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¿Contra el mito de la lectura?
¿Q

ué tal si la lectura y la escritura están sobrevaloradas, y se les atribuyen virtudes que no necesariamente tienen? ¿O si asumimos que su aparente extinción nos devolverá al culto minoritario, monástico y muy dedicado de la conservación –así sea digital– del libro y sus pollitos, que no desaparecerán? Hay hechos innegables. Uno, los demasiados libros. Alguien de dentro del gigante editorial más grande en el país (mera sucursal de un mastodonte mundial) estimaba en días pasados que esa empresa habría producido unos 8 millones de ejemplares en 2017, sólo en México. Otro hecho que no podemos obviar es que los lectores reales existimos en un planeta diferente y somos muchos menos de lo que el mercado sugeriría, y que pese a la concentración monopólica de sellos y editoras no dejan de aparecer y mantenerse vivas centenares de pequeñas editoriales, mientras las grandes y respetables editoras nacionales fuera de monopolios (FCE, Era, Siglo XXI, UNAM) no dejan de producir títulos a montón, aunque en tirajes reducidos.

Es necesario ponerse alerta ante el lugar común. Los demasiados libros que dijera Gabriel Zaid en un ensayo pionero, podrían estar ahogando la lectura, o al menos llenándola de simulación por lucro sin relación con la lectura efectiva. Del mismo modo, debemos resistir la pedantería de los verdaderos autores y los verdaderos lectores, lejos de la iletrada chusma, como en la Edad Media.

Inglesa radicada en Baltimore, Mikita Brottman –sicoanalista tenía que ser– sostiene en The Solitary Vice: Against Reading (Counterpoint, 2008, traducido como Contra la lectura: un ensayo dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables, Blackie Books, Barcelona, 2018) que leer y masturbarse son dos actividades que se asemejan más de lo que es costumbre admitir. Aunque en un principio no parezca evidente, las dos actividades tienen mucho en común. Ambas suelen llevarse a solas y en privado, a menudo en la cama y por la noche, antes de dormir. Suena bien como provocación, pero extrema el paralelismo, tanto que, ¿dónde deja la noble y cada vez más derrotada por Internet afición por los libros que se leían con una mano: de Henry Sade al Marqués de Miller, de Fanny Hill a textos en Playboy, de las puñetas chapbook a Delta de Venus? La imaginación ha cambiado, tal vez ya no necesitamos de Apollinaire o los Pierre –Louys y Klossoswsky– para prestigiar la excitación onanista. La lectura es mucho más que eso.

Al reseñarla para el periódico hispano El Confidencial (22/2/18), Marta Medina glosa a Brottman: “En la sociedad se ha instalado la idea de que leer per se es algo bueno. Da igual qué. No importa si es el Mein Kampf o el último título sobre sanación del cáncer a través de la imposición de pies. ¿Con abrir la página de un libro uno se vuelve más inteligente, mejor persona? Pues no. El acto de la lectura viene a veces acompañado de una especie de pensamiento mágico –los libros te hacen mejor persona–, de cierto narcisismo –yo soy mejor que tú por el simple hecho de leer– y algo de nostalgia –¡el libro ha muerto! ¡salvemos al libro! Además, con la aparición de la nuevas tecnologías, los límites que acotan el concepto de lectura se han visto difuminados: ¿es lo mismo leer una novela en formato papel que en un móvil?, ¿es lo mismo leer un cuento corto que un reportaje de un periódico digital?”

Brottman es de quienes consideran que Internet estimula y democratiza la lectura. Además le maravilla que ahora consigas en línea cualquier viejo o nuevo libro descatalogado, si bien la inquietan el abaratamiento y la mercantilización de la escritura. Cuestiona la intención educativo-publicitaria de presentar chic y sexy el ejercicio de la lectura, misma que, teme, podría ser demasiada, pues nos aísla. Sí, enloqueció al caballero Quijano y a la pobre de Emma Bovary ya ven cómo le fue. Pero Brottman (y su reseñista) hablan desde el mundo de las redes sociales, donde la socialización no deja de ser también un aislamiento extremo, casi siempre menos interesante y estimulante que la lectura en estado natural (no importa la plataforma). Está bien cuestionar la idealización del hábito lector, pero la accesible sensatez de la analista raya en lo frívolo. Si tanto le preocupa el mal ejemplo que puedan dar los libros, ¿qué decir de las otras narrativas y plataformas contemporáneas dirigidas a entretener con basura y que están ayudando a que el fascismo crezca sin necesidad de pasar por Mi lucha? Panfletos más peligrosos viajan en Twitter.