Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Como pez en el agua
D

avid Foster Wallace fraguó la parábola que se conoce como Esto es agua. Contó que había dos jóvenes peces nadando uno junto al otro cuando encontraron uno más viejo que iba en dirección contraria y que los saludó diciendo: Buen día, muchachos. ¿Cómo está el agua? Los dos peces jóvenes siguieron nadando un poco más y, de pronto, uno de ellos voltea hacia el otro y pregunta: ¿Qué diablos es agua?

Es muy factible que mi pez beta, Rufino –que se llama igual que el del detective habanero Mario Conde y que vive solo por peleonero en una pecera bien acondicionada–, tampoco sepa qué es el agua, aunque sólo ahí puede vivir. ¿Qué pasaría si tomara conciencia de ella?

En la parábola wallaceana son tres los peces que participan del enigma acuático y eso basta para hacer de éste un problema social. Wallace afirma que el meollo de la historia es obvio, a saber: que las realidades más relevantes usualmente son las más difíciles de advertir y de tratar. En esto, por supuesto, no es determinante la edad que tienen los peces.

De esta materia, es decir, de la capacidad o bien de la mera posibilidad de darse cuenta de lo más obvio que nos ocurre, está hecha gran parte de la filosofía y la sicología.

Darse cuenta de qué diablos es el agua no es un proceso fácil y tampoco garantiza una salida fiable de la enajenación que se produce constantemente a escala individual y colectiva. Las fuentes de la enajenación son poderosas y muy diversas.

Las reacciones que se han denominado antisistema, como pueden ser recientemente los casos del Brexit o las elecciones de hace unos días en Italia, entre muchas otras, podrían verse como una manera de tomar conciencia.

Eso es apenas lo primero que podría apuntarse, pero hay todo un proceso, complejo sin duda, que ha de seguirse para comprender su significado y sus repercusiones. E, insisto, no necesariamente todo esto significa que se alcance un avance que pudiese concebirse como positivo. Eso es tan sólo una posibilidad. La historia está plagada de situaciones como ésta.

En 2018 se cumplen 170 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. De alguna manera era esa una expresión radical de lo que es el agua. Se trataba de la necesidad de los trabajadores de tomar conciencia del hecho objetivo que es la explotación. El trabajo político consistía, entonces, en propagar esa conciencia, en darse cuenta de lo que ese hecho político entraña.

El capitalismo hoy no es el de 1848 ni el de 1917 o de 1933, esto es obvio. Detrás de los movimientos políticos, de las revoluciones y los grandes programas de reforma, hay un texto del que se seguirán extrayendo conclusiones. El pensamiento tiene que evolucionar y, preferentemente, sin descalificaciones atemporales como muchas veces se hace.

Hoy la clase obrera, el proletariado tienen otra composición y un significado político distinto. Están en una diferente relación con la tecnología y las formas primordiales de la acumulación del capital. La sociedad global es distinta. Los conflictos han modificado su naturaleza y la manera en que se exhiben. La demografía es otra cosa y el desgaste social altera su forma y su condición. Los enfrentamientos políticos a escala nacional y mundial así lo muestran. Entretanto, la desigualdad es más profunda en términos relativos y absolutos, y es una de las cuestiones primordiales que enfrenta la humanidad.

Rupert Younger y Frank Partnoy son un par de profesores que se definen como creyentes del capitalismo de libre mercado y desde ahí promueven el llamado activismo como forma de acción política (ver activistmanifesto.com) para confrontar las actuales desviaciones de ese sistema.

Han hecho un curioso trabajo de confrontación de esa postura con el planteamiento original del Manifiesto del 48. Esto podría tomarse como una mera edulcoración de aquel texto tan radical. Posiblemente así lo sea. Y, sin embargo, ofrecen reflexiones interesantes, sobre todo para ordenar una discusión y plan-tear los desacuerdos. No pretenden ser extremistas ni revolucionarios, pero admitamos que en buena medida la llamada izquierda, sea convencional o no, tampoco ofrece hoy un panorama intelectual demasiado atractivo y abarcador.

Conciben el activismo como una serie de principios que expresan en general las actuales relaciones que surgen de las luchas existentes en contra de la desigualdad, de lo que dicen es el movimiento histórico que ocurre ante nuestros ojos.

Ven las manifestaciones de la desigualdad como la fuente permanente del cambio histórico. Activismo hay y lo vemos en distintas formas. No todas ellas son exitosas. El movimiento de ocupación de Wall Street provocado por la más reciente crisis financiera tuvo resultados limitados. Hoy el Congreso de Estados Unidos se propone desmantelar buena parte de las regulaciones que se impusieron al sector financiero después de 2009.

Pero hace unos días las enormes manifestaciones de mujeres en muchas partes del mundo han llamado la atención para exigir un cambio en una sociedad donde impera el machismo, la desigualdad de género y la violencia. La lista puede seguir.

¿Será esa una forma del agua de la que hablaba Foster Wallace?