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Ver día anteriorDomingo 18 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De triángulos y otras metáforas
E

n ciencias sociales solemos utilizar metáforas, diferenciaciones, caracterizaciones. En ocasiones son categorías analíticas, en otras no. Hace años se hablaba sin problemas de países desarrollados y subdesarrollados. Luego se matizó el asunto, por su carga negativa y fue política y académicamente correcto referirse a países en vías de desarrollo, luego vino otro posicionamiento, el del tercer mundo, que en México tuvo mucho eco oficial durante el sexenio de Luis Echeverría. Ahora se habla de países del norte y sur, con el adjetivo de global.

En realidad la categoría sur y norte global esconde la realidad incuestionable de que hay países ricos y pobres y que salir de pobre ha resultado mucho más complicado de lo que los analistas suponen y los economistas predicen. Como quiera, toda dicotomía entraña una simplificación y hay pobreza en México y hay miseria en Haití. Las diferencias pueden ser muy grandes.

El asunto viene a cuento con la novedad académica de referirnos a la migración centroamericana como la del Triángulo Norte”, en referencia a El Salvador, Guatemala y Honduras. Obviamente estos tres países se han significado por ser emisores de migrantes, cada vez más numerosos, diversos y visibles. El problema radica en que la actualidad el término, que era de uso común en la academia a nivel descriptivo, ha sido expropiado por los políticos y la política migratoria para referirse al principal problema migratorio.

Lo de triángulo, según me informaron, hace referencia a tres (tri), los tres países de Centroamérica que tienen mayores índices de emigración hacia el Norte Global, en este caso, a Estados Unidos y en mucho menor medida Canadá.

Paradójicamente, hoy ha cobrado mucha relevancia la referencia al Triángulo Norte de Centroamérica para referirse a sus altos números de emigrantes, que incluyen a niños y niñas que viajan acompañados o por su cuenta y riesgo. Los últimos tres años, México ha deportado a decenas de miles de niños de Guatemala, Honduras y El Salvador, entre otro países.

Incluso el Presidente de Estados Unidos ya se refiere al Triángulo Norte y no precisamente con buenas intenciones. Según esto lo que caracteriza a éste es la pobreza, violencia, impunidad y migración irregular. Por tanto, el término se ha convertido en un estigma y ha coadyuvado a focalizar el problema en estos tres países. De ahí que se haya activado un Plan de Alianza para la prosperidad del Triángulo Norte, otro plan, otro más, pero éste con nombre y apellido.

Según el Banco Mundial, El Salvador es un país de emigración masiva y explosiva, se podría decir que su situación es catastrófica. El índice de intensidad migratoria (relación entre el tamaño de su población y la que radica fuera) es de 25 por ciento; en el caso de Honduras es 8.4 y en Guatemala, 6.7. Si las cifras dicen algo, se puede concluir que la emigración de El Salvador es tres veces mayor que la de Honduras o la de Guatemala. Incluso más del doble del caso mexicano, cuyo índice es de 10.5 por ciento.

Pero el llamado Triángulo Norte excluye una realidad regional mucho más compleja e interesante y que puede señalar un camino diferente al de estar por siempre obsesionado con el Norte Global. Por ejemplo, Belice tiene mayor índice de intensidad migratoria que Guatemala y Honduras juntos (18 por ciento), pero como es un país pequeño, no cuenta. Belice es también tierra de inmigración y 15 por ciento de su población es inmigrante, en su mayoría de los países vecinos: Guatemala, Honduras y El Salvador. En el balance de ingresos y egresos, por decirlo de alguna manera, presenta un cierto equilibrio: pierde población, pero también gana.

Pasa algo similar con Nicaragua, que tiene 10.5 por ciento de intensidad migratoria, pero como se dirige principalmente a Costa Rica, no se le considera. La migración intrarregional hacia Belice, Costa Rica y Panamá sirve de contrapunto a la que se dirige a Estados Unidos. En ese escenario entra México, que paradójicamente tiene mucho menos población extranjera que Costa Rica, según los últimos censos, pero que ya empieza a ser considerado en el flujo migratorio intrarregional.

La migración intrarregional es una alternativa de desarrollo para Mesoamérica. Hay que romper con el circulo vicioso de tener a Estados Unidos como único lugar de destino y como único lugar de análisis y preocupación para los académicos. Tenemos que empezar a analizar a la región en su conjunto como Mesoamérica sin exclusiones e incluso ir mucho más allá.

La integración incluye a Estados Unidos en un bloque regional más amplio. El millón de niños deportados con su familia y que tienen nacionalidad estadunidense y mexicana son el eslabón presente y futuro de integración regional. Al igual que los cientos de miles de niños estadunidenses deportados a Centroamérica.

Y la verdadera integración regional no se logrará con conferencias, planes o pactos, aunque sean estos necesarios y pertinentes. Es la gente, la población de emigrantes y los pueblos de acogida quienes van a integrar y solventar las diferencias. Muy en especial la segunda y tercera generación de migrantes, que serán hijos de nicaragüenses nacidos en Costa Rica, de salvadoreños nacidos en Belice, de guatemaltecos nacidos en México. La doble nacionalidad será una realidad insoslayable de varios millones de personas que facilitarán la integración.

No es un camino fácil. Pero hay que partir de la aceptación de la realidad, y el ejemplo lo está dando Colombia, que tenía a varios millones de migrantes en Venezuela y ahora tiene que acoger de regreso a su gente y a cientos de miles de venezolanos que pasan por su frontera.

La realidad migratoria regional es mucho más compleja que el llamado Triángulo Norte y la migración unidireccional a Estados Unidos.