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Descubrió la conexión entre los sistemas de Sac Actun y Dos Ojos en Quintana Roo

El buzo Robert Schmittner dejó los bosques de Baviera por las cuevas del Caribe mexicano

Esas cavernas son un tesoro para arqueólogos, antropólogos y palentólogos, considera el director del proyecto multidisciplinario de exploración subacuática del Gran Acuífero Maya

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Robert Schmittner, con equipo de buceo, se prepara para explorar las cuevas sumergidas en la península de YucatánFoto © Archivo Gran Acuífero Maya
 
Periódico La Jornada
Martes 20 de febrero de 2018, p. 5

Tulum/Ciudad de México.

Robert Schmittner cambió los bosques de Baviera por las cuevas sumergidas del Caribe mexicano. Su hobby era bucear y llegó a México hace 20 años en lo que pensó sería sólo un viaje para visitar a amigos que tenían una tienda de buceo. Quedó cautivado con el laberinto de cuevas y túneles inundados que hay en el subsuelo de la península de Yucatán. Vine en 1996 y tomé el curso de buceo de cuevas. Y ahí me enamoré de las cuevas y no se me fueron más de la cabeza, contó Schmittner.

Dos años más tarde se instaló en México. Y ahora, después de casi la mitad de su vida buceando debajo de la tierra cerca de las playas de Cancún y Tulum, acaba de descubrir, a sus 43 años, la cueva inundada más grande del mundo.

Su hallazgo en realidad no fue una cueva, sino un túnel. Lo estuvo buscando incansablemente durante 14 años. Schmittner halló la conexión entre los sistemas de cuevas de Sac Actun y Dos Ojos, que pasaron a ser considerados entonces como una única cueva gigantesca.

Labor de muchos exploradores

Desde los años 80 se sabía que las dos cuevas ya estaban ahí y se bucearon por primera vez. Muchos exploradores trabajaron ahí, buscaban la conexión en ese tiempo y nadie lo logró, dijo Schmittner.

El buzo alemán es ahora director de exploración subacuática del Gran Acuífero Maya, proyecto multidisciplinario de investigación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), encabezado por el arqueólogo subacuático Guillermo de Anda.

En Rothenbuch, su pueblo de Alemania, era trabajador en el bosque de Spessart, cerca de Fráncfort. “Trabajaba en el bosque cortando árboles. Y mi hobby era el buceo.

“Aprendí buceo en una tienda cerca de mi pueblo y el dueño estaba casado con una mexicana. Siempre me decían: ‘un día vamos a abrir una tienda en México.”

En esa época buceaba en lagos o depósitos de agua formados en antiguas minas. Hacía excursiones a Austria, Suiza o el Mediterráneo.

Empezó a los 19 años y cuando tenía 22 llegó el día: sus amigos hicieron maletas para instalarse en México.

En 1996 llegué aquí la primera vez para ver dónde estaban, relató.

Pero después de sumergirse como buzo aficionado en los cenotes y los sistemas de cuevas supo que tenía que volver por más tiempo.

“Dí ese paso y fui con mis amigos a quedarme como medio año trabajando con ellos. Buceaba diariamente por las cuevas, chequé todas las cuevas, había como 300 a 400 kilómetros de cuevas ya conocidos en esa época. Y conocí mucho, trabajando de día y buceando de noche.

Así, explorando, acabó muy rápido el medio año que me quería quedar.

Tenía todos esos proyectos de cuevas para explorar y debía regresar a Alemania otra vez a los árboles. Llamé a mi jefe y le dije: ‘oye, jefe, dale el trabajo a otra persona. Voy a quedarme mínimo medio año más”’. Los seis meses se le pasaron volando. Tenía aún proyectos. “Me dije: ‘Ahorita no te puedes ir de aquí’. Así que llamé a mi madre y le dije: ‘Oye, no voy a necesitar más mi departamento, por favor vende mis cosas’. Y ahorita sigue habiendo muchas cuevas para explorar. Y estoy todavía aquí”.

Restos de megafauna

Las cuevas del estado de Quintana Roo no siempre estuvieron bajo el agua. Eran cavernas secas en la época de las glaciaciones, a las que se metían mastodontes, tigres diente de sable, osos perezosos gigantes y humanos en busca de refugio y de agua subterránea.

Con el deshielo, el nivel del mar comenzó a subir y las cuevas se llenaron de agua. Por eso son un tesoro para arqueólogos, antropólogos y paleontólogos que han hallado restos de megafauna del Pleistoceno y el esqueleto más antiguo de América: una mujer de hace casi 13 mil años. Mi récord son nueve elefantes. Osos perezosos ya no los cuento, dijo Schmittner.

El 10 de enero pasado, cuando encontró la conexión entre los dos sistemas de cuevas, permaneció unas seis horas debajo del agua. Un día antes intencionalmente había dejado sueltos tres metros de línea (cuerda de buceo) en la cueva de Sac Actun en un sitio donde había notado una corriente fuerte, para ver a dónde lo llevaba el agua. Al siguiente día fue a bucear a Dos Ojos. Y después de una trabajosa exploración vio que la cuerda que había soltado el día anterior del otro lado estaba danzando ante sus ojos. La primera sensación fue: ¡no! La segunda fue que cerré los ojos, respiré un tiempo, con los ojos cerrados diciéndome, ¿de veras, de verdad? Tuve que abrir los ojos y sí, estaba ahí la línea. Y ahí grité: sí, sí, sí.

¿Se puede gritar abajo del agua?, se le pregunta. Sólo hace muchas burbujas pero ni modo. Yo grité. ¡Catorce años! Trabajé mucho, especialmente ese mes de enero estuve yendo cada día.