Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Beatriz
L

a conocía de leídas. Miguel Covarrubias, poeta, ensayista y magnífico traductor, presentó sus libros en el estudio del pintor Sergio Villarreal. Miguel me invitó al acto donde estaría Beatriz Gutiérrez Müller hablando de sus libros y de literatura.

La literatura, por aquello que de ella captamos, nos marca de diferentes maneras y grados: alguna se torna en convicciones permanentes, en claves vitales; otra, en el extremo opuesto, se desvanece y olvida.

Francisco I. Madero es la fronda y los intelectuales son Solón Argüello Escobar y Rogelio Hernández (poeta nicaragüense) y Rogelio Fernández Güell (poeta y ensayista costarricense). De eso trata uno de los libros de Beatriz: Dos revolucionarios a la sombra de Madero. La exposición de Beatriz es cálida, atrayente. La evocación de Madero siempre me produce un flashback inevitable: aún no cumplo 20 años y debo organizar, como responsable de actividades culturales del gobierno de Coahuila, una exposición de sus documentos y objetos personales. La directora de Acción Social es una mujer inteligente y culta, Dora Madero, más mi mentora que mi jefa, y su padre es el general villista Raúl Madero González. Así, el primer libro de contenido político que me dejó un rico sedimento intelectual y moral fue La sucesión presidencial en 1910. La influencia de su lectura explica la paráfrasis en el título del libro que coordiné hace 30 años: La sucesión presidencial en 1988, y el cual me llevó a conocer a Andrés Manuel López Obrador por conducto del admirado Rodolfo F. Peña, recio intelectual y referencia del movimiento obrero y uno de los articulistas más leídos que ha tenido La Jornada.

El tono fresco y coloquial de Beatriz se posa de pronto en otro nombre que al medio cultural de Nuevo León le resulta tan imanado como familiar: Porfirio Barba Jacob, el poeta y periodista colombiano que solía ir de un nombre a otro, de un país a otro, del oficio literario al de editor al de periodista. Llegó a Monterrey y con el nombre de Ricardo Arenales fundó, junto a Jesús Cantú Leal –el próximo año hará un siglo– el diario El Porvenir donde publiqué mi columna En Voz Alta durante los años 60.

Nunca he sentido más a un (a) profesional de las letras que escuchando a Beatriz cuando se refería a la investigación en los periódicos. Quienes nos formamos en su lectura no pudimos sino coincidir plenamente con ella: en sus planas estaba –y por fortuna aún está, pese a todo– el palpitar de la vida cotidiana, las entretelas de la historia, el toque de todos los placeres y todos los horrores, los alcances del genio y del ingenio de hombres y mujeres y aquellos que nos promete la posibilidad de trascender más allá del calendario electoral. Leeré hasta que se me acaben los ojos, dice fervorosa Beatriz. Y la coincidencia se vuelve esperanza en el pespunte del verso autobiográfico del legendario Barba Jacob: Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!) / soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento / en el vital deliquio por siempre insaciado, era la llama al viento.

A Beatriz le obsequia un magnífico retrato Sergio Villarreal, y ella se va acompañada de Tatiana Clouthier. Me quedo pensando en su libro Viejo siglo nuevo. Un país sumido en la miseria y la desigualdad. ¿Alguien ha podido olvidar al árbol que da moras, definición de la moral que debemos al ladrón de elecciones, Gonzalo N. Santos, al inicio de los años 40? ¿No estamos en el mismo tiempo cínico que el del autor de la frase transexenal haiga sido como haiga sido? ¿No las voces espectrales del pasado (A balazos llegamos al poder y sólo con balazos nos van a sacar: no con votos, dijo Fidel Velázquez) encarnan en las acciones presentes del grupo sindical apatronado para defenestrar previamente, mediante la violencia, a Napoleón Gómez Urrutia en el propósito de imponer el modelo sindical de protección?

A Beatriz le preguntaron por su posible futuro como primera dama. Contestó que para ella no había ni primeras ni segundas damas. No me sorprendió. Ya lo había dicho antes. Sí me sentí sorprendido cuando comentó días después las declaraciones del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en las que dijo temer que México retroceda en las próximas elecciones de la democracia hacia una democracia populista, demagógica y esperar a que haya suficiente lucidez como para ver a dónde conduce ese suicidio que es votar por el populismo. Refiriéndose a Vargas Llosa dijo Beatriz: Me da vergüenza. Por supuesto, una nueva coincidencia con ella. Pues parece difícil entender que haya un escritor inteligente que no haya podido observar que no hay capitalismo sin populismo, así éste se llame medical care o cheques de desempleo.

La explicación de la conducta política de la mayoría de los escritores y artistas parece escapar a toda lógica. No tiene por qué ser así. La escritura y cualquiera de las artes suponen inteligencia, intuiciones creativas y hasta genialidad. Pero no convicciones profundas sobre la justicia, no solidaridad con los golpeados y humillados en razón de su pobreza, no con los más débiles, no con los vencidos. Estas convicciones nacen de la conciencia y por defenderlas se da todo, incluso la vida. Y los escritores que gozan de los favores del poder reinante es difícil que abandonen su zona de confort.

Por fortuna, los mexicanos tenemos otros talentos donde preocupaciones reales por el bien de la comunidad, empezando por la educación de los niños mediante la lectura temprana, tienen una expresión a la vez culta y sencilla. En Beatriz yo percibí a uno de ellos.