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¿La Fiesta en Paz?

Susteando en el cinismo, prosigue el secuestro de la tradición taurina en este país

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¿Por qué la empresa de la plaza México prefirió traer en varias ocasiones encierros mansos para los figurines y mandar a Mérida un encierro con edad y trapío de Mimiahuapam?Foto archivo
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ientras en países latinoamericanos económicamente menos fuertes que el nuestro, sus sistemas políticos son capaces de fincar responsabilidades e incluso de meter a la cárcel a funcionarios y mandatarios corruptos, por acá seguimos en ese no hagan olas forzoso a partir de una idiosincrasia no por artificial menos arraigada, luego de varias décadas de jugar a la democracia sin creer demasiado en ella.

El fingimiento como otra de nuestras tradiciones, reforzada desde que la ley fue sustituida por el dinero, el sentido común por el mercado y el conocimiento por el manoseo informativo, permea las instituciones y se extiende a todos los ámbitos, haciendo a un lado racionalidad, autenticidad y cultura, entendida ésta no sólo como tejido social sino como cultivo deliberado y consciente del espíritu humano.

La tauromafia pretende ignorarlo y sus defensores y corifeos intentan disimular o aminorar sus graves consecuencias, pero una fiesta brava sin bravura en los animales ni en los racionales, tiene sus días contados, pues además de que se pretende sustituir la ausencia de heroísmo con un esteticismo chocarrero, se siguen protegiendo los intereses de unos cuantos por sobre la salud de un espectáculo, a costa de la dignidad animal del toro de lidia y de la dignidad humana de toreros con merecimientos, pero relegados.

¿Por qué la adinerada nueva empresa de la plaza México ya no volvió a adquirir, entre otros, un encierro de la triunfadora ganadería de Piedras Negras? ¿En qué beneficia a la fiesta de los toros que la empresa más poderosa en la historia del toreo siga trayendo reses desbravadas para figurines comodinos y ventajistas e incluso haya preferido mandar a Mérida un serio encierro del propio Bailleres? ¿A qué atribuir el poco interés en meter más público a la plaza?

¿Por qué asesores y operadores del consorcio Bailleres-Sordo se negaron a repetir a toreros de la calidad y pundonor de Juan Luis Silis, Pepe Murillo o Antonio Mendoza? ¿Cuál es el propósito de querer improvisar figuras dudosas en vez de enfrentar diestros mexicanos que de verdad generen partidarismos? ¿Cuánto más esperarán los buenos toreros españoles para ser contratados por ustedes? ¿Qué sentido tiene adelantar carteles y combinaciones ociosas? Sobran preguntas, faltan respuestas con sustento.

Por ello no se sabe si reír o llorar con el rollazo que el monarca español Felipe VI le soltó al atracador Juli al concederle en días pasados la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, galardón aprobado nada menos que por el Consejo de Ministros a propuesta del ministro de Educación, Cultura y Deporte: “¡Cuánta importancia –le dijo su Majestad– tiene en estos días vuestra labor artística! Con ella, cada uno de vosotros contribuís a la formación de esa historia común, la de la cultura española, y hacéis de nuestra sociedad un hábitat de libertad, de diversidad, de belleza compartida”. Chale, mi buen. O usted ignora los abusos de su premiado aquí y allá o, sabiéndolos, decide apoyar, junto con sus ministros, esta versión apócrifa de labor artística y de cultura española.

No contentos con este megacachondeo entre tauromafiosos, crítica especializada, gremios pusilánimes, públicos indiferentes ante lo que les den o dejen de dar, todavía hay quienes invocan la responsabilidad que en materia de toros corresponde a la autoridá –autoridad es otra cosa– y esperan, sentados, a que las próximas administraciones ahora sí se responsabilicen. No pos sí.