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Abren muestra madrileña sobre la fascinación del pintor por Velázquez, Goya y El Greco

Picasso y sus referentes artísticos
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Fauno descubriendo a mujer, de la serie Suite Vollard, 1968 (sobre estas líneas), y Chiquillo introduciéndose en un Hamman un día reservado a las mujeres, de la Suite 347, 1968 (abajo), obras de Pablo Picasso incluidas en la exposición Picasso y el museoFoto © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2018
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 15 de febrero de 2018, p. 4

Madrid.

Desde pequeño, cuando era un artista en ciernes y ni siquiera sospechaba que se convertiría en uno de los creadores más influyentes del siglo XX, Pablo Picasso desarrolló honda fascinación por los grandes maestros de la historia de la pintura, como Velázquez, Goya, El Greco, Rembrandt e Ingres, y por el llamado arte primitivo, sobre todo el de África.

Su prolífica y fecunda obra está impregnada de reminiscencias de sus pintores más admirados, desde sus primeros bocetos siendo todavía niño hasta sus últimas obras, cuando con más de 90 años seguía creando de manera ininterrumpida en su estudio.

La exposición Picasso y el museo, que se inauguró ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, profundiza mediante 200 piezas en esa huella a veces evidente, otras más sutil, pero siempre muy profunda de las escuelas y artistas que fueron sus referentes y a los que conocía debido a otro hábito que tuvo desde niño y jamás perdió, ni siquiera cuando sus movimientos eran más lentos y dificultosos: acudir a los museos a contemplar las obras de la historia del arte ahí colgadas.

Además de Rembrandt, Rafael, Degas o Goya, en la obra de Picasso también hay una presencia amplia y contundente de museos, como el del Prado, el Louvre, el del Trocadero y Ingres de Mountauban.

La fascinación de Picasso por el arte vino en gran medida por la influencia de su padre, que era profesor de bellas artes, lo que le permitió desde niño estar en contacto habitual con las artes plásticas. Y, obviamente, con las pinacotecas, a las que dedicó tantas horas ya sea para copiar los pliegues y trazos de los maestros cuando era un artista en formación o para seguir conmoviéndose con esas imágenes que siempre le descubrían un nuevo giro, una nueva trama dentro de la pintura que él no había descubierto hasta entonces.

La primera vez que Pablo Ruiz Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973) visitó el Museo del Prado fue en 1895, cuando tenía 14 años y él y su padre, aprovecharon dos horas de estancia en la capital española para hacer una rápida visita a la pinacoteca, mientras esperaban el tren.

Picasso descubrió al que definía como el pintor de la realidad, Velázquez, a través de dos cuadros que lo conmovieron: El bufón Calabacillas y El bufón don Sebastián Morra.

Unos años después, cuando se trasladó a vivir a Madrid para estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, pasó más tiempo en las salas de la pinacoteca madrileña copiando y embelesándose con sus cuadros fetiches que en las aulas escuchando a sus profesores, los que desde el principio de su formación académica le resultaron aburridos y sin interés para desarrollar el caudal creativo que emergía en Picasso.

De esa época de fascinación por el Museo del Prado surgió una de las primeras grandes oleadas de influencias en su quehacer. Velázquez y sus Meninas están muy presentes en la obra de Picasso, pues se han documentado hasta 44 meninas creadas por el pincel del artista malagueño. También se metió en el mundo de Goya, otro de los grandes creadores a seguir; en varias de sus creaciones hay homenajes evidentes a La casa de los locos y ese mundo marginal y periférico.

Otro gran descubrimiento de Picasso en el Prado fue la obra de El Greco, que en esa época era considerado un creador de segundo nivel y hasta vilipendiado por los académicos.

Fue gracias a Picasso, Zuloaga y Sorolla, además de unos historiadores del arte alemanes que dieron su beneplácito, que se catapultó de manera definitiva la obra de El Greco, a mitad del siglo XX.

Uno de los cuadros de El Greco que más celebró Picasso fue El entierro del conde Orgaz, del que hizo una serie de estudios y réplicas que están incluidos en la exposición.

La muestra patentiza la influencia del Museo del Trocadero en la obra de Picasso, que fue donde descubrió con toda su fuerza creativa el arte primitivo, en este caso el ibero, que conoció cuando ya se había exiliado en Francia. Y de ahí se interesó por el arte africano, tan presente en su obra escultórica.

El otro gran museo visitado por el pintor de manera frecuente y que de alguna manera sustituyó al Prado en su largo exilio fue el Louvre de París, donde descubrió con fascinación que su lenguaje se entrelazaba de forma directa con las creaciones de Delacroix. Al respecto, hizo más de 70 retratos de su segunda esposa, Jacqueline, vestida con ropajes árabes y en homenaje al pintor francés.

Picasso también se miró en el espejo de Rembrandt, Degas, Ingres. Al respecto, el comisario Javier Molins explicó: “Rembrandt y Degas fueron otros dos grandes maestros a los que admiró Picasso y reflejó en su obra. El pintor holandés apareció por primera vez en 1934, en la Suite Vollard, y desde entonces fue una constante hasta el punto de que llegó a firmar uno de sus famosos mosqueteros con el nombre de Domenico Theotocopoulos van Rijn da Silva, en referencia a este trío de artistas compuesto por El Greco, Rembrandt y Velázquez. En cuanto a Degas, Picasso lo retrató en 36 grabados de la Suite 156, en la que aparece como voyeur, en homenaje a sus frecuentes incursiones en los prostíbulos de Francia, donde conoció a las modelos de sus bailarinas”.

La exposición también incluye el documental El misterio de Picasso, 1956, del cineasta francés Henri-Georges Clouzot, que fue rodado en el estudio del pintor. En él se ve a Picasso trabajar y dibujar una serie de obras que después fueron destruidas.

La muestra Picasso y el museo, montada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, concluirá el 16 de mayo.