Opinión
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Mensaje para excluidos
I

ntelectuales y analistas de diversos lugares de este mundo convulso han insistido en rescatar –una vez más– el lema que puso en el dominio público el Club de los Cordeliers (cordeleros), llamado también Sociedad de Amigos de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Esa institución que representaba al pueblo más humilde, fue fundada en París por Danton, Marat y Desmoulins en 1790, y exigía el ejercicio de la democracia directa, la praxis revolucionaria, el igualitarismo social y la separación total de la Iglesia y el Estado. Su lema acabó por ser conocido en el orbe: Libertad, Igualdad, Fraternidad y en esas tres palabras incluyeron los valores apuntados. Esas tres palabras se habrían de convertir, más tarde, en el lema oficial de la República francesa.

Parte del pensamiento progresista de hoy propone que esos tres valores sean parte del contenido con­ceptual fundamental del término democracia. Ya se sabe: lo que las palabras signifiquen o designen, es un capítulo preponderante de la lucha de unos para seguir siendo señores de horca y cuchillo, como en tiempos alejados del presente se decía, o miembros prominentes del 1%, como diríamos hoy. Los poderosos dan significados a palabras para mentir a su conveniencia. Los excluidos requieren sus propias palabras y sus significados.

Recientemente oí, de un abogado de la derecha española, una atribución de significados a las palabras de la divisa de los cordelieres, que aplaudirían rabiosamente las derechas de todo el mundo. Dijo que libertad sí: individual; igualdad sí: jurídica; fraternidad sí: voluntaria. Estos significados, por supuesto, no son los del liberalismo de los cordeliers; son los de los neoliberales de hoy.

¡Qué listos!, apropiarse de ese modo de unas palabras que amoldan admirablemente bien con todas las formas de exclusión; que encajan cabalmente con un sistema social en el que predominan las relaciones 1) capitalis­tas, 2) colonialistas y 3) machistas/patriarcales. 1) capitalistas: el capitalista colectivo que hoy predomina a través de la finanza internacional, de una parte, y de otra parte, el mundo mil veces reventado y estafado del trabajo (un medio para perpetuarlo así, es sostener de modo continuo el inmenso territorio social de los absolutamente excluidos); 2) colonialistas: las relaciones económicas y políticas colonialistas siguen tan vigentes como siempre: internacionalmente y, además, internas, tanto en países desarrollados como subdesarrollados, y se practican, también como siempre, con el predominio de los blancos frente a indios, indígenas (de Asia, por ejemplo) y negros, y 3) machistas: la dominación que sigue persistiendo inhumanamente, la de los hombres sobre las mujeres. Hombres de todos los estratos sociales las discriminan, las excluyen, las maltratan, abusan de ellas, las violan, las golpean, las asesinan.

Estas tres formas de dominación son antiquísimas, pero en las sociedades capitalistas se practican bajo formas específicas, y tienen diversos grados de intensidad según zonas y países, acorde con el grado de desarrollo socio­económico y cultural de cada lugar. Para los neoliberales de hoy decir las verdades de los excluidos es sembrar odio y rencor. No, apenas es una demanda de justicia.

Bajo el sistema social actual la libertad individual es falaz porque al no ser para todos, los libres lo son a costa de que, los más, sean presos de la necesidad. Esto puede verse claramente en el hecho ficticio de la supuesta igualdad jurídica. Si una persona no puede hacer valer sus derechos, la igualdad jurídica no es verdad, sino mentira. Pueden hacerla valer los dueños de una riqueza determinada. La relación salarial, por ejemplo, encubre un artificio jurídico: contratan dos partes iguales frente a la ley, pero totalmente desiguales social y económicamente hablando: contratan en realidad dos personas desiguales. Los presos de la necesidad, con trabajo o sin él, hacen posible el mundo de los libres falaces.

La democracia, reducida al ámbito político electoral, crea una desigualdad extrema, aunque la ley prevea que todos tienen derecho a votar y ser votados. Quienes carecen de los medios para intervenir en ese ámbito, están excluidos de las decisiones sobre el contenido de las leyes que, después, favorecerán a quienes las crean y aprueban. Por si fuera poco, la democracia política de hoy está repleta de corrupción y de trampas. La práctica común en una campaña política, es que entren en juego cientos o miles de millones, que sólo tienen los que ya eran poderosos. Esto lo saben bien los pueblos excluidos y explotados.

Frente a la democracia político-electoral es preciso demandar la democracia sustantiva o completa. En nombre de la igualdad socioeconómica es preciso presionar hasta el límite la dominación capitalista, redistribuyendo la riqueza, avanzando sustantivamente en los derechos laborales y sociales, en el acceso a la tierra por los produc­tores directos, en los impuestos efectivamente progresivos, en el reconocimiento de formas de propiedad distintas a la forma capitalista, en rechazar firmemente la dominación colonialista, y en disminuir hasta desaparecerla la relación patriarcal y machista. La demanda por una igual dignidad de las singularidades raciales, culturales y de género tiene que ser sostenida por todos quienes quieran un cambio verdadero, un cambio hacia una democracia en todos los tipos de relaciones sociales: económicas, políticas, de género, de preferencia sexual.

Los pueblos tienen que apropiarse el derecho a ­nombrar y dar significado a su experiencia de vida frente a sus opresores, es decir, los que dominan y manejan para su servicio el sistema de relaciones sociales, económicas y políticas, que mantienen una situación continua de desigualdad inaceptable.