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López Obrador y el tigre
S

i en las elecciones del próximo primero de julio se repiten los escenarios de fraude electoral de 1988, 2006 y 2012, los siguientes seis años estarían marcados por una profunda inestabilidad institucional, económica, política y social. Una vez más, el pueblo mexicano se encontraría frente a un gobierno ilegítimo impuesto desde el poder, cuyas principales tareas serían saquear al erario, privatizar el patrimonio nacional y ejercer una brutal represión y censura en contra del pueblo.

Pero en esta ocasión ya no habría líder para encaminar y canalizar el descontento ciudadano hacia la esperanza de una futura victoria electoral. Con Andrés Manuel López Obrador gozando de un muy merecido descanso en su rancho de Palenque, Chiapas, se multiplicarían las voces de la resistencia en una enorme cacofonía desorganizada que generaría grandes estragos en todo el país durante un largo periodo de inestabilidad y caos.

Muchas élites y oligarcas culpan a López Obrador por la desconfianza ciudadana en las autoridades públicas. Suponen que si no fuera por los cuestionamientos del tabasqueño todos los mexicanos nos comportaríamos como siervos obedientes. Piensan que sin López Obrador el tigre de la resistencia popular se regresaría a su cueva para dormir una larga siesta.

Esta perspectiva parte de la poderosa influencia que todavía ejerce la escuela de Octavio Paz sobre los hombres y las mujeres del poder. Desde este punto de vista, el pueblo mexicano sería por naturaleza agachado, dejado y pasivo. Imaginan que somos capaces de tolerar cualquier desgracia sin levantar siquiera el dedo en protesta. Postulan que la herencia colonial y nuestra supuesta baja autoestima no nos permitirían nunca levantarnos en una masiva movilización social capaz de derrocar al régimen despótico.

De acuerdo con elitistas como Enrique Krauze, solamente los caudillos son capaces de despertar el tigre de la resistencia. Así que marginando y haciendo a un lado a López Obrador, México podría marchar tranquilamente hacia una distopía de neoliberalismo plutocrático donde la resistencia popular se quedaría como un simple recuerdo amargo del pasado.

Estos corifeos del poder confunden al mensaje con el mensajero.

La historia reciente ha demostrado que la presencia del tabasqueño en el escenario político ha sido fundamental precisamente para evitar un estallido social mayor. Aún en los momentos más complicados de su trayectoria política, López Obrador jamás ha respondido con violencia o con desesperación. Nunca ha tirado el tablero del juego democrático o desconocido las instituciones del Estado mexicano.

Leamos, por ejemplo, el texto completo de su polémica intervención con banqueros del viernes pasado en Acapulco:

Yo le doy el beneficio de la duda [a Peña Nieto] porque es muy importante que las elecciones sean limpias y libres. Yo tengo dos caminos después del primero de julio: Palacio Nacional o Palenque, Chiapas. Me quiero ir a Palenque tranquilo, si las elecciones son limpias y libres, me voy a Palenque. También si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy a Palenque, y a ver quién va a amarrar al tigre. El que suelte el tigre que lo amarre, yo ya no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral. Así de claro, yo por eso deseo con toda mi alma que las elecciones sean libres y limpias y que decida el pueblo quién será el presidente.

Perdidos en su laberinto de la soledad oligárquica, los operadores del régimen están confiados en que podrán volver a robar la elección presidencial y que no pasaría absolutamente nada.

Habría que recordar, sin embargo, que Porfirio Díaz pensó lo mismo en 1910, cuando encarceló a Francisco I. Madero a la víspera de las elecciones presidenciales de aquel año tan fatídico. Apenas un año después, el 31 de mayo de 1911, el viejo dictador estaría abordando en Veracruz el buque de vapor alemán Ypiranga encaminado a su destierro en Francia.

Justo antes de partir, Díaz pronunció las siguientes palabras: Ya soltaron al tigre. A ver si Madero puede con él.

Hoy, sin embargo, no es el viejo dictador quien habla de tigres sueltos, sino quien busca acabar con la dictadura. No es el Díaz contemporáneo, Carlos Salinas de Gortari, sino el Madero moderno, López Obrador, quien advierte sobre los posibles riesgos a la estabilidad política en el futuro ­cercano.

El mensaje de parte de López Obrador es meridianamente claro. No busca revolución, sino reforma. Quiere fortalecer las instituciones del Estado, no destruirlas. Su objetivo es restablecer el Estado de derecho, no subvertirlo. Él no se dedica a soltar tigres, sino a amarrarlos.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman