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Deuda e intereses, a tope

Réditos multimillonarios

TLCAN: ameniza Chopin

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ías atrás comentamos en este espacio que una de las herencias más peligrosas y costosas del gobierno peñanietista es la voluminosa deuda pública, pues no sólo ha crecido en forma acelerada (alrededor de 4 billones de pesos a diciembre de 2017), sino que condena a las futuras generaciones de mexicanos, dado el creciente costo financiero de tal débito.

En este sentido, la estadística oficial revela que a lo largo del sexenio que movería a México” (todo indica que al precipicio) de las arcas nacionales habrán salido casi 3 billones de pesos sólo para pagar los intereses de la deuda del sector público federal, lo que ayuda a entender el por qué del vertiginoso endeudamiento en el periodo referido. Se contrató más y más débito para pagar los intereses de la propia deuda en una carrera que nadie sabe cuándo acabará, pero todos conocen quién será el perdedor.

En una suerte de tienda de raya modernizada, los mexicanos pagan cada vez más por una deuda contratada por el gobierno federal, que no ha sido utilizada para promover el crecimiento económico del país, y mucho menos para procurar un mejor nivel de bienestar. Al contrario, se han hinchado de ganancias los bancos privados, que acaparan los contratos de deuda de los llamados tres niveles de gobierno.

Cierto que el de Peña Nieto no ha sido el único gobierno –por llamarle así– que ha endeudado a los mexicanos de aquí a prácticamente el infinito. Recuérdese que a partir de la administración foxista, pasando por la calderonista y llegando a la peñanietista, el saldo de la deuda pública del país se multiplicó por cinco, al pasar de alrededor de 2 billones de pesos a la llegada del ranchero mariguanero a cerca de 6 billones con el tal Jelipe y a más de 10 billones con el actual inquilino de Los Pinos (un avance de 16 puntos porcentuales de PIB –de 30 a 46 por ciento–, sin olvidar que falta la contabilidad de 2018), y el grueso de ese endeudamiento se destinó al pago de los crecientes intereses de la propia deuda.

Sólo en 2017, según cifras de Hacienda, de las arcas nacionales salieron alrededor de 536 mil millones de pesos (cerca de dos veces el presupuesto de la Secretaría de Educación Pública en ese año) para cubrir el costo de la deuda pública (interna y externa), y de ese monto, 525 mil millones se destinaron exclusivamente al pago de intereses.

Así, en el periodo 2000-2017 la deuda per cápita subió, de alrededor de 10 mil pesos en el inicio de Fox, a unos 83 mil pesos (incluyendo a recién nacidos) al cierre del quinto año de Enrique Peña Nieto. Esto sin considerar el débito de estados y municipios, que se cocina aparte. Y en este aumento participaron decididamente tres inquilinos de Los Pinos (Fox, Calderón y EPN) y cinco secretarios de Hacienda (Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens, Ernesto Cordero, Luis Videgaray y José Antonio Meade, quien ocupó el puesto con el tal Jelipe y con Peña Nieto, y hoy es sonriente candidato tricolor al hueso mayor). Y la moderna economía nacional sigue creciendo 2 por ciento.

Sirva lo anterior para dar contexto a la más reciente estadística de la Secretaría de Hacienda –enero de 2018– sobre la situación de la deuda pública, información que por ley periódicamente entrega al Congreso.

Con base en dicha estadística, en enero de 2018 el saldo de la deuda del sector público federal (interna y externa) aumentó cerca de cien mil millones de pesos, a razón promedio diario de 3 mil 225 millones de pesos (más de 134 millones por hora). Si a lo largo del presente año se mantiene esa dinámica, el débito público habrá crecido alrededor de un billón 200 mil millones

En ese mismo mes el gobierno federal erogó alrededor de 74 mil millones de pesos por el costo financiero de la deuda (interna y externa), de los que alrededor del 98 por ciento (98 centavos de cada peso paga-do) correspondió a pago de intereses. Sólo para dar una idea de qué se trata, el monto referido representa alrededor de 1.7 veces el presupuesto anual (2018) de la Universidad Nacional Autónoma de México, y 4.6 veces el del Instituto Politécnico Nacional.

Año tras año los crecientes intereses de la deuda se comen buena parte del presupuesto de egresos de la Federación, y a estas alturas su monto supera por mucho los recursos canalizados a distintos rubros primordiales para el crecimiento económico y el desarrollo social del país. A Peña Nieto le importa un comino la herencia, pues deja Los Pinos el último día del próximo noviembre y que se arregle el que venga, pero a los mexicanos les ha endilgado una descomunal deuda con un costo financiero abrumador –en especial por el lado de los intereses– que no tiene para cuándo ni con qué.

A estas alturas, la deuda del sector público federal es superior a 535 mil millones de dólares, pero en el gobierno alegremente presumen la línea de crédito (70 mil millones de dólares) autorizada por el Fondo Monetario Internacional y las reservas internacionales (cerca de 173 mil millones de billetes verdes), montos que sólo alcanzan a cubrir 45 por ciento de dicho débito.

Lo mejor del caso es que algunas calificadoras internacionales gritan histéricamente que (obvio es que dependiendo quién gane las elecciones del próximo 1º de julio) México “podría enfrentar un shock económico”. Entonces, ¡qué bueno que lo adviertan!, pero por los resultados, la duda es si tal shock está por venir o, en los hechos, ha estado presente durante los últimos 35 años.

Las rebanadas del pastel

Con la Marcha fúnebre de Chopin como fondo musical, concluye la séptima ronda de modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que –dicen los enterados– se llevó a cabo en nuestro país y, se supone, cerrará hoy con una reunión ministerial. Sin embargo, los principales temas agendados no se trataron; se suspendieron las pláticas sobre las reglas de origen; uno de los representantes gringos puso pies en polvorosa y regresó a su país; el mexicano Ildefonso Guajardo fue tras él como novio dejado y los canadienses muestran su malestar por la actitud primitiva de los socios y amigos estadunidenses. Y en medio de todo esto el esquizoide de la Casa Blanca dispara aranceles a discreción y se pavonea de que las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Entonces, más le vale al gobierno peñanietista que tenga afilado su cacareado plan B, aunque todo indica que éste no es más que otro cuento del sexenio.