Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de abril de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sobre la mesa
L

as cartas de los partidos están sobre la mesa de la competencia electoral. Salvo algún cambio en las respectivas estrategias, los lugares aparecen asignados por los futuros votantes. Durante las etapas de la contienda no ha habido gran variación en las encuestas de preferencias. La consistencia ha sido distintivo notable aunque, no se puede descartar un rumbo nuevo e inesperado. La permanencia del ocupante del primer lugar en esta salida definitiva es ya un fenómeno reconocible. Aunque sea a tropezones, ataques y pleitos, el segundo lugar lo ocupa la coalición encabezada por el PAN y su candidato, Ricardo Anaya. Tal y como se esperaba y especulaba, el PRI y satélites van quedando arrellanados en la tercera posición. Hasta este día no se visualiza, en el horizonte del cercano futuro, cambio digno de comentar.

La batalla por el poder sigue, con creciente pasión, disputándose al interior del aparato de comunicación. Ahí es donde la energía y los recursos difusivos se concentran para presentar un panorama que puede parecer distinto, atractivo para favorecer a cada uno de los aspirantes al triunfo. La coral de la opinocracia ya no pierde tiempo en disfrazar sus propósitos de apoyar la continuidad del modelo en boga. Van por introducir, al menos, dudas sobre las ya enraizadas intenciones del voto ciudadano. El objetivo panorámico es claro: bajar a López Obrador de su pedestal de triunfador casi seguro. No hay ni habrá ganador seguro o inevitable, se argumenta casi con angustia. El tenebroso río de la campaña sufrirá variados sobresaltos, aducen con regular constancia. Uno de estos sobresaltos provendrá del trabuco conformado por el gobierno federal y los estatales aliados con el partido de su preferencia. Justo a su lado irán aliados dignos de consideración: empresarios de gran o pequeño alcance, clero político, sindicatos corporativizados, medios de comunicación. Otro sobresalto más aparecerá por los errores que, con cruel seguridad, cometerá el adelantado, se afirma metódicamente. Es casi lugar común ar­gumentar cual atormentadas casandras griegas, que AMLO no resistirá la tentación de reincidir en su pasión de perdedor. Él mismo cavará su derrota, tal y como lo ha hecho en el pasado, pronostican con agudísima visión previsora los repetidores de consigna. No tiene ni puede evitar su marcado destino de incurrir en errores garrafales. Se arriesgan hasta llegar a prometer que tal escenario no sólo es cercano, sino que será reincidente. Sus necedades, tonterías y habituales provocaciones lo descarrilarán de la cúspide indiscutible que por ahora ocupa. Ni por un momento se oye o ven escenarios similares para los demás candidatos. Ellos, para la opinocracia, parecen blindados de toda pifia, siendo el caso que, casi a diario, las acometen con furia.

Es hasta tiempos recientes que la atención mediática se empieza a dirigir a lo que sucede en cada uno de los estados, especialmente aquellos donde se ha­rán elecciones concurrentes de gobernadores (nueve) En tales lugares se puede apreciar, con bastante claridad, las posibilidades efectivas de cada una de las coaliciones en pugna. Y es ahí, precisamente, donde Morena obliga a los opinadores y opositores a reconocer la penetración lograda en el favor popular. Le sigue, de cerca, el panista Anaya y sus aliados. El priísmo se va desfondando en sus capacidades para hacerse con, aunque sea, una gubernatura (tal vez Yucatán). No sólo contarán las gubernaturas que se ganen entre Morena y PAN-PRD, sino también pesarán los votos que se obtengan al quedar en segundo o tercer lugares. Los análisis que consideran tales escenarios han comenzado a surgir con metódicos trabajos recién publicados por empresas responsables, ajenas a partidarismos. Habrá, por tanto, que seguir las huellas que van dejando. Otra gran pelea se está dibujando, en cada estado, por las respectivas senadurías. En ese puntilloso asunto la coalición de Anaya lleva una ventaja que, aunque pequeña, será suficiente para reforzar sus aspiraciones. No sólo es importante el triunfo en el Ejecutivo federal, sino también lo que obtenga en el Congreso.

El despliegue de mensajes preparados para este final de campaña comienza a impregnarse de miedo. La intención del oficialismo y adláteres es definitiva: desean remontar su desventaja inoculando a la ciudadanía con temores sobre su futuro. Es un propósito por demás nocivo, irracional, y hasta destructivo y cobarde, se puede decir con justicia. Pero en ese ámbito recalarán, una vez más. Frente a este perverso propósito se levanta la sensación, la determinación de los votantes de apoyar un cambio. No cualquier cambio, sino uno drástico. Quien lo asuma o represente como oferta electoral llevará ventaja.