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Ahora, el malestar universitario
L

a educación continúa siendo uno de los terrenos más álgidos y, a la vez, uno de los más determinantes del futuro de las elecciones (y del país). Pero no sólo en la educación básica, donde parece concentrarse el debate e incluso la confrontación. Hay que agregar que desde varias instituciones ya se perfila una próxima irrupción de las universidades públicas y autónomas para reclamar lo que desde hace tres décadas se les ha negado: el reconocimiento pleno como columna vertebral de la educación superior del país.

Son instituciones a las que en su mayoría se ha colocado en una situación financiera muy difícil, apenas sobreviviendo o a punto de la quiebra, sin que el gobierno o los candidatos atinen a ofrecer una salida que les permita florecer y recuperar dinamismos, que en el pasado fueron vitales para la construcción del conocimiento en el país.

El malestar universitario, sin embargo, va mucho más allá de las finanzas. Las universidades fueron el territorio donde el plan neoliberal de país penetró con mayor rapidez e intensidad. Mucho antes y a mucha mayor profundidad que en la educación básica, donde los maestros tienen un papel fundamental, donde están mejor organizados y han demostrado una extraordinaria y exitosa capacidad de resistencia.

En cambio, en treinta años, las universidades fueron distorsionadas profundamente en sus ejes fundamentales de identidad y de relación con la sociedad (investigación, difusión, docencia, organización del trabajo y la retribución, conducción, crecimiento y recursos financieros), y con eso pudieron ser acalladas y marginadas, vaciadas de sus actores sociales –la resistencia pasó a ser terreno sólo de estudiantes– y de sus profundos e independientes planteamientos respecto del destino de una nación.

La onda neoliberal arrasó a las universidades públicas y autónomas y ahora aparece con claridad la conclusión lógica: una vez desarmadas y desvirtuadas, pueden ser ya definitivamente dejadas a su suerte.

Nunca fueron bien vistas porque eran autónomas, críticas, incluyentes, gratuitas, vinculadas a procesos sociales, progresistas e independientes, pero precisamente por ser todo eso generaron oleadas de jóvenes que cambiaron al país y, al mismo tiempo, sostuvieron las ideas de nación que vienen desde los pueblos originarios, la independencia, reforma, revolución, 68 y años 70, es decir, el México que hoy se intenta desaparecer. Sin embargo, después de tres décadas de oscuridad, hoy tienen una segunda histórica oportunidad. Las cosas están cambiando y lo están haciendo a profundidad en el país, y la elección nos dirá qué tan rápido se está dando ese cambio. Y en esa coyuntura, las universidades públicas y autónomas tienen que hacer un balance.

Hoy a la universidad ni se le quiere como era y debía ser (progresista, crítica, etcétera), pero tampoco se le quiere ahora que ha tirado por la borda mucho de lo que era y se ha modernizado neoliberalmente. Que se resuelva el problema financiero será un tranquilizante, pero no una solución a fondo.

Las universidades deben resolver el dilema de quedarse como están o plantearse una transformación a fondo. Para hacerlo, tienen a su favor que desde la población, harta, se están generando dinamismos distintos y poderosos de transformación más allá de las elecciones.

No tanto por virtud de un nuevo gobierno, sino porque desde más abajo y con mayor profundidad está la necesidad de un cambio de fondo en el país. Y ante este futuro inmediato, la universidad pública y autónoma no tiene más alternativa –una vez que prácticamente se ha cancelado su posibilidad de sobrevivencia en el marco neoliberal– que comenzar a cambiar para jugar el papel central del conocimiento que le corresponde en una nueva etapa del país.

Y no se trata simplemente de desempolvar nostalgias, sino de repensar la universidad en términos distintos, y no como un reposado ejercicio de preciosismo académico, sino a partir de lo que ya está ocurriendo en la educación superior.

La Universidad de la Tierra de las comunidades y Juntas de Buen Gobierno zapatistas, y modestamente, nuestra propia experiencia como UACM, los proyectos de investigación-acción, la vinculación de la universidad con causas sociales como los desaparecidos, la cadena de asesinatos, las catástrofes naturales y el camino largo y difícil de las experiencias de un gobierno universitario, investigación, difusión cultural realmente distintas, a cargo de estudiantes y profesores, la eliminación de exámenes de selección, y hasta una mejor posición para obtener financiamiento. Caminar en esta nueva dirección es un movimiento que al mismo tiempo genera condiciones muy distintas para modificar los términos del financiamiento.

Esto no lo resolverá todo, pero será muy importante. Hace cien años, en 1918, los jóvenes rebeldes de Córdova, que declararon la autonomía como una forma de gobierno en manos de los universitarios abrían su manifiesto, reconociendo que su paso gigantesco era finalmente limitado: los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan decían, pero precisamente se trata de liberar nuestras instituciones y, en medio de todas las dificultades y defectos, devolverles su sentido original, el que las convirtió en la columna vertebral de la educación del país. Y por eso es importante avanzar, porque queda claro todo lo que falta.

*Rector de la UACM