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Aunque el polaco padecía cáncer en la garganta, no dejó de entrenar a sus atletas

Ganar una medalla olímpica, la mejor manera de honrar la memoria de Kepka
 
Periódico La Jornada
Martes 20 de febrero de 2018, p. a11

Tadeusz Kepka no quería que nadie supiera, más que sus allegados, que tenía cáncer en la garganta ni tampoco que pasaba por un momento difícil con las ocho quimioterapias y 28 radioterapias que comenzó a recibir desde julio del año pasado.

Su orgullo de polaco, la constancia de superación y esa terquedad lo levantaban, cuenta Bernardo García, asistente del entrenador de atletismo con el que trabajó durante 37 años y el último que lo vio con vida en la casa que le rentaba Juan Luis Barrios, su pupilo, en San Francisco Contreras, donde murió el domingo.

Kepka no dejaba de dirigir a sus corredores aun cuando sabía que se le escapaba la vida. Tenía unas cuantas horas de haber llegado a Ciudad de México con un grupo de jóvenes que habían realizado un control en Xalapa. Era sábado y todo parecía normal. Cenó una gelatina, festejó con un vodka la medalla de oro de Polonia en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, vio el partido Necaxa contra Monterrey, y estaba al pendiente por Internet del resultado de sus atletas en el Panamericano Juvenil de Campo Traviesa en suelo salvadoreño.

“Comía muy poco y estaba muy débil, a veces me decía ‘me siento mal’ o se apoyaba en mí. Vomitaba sangre. El doctor Manuel Vera Canelo (otro de los pupilos del profesor) le recomendó que se cuidara mucho, pero el Profe, con su carácter y terquedad, no paraba.

Pasaban de las 10 y algo presentía esa noche, porque me fue a despedir a la puerta, cosa que no hacía, para darme las gracias por todo. Nos vemos mañana a las 10, recuerda Bernardo con los ojos llorosos. Ese día jamás llegó para ir al curso de entrenadores que Kepka impartiría en Santa María Rayón, estado de México.

Kepka no respondía llamadas ni salía de la casa. Bernardo, Juan Luis y la esposa del corredor pensaron que se había quedado dormido. Le hablaron a Edward, el hijo del profesor. Pasaron los minutos y nada. Buscaron la forma de entrar y cuando lo hicieron encontraron al polaco, quien había vomitado, pero ya estaba muerto. Llegó la policía, forenses y el dictamen médico: un infarto.

El funeral de Kepka, de 85 años de edad, estuvo lleno de anécdotas. Entrenadores, atletas en retiro y vigentes entraban y salían a dar el pésame a los familiares. Consternación y asombro para los que desconocían la enfermedad del profesor.

Pese a su mermada salud, Kepka no descansaba y hasta en la cama daba instrucciones a sus alumnos. Así lo recordaba Osmar Pacheco, quien junto con Miguel Ángel Pérez se enteró del deceso cuando regresaban de El Salvador. Del aeropuerto, vestidos con sus uniformes, se fueron directamente a la agencia funeraria para despedirse de su entrenador.

Era una persona sabia y de mucha experiencia que dio mucho a México. Ahora toca a las nuevas generaciones darle ese pendiente que dejó con la medalla olímpica como una manera de honrarlo, indicó Osmar, estudiante de sicología en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Miguel Ángel, noveno lugar en los 10 kilómetros, estaba triste, porque Kepka no se enteró que ganaron bronce por equipos y fue “la última medalla del Profe”.

Sentado y con un rosario en las manos, Andrezj Piotrowski rezaba. Soy el último (que queda) y voy a morir, comentaba con voz quedita frente al ataúd de su compatriota, cuyo cuerpo fue cremado ayer y sus cenizas quedarán esparcidas en el Valle del Conejo, en La Marquesa, uno de sus lugares predilectos de entrenamiento en el que formó generaciones que dieron lustre mundial a México, el país al que arribó en 1966 contratado por el Comité Olímpico Mexicano, organismo del que recibía una pensión de 4 mil pesos al mes y era asesor de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte.