, al hogar del profesor Perlman (Michael Stuhlbarg), quien lo ha invitado como asistente en una investigación sobre Heráclito, provoca un alboroto entre las jóvenes del pueblo que muy pronto sucumben a su poderosa personalidad y a su físico atlético. En la residencia veraniega de la familia anfitriona, Elio (Timothée Chamalet, en una actuación soberbia), el hijo adolescente de 17 años, también habrá de sucumbir, luego de reticencias iniciales, a la atracción física e intelectual que sobre él ejerce Oliver, un deseo soterrado, perturbador e imperioso, hasta ese momento desconocido.

En el círculo encantado de los Perlman, el trato civilizado ha alcanzado su expresión más refinada. Un espíritu cosmopolita y una enorme tolerancia reina en el ambiente. En ese lugar utópico del comercio intelectual, los personajes se comunican indistintamente en cuatro idiomas, ahí se aprecia en todo momento el hallazgo artístico y el lánguido placer de la lectura sin apremios utilitaristas y sin la sospecha aún de la revolución tecnológica que se avecina, y que con Internet y los smartphones y las redes sociales muy pronto sacudirán esa insólita armonía. En ese ambiente de absoluta calma se produce para el joven Elio el mayor cataclismo imaginable. Sus primeras certidumbres eróticas y morales se resquebrajan en un instante con el contacto fugaz de la carne masculina. Pero muy lejos de sentir un asombro o una culpa insuperables, lo que invade al adolescente es un placer indescriptible e intensamente lúdico. Un Oliver, 10 años mayor que él, se vuelve súbitamente figura tutelar y cómplice emocional, un maestro en el arte de la seducción y el mayor reto posible para forjar su propia madurez y su carácter. Al respecto, señala el director de la cinta: Elio es un chico extraordinario y sus padres son igualmente extraordinarios. En casa de los Perlman no hay lugar ni paciencia para el prejuicio o la intolerancia, menos aún para la hipocresía moral. Ese círculo encantado tal vez sea un atisbo de esos tiempos mejores que anhelaba EM Forster, y que posiblemente no estén ahora ya tan lejanos, si juzgamos por el enorme reconocimiento de que goza hoy la cinta.

Lo que se reconoce en esta película, gran favorita para los Óscares este año, es posiblemente su manera de capturar en una atmósfera ciertamente idílica los dilemas morales que alguna vez destrozaron tantas existencias socialmente marginadas, y que por virtud de la representación artística ahora se plantean con libertad inusitada, expresados por personajes vigorosos y serenos, para nada atormentados ya por la vergüenza ni tampoco víctimas de la ignorancia circundante. Ni siquiera abrumados por la rabia sorda de un interminable ajuste de cuentas con una sociedad opresora. Elio y Oliver son emblemas de un deseo polimorfo que tan sólo se permite privilegiar una preferencia sexual. Son camaradas del juego erótico y así ensayan las estrategias de la seducción y del cortejo, comparten con fruición sus aficiones intelectuales, su gusto no acallado por las mujeres, su placer por las salidas al campo; hacen de sus vestimentas fetiches muy intensos y de paso juegan a intercambiar sus nombres. Es el viejo ideal platónico del amante como un complemento perfecto. La cinta describe con elegancia, sensualidad y minucia el proceso de esa revelación compartida. Recordando viejos tiempos ciertamente no mejores, el profesor Perlman contempla ahora fascinado, a lado de su esposa, la eclosión de una pasión amorosa vivida al fin al aire libre, misma que será orgullo y dolor para su hijo y para ellos mismos, y para todos una nueva oportunidad de madurez afectiva.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: @Carlos.Bonfil1