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¿La Fiesta en Paz?

¿Por qué se desaprovecha a los toreros?

Récord mundial de una corrida memorable

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De pelo entrecano o sin éste, los maestros Villanueva, Ponce de León y Rafaelillo, desplegaron elegancia, personalidad e inspiración en la emotiva noche tlaxcaltecaFoto Ángel Sainos
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ntre los obstáculos que más entorpecen la evolución de la tauromaquia a escala mundial está la política de puertas cerradas para buscar, desarrollar, motivar y enfrentar a los jóvenes con cualidades, capaces de convertirse, a corto plazo, en toreros importantes, en figuras o incluso en ídolos de sus países.

Muchos factores inciden para el surgimiento constante, no ocasional, de nuevos toreros con técnica, sello y celo, capaces de interesar al gran público, sumar fechas, así como de ganar dinero, y además dispuestos a enfrentar al toro con edad y a desbancar a las figuras consagradas, cada día más cómodas y ventajistas, cuyo hacer torero, junto con el sistema taurino, los ha convertido en marcas a consumir, no en referentes éticos dispuestos a competir.

¿Por qué, sistemáticamente, se pierden buenos toreros que mantendrían la verdad del toreo y la pasión y el interés por el rito táurico? Porque los taurinos, los que dicen saber y viven de esto, primero piensan en las propias utilidades, en las de criadores de manso, de toreros-marca, de comunicadores y autoridades, que en nutrir la función de intensidades perturbadoras y emociones sustentadas en la bravura y en una promoción imaginativa, en favor del toro y del azar, no de media docena de gastados nombres.

Una fiesta brava sin bravura o con una bravura reducida a la comodidad y al posturismo, ha vuelto comodino al espectador que, mal acostumbrado y desinformado, hoy prefiere faenas bonitas al arte de someter las embestidas de la bravura sin adjetivos. ¿Y dónde está esa bravura sin adjetivos? En las ganaderías que no quieren los diestros que figuren, contratados por las empresas más poderosas, apoyadas por agrupaciones, crítica y autoridades cortoplacistas y especuladoras, traficantes de lo que no debería sujetarse a tráfico alguno: la dignidad humana y animal en un encuentro sacrificial tan equitativo como peligroso, estético y lúdico. Promotores, gremios y aficionados lo saben o lo intuyen, pero un fatalismo irreflexivo los hace aceptar esta situación como normal y sin otras opciones, aunque junto con la fiesta casi todos resulten perjudicados.

Reflexionaba lo anterior cuando, gracias al entusiasmo y taurinismo de Formafición Radio, veía en Facebook la transmisión completa de la corrida del Sábado de Gloria en Tlaxcala, con un cartel insólito que rompió el récord mundial de longevidad torera –más de 200 años entre los tres– y de alternativa –139 años–, con Miguel Villanueva, Raúl Ponce de León y Rafael Gil Rafaelillo, con tres toros de Coaxamaluca y tres de Tenopala, cuyos propietarios siguen honrando la memoria de los Felipe González, padre e hijo.

La entrega de tres diestros, cuya expresión reforzó mi gusto por la tauromaquia, confirmó que a la fiesta actual le falta bravura, variedad, personalidad y rivalidad; que toreros idénticos y comodinos torean bonito un toro bobo que ha hecho un público bobo; que el toreo es de intensidades, no de cantidades; que los banderilleros Carlos Martel y Gerardo Angelino honraron esa noche nuestra mejor tradición rehiletera, y que, de novilleros, los tres matadores llenaron la mitad de la plaza México, triunfaron en las principales plazas del país y Rafaelillo también lo hizo en las de España, para luego engrosar la lista de toreros desaprovechados. Sin duda, algo no se ha estado haciendo bien cuando ellos llenaban la mitad del aforo y hoy ni mil espectadores van a las novilladas en el coso de Insurgentes.