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La Muestra

Stalker. La zona

U

na región salvaje. Filmada en 1979, 10 años antes de la caída del muro de Berlín, Stalker, la última cinta que Andrei Tarkovski realiza en la Unión Soviética, pareciera presagiar ya lo que en aquel entonces se antojaba inconcebible: el derrumbe de todo un modelo social, la fragmentación territorial del imperio totalitario, su incontenible debacle ideológica. Basada en un relato futurista breve, El picnic junto al camino (1977), de los hermanos Arkadi y Boris Strougatski (autores también de Qué difícil es ser Dios, de 1964, llevada a la pantalla por Aleksei German, dos décadas después), Stalker refiere el viaje de tres hombres a la Zona, una región prohibida donde pocas personas se aventuran y en la que existe una habitación misteriosa que vuelve realidad todos los deseos.

Un profesor de física y un escritor acompañarán al guía (el stalker, aquel que hurga y acosa, el intruso temerario) hasta ese remanso de quietud absoluta que disipa las angustias de un mundo industrial y deshumanizado, y al que llegan aquellos hombres que no abrigan ya ni credulidad ni esperanza, los más desventurados de la tierra. Ese mundo contaminado y yermo que abandonan los viajeros, Tarkovski lo resume en la imagen de una central nuclear, premononición de un apocalipsis próximo. La Zona habrá de ser entoces un Edén recobrado, y ahí se pondrán a prueba el escepticismo del profesor, hombre de ciencia; también las ilusiones vencidas del escritor, y por último la solidez de la propia fe del guía, último representante de la espiritualidad, y por ello mismo el encargado de hacer pasar a los hombres desorientados y perplejos de un mundo en ruinas a otro que posiblemente contenga una esperanza.

Andrei Tarkovski, autor también de otra cinta futurista, Solaris (1972), y ya en el exilio de dos obras volcadas de lleno a la espiritualidad y a una exploración metafísica, Nostalgia (1983) y El sacrificio (1986), nunca aceptó llevar la etiqueta de disidente político en su país, a pesar de sus múltiples desencuentros con las autoridades soviéticas. La incomodidad que producían sus películas en su país de origen tenían menos que ver con cuestionamientos políticos frontales que con las posturas de integridad artística del cineasta y sus búsquedas formales tan incomprensibles y molestas para el rígido dogma del realismo socialista. Aun cuando el realizador desconfiara siempre de las interpretaciones y lecturas peregrinas que podían suscitar sus cintas, en particular sus tres últimas obras, lo cierto es que resulta difícil sustraerse a las sugerencias visionarias y al intenso ropaje metafórico que hacen de Stalker y su Zona un referente insoslayable para comprender el desasosiego moral y el escepticismo radical que se apodera ahora de nuestras sociedades. Stalker sigue siendo para muchos una película de difícil comprensión y acceso, pero su poderío visual permanece intacto y sus interrogantes conservan hasta hoy toda su vigencia.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17:45 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1