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Mientras no haya cuerpos tenemos esperanza
 
Periódico La Jornada
Miércoles 14 de marzo de 2018, p. 14

Tenemos que llegar a la verdad de dónde están los chavos, no es porque nosotros quiéramos tenerlos vivos, es porque nosotros no los tenemos muertos.

Con esas palabras, uno de los padres de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa –desaparecidos el 26 y 27 de septiembre de 2014– sintetiza el sentir de las familias y cómo los hechos de aquella noche y madrugada trastocaron la vida de las familias en lo emocional, social, familiar, cultural, laboral y en la salud.

El testimonio forma parte del informe Yo sólo quería que amaneciera. Impactos sicosociales a las familias de Ayotzinapa, que se presentará este miércoles. Da cuenta de la tristeza, desesperación, ganas de no vivir, sentimiento de culpa, cambio de prioridades, transformación de la vida cotidiana de padres, esposas, hijos y hermanos de los normalistas. Señala que el duelo no tiene lugar porque no saben si los muchachos están vivos o muertos. La desaparición como vivencia traumática sigue sucediendo, cada día es vivido como la repetición del anterior. La búsqueda es lo que les permite dar algún sentido a la existencia cotidiana, pero perciben de manera dolorosa la constatación de que el tiempo pasa en el mundo externo. Su tiempo detenido contrasta con el crecimiento de las plantas y los árboles, que evidencian la continuidad de la vida. Viven una experiencia paradójica y angustiante del tiempo, que no pasa en términos síquicos, pero transcurre vertiginoso sin encontrar a sus hijos.

Testimonio del dolor

No duermen, no comen, han descuidado a otros miembros de sus familias; hay cargas económicas, se sienten decepcionados y traicionados por las autoridades, desesperados, desorientados, con ganas de volverse locos, el tiempo no pasa y constantemente piensan en que sus hijos pueden estar sufriendo penurias, pero mientras no haya cuerpos, no pierden la esperanza de que estén vivos. La comida para nosotros es amarga, no es como antes que uno la disfrutaba. Ahora uno come sí para vivir, pero que diga uno que lo come con gusto como antes, ya no, revela otro testimonio.

Recién sucedidos los hechos, los familiares no daban crédito. Confiaban en que los normalistas estuvieran escondidos en el monte o que hubieran sido detenidos. Consideraban que la ausencia era transitoria. Poco a poco la realidad los llevó a confrontar lo que representa la desaparición de un ser querido.