Política
Ver día anteriorViernes 20 de abril de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Tres despachos sobre el colonialismo
L

a persistencia. Boaventura de Sousa Santos pone el dedo en la llaga: las luchas de liberación anticolonial del siglo XX no pusieron fin al colonialismo: éste apenas cambió de forma. Lo que (casi) acabó con ellas fue una forma específica del colonialismo y no un modo de dominación. Terminó (casi) el colonialismo histórico, el de la ocupación territorial cuyos últimos vestigios son el Sáhara Occidental, la colonia hispano-marroquí y la ocupación de Palestina por Israel, pero el modo de dominación colonial siguió bajo otras formas. Así, el colonialismo hoy es tan vigente y violento como antes. Su punto central: la degradación ontológica de los dominados por razones etnorraciales. Los cuerpos racializados son inferiores, subhumanos, sus vidas son desechables, con poco o ningún valor para quien los domina, habitan en zonas de sacrificio que en todo momento pueden convertirse en zonas de no ser. Las nuevas formas del colonialismo –insidiosas, invasivas y evasivas a la vez– pasan no detectadas porque funcionan en un entorno regido por un –supuesto– antirracismo, igualdad y la no-discriminación: sólo así, por ejemplo, el supremacismo blanco en Sudáfrica enraizado por excelencia en la dominación colonial –con todas sus cuasi teorías del genocidio blanco y con amplios vínculos con grupos parecidos en el mundo– puede pasarse por un movimiento de la defensa de las minorías (bit.ly/2vbGCZC). Hay también otra razón por la invisibilidad del colonialismo: la subsistencia de la misma línea abisal (geopolítica, ideológica, epistemológica) que separó una vez las metrópolis y las colonias y que no desapareció con el fin del colonialismo territorial y “hoy justifica, el racismo, la xenofobia, la islamofobia, el encarcelamiento masivo de los jóvenes negros en EU, el trato inhumano a los refugiados, la destrucción de Irak, Libia o Siria y la ‘solución final’ [sic] de Palestina, perpetrada por víctimas convertidas en agresores” (http://bit.ly/2ISKEYQ).

La (falsa) negación. La negación –dice Hegel– es una forma de afirmación. Miremos a la derecha polaca gobernante. Una parte de su proyecto que responde a las agotadas promesas de la integración europea liberal es inspirada curiosamente –según ella misma– en el decolonialismo (o en su peculiar entendimiento). Sus políticos dicen: Polonia tiene que dejar de ser una colonia del Occidente. No más al servilismo ante EU y la UE. El problema es que aunque tocan el dilema central –¿cómo superar la dependencia, la condición periférica y alcanzar al centro?– son incapaces de concebir un proyecto verdaderamente alternativo a la “vía europea mainstream”. Se centran sólo en la lucha en contra de las élites liberales autóctonas (autocolonizadas y occidentalizadas). Removerlos del poder fue –según ellos– una liberación nacional. La repolonización del país y el retorno a lo nuestro, una gran victoria. Así, su decolonialismo no sólo se queda corto –ofrece apenas una imaginaria dignificación–, sino que reproduce la misma dependencia que dice combatir: el apego al neoliberalismo, a EU y –a pesar de las objeciones– a la UE, a la cual, Polonia como una colonia rebelde le resulta funcional. Más que a un proyecto emancipador todo recuerda a Zaire de Mobutu –el autoritarismo tribal, anticomunista, supeditado a los poderes imperiales– que emergió tras la degeneración de la lucha anticolonial (bit.ly/2qzZPPn). El retorno a los particularsimos fue justamente una trampa de la que advertía Frantz Fanon y en la que cayeron muchos movimientos. Un síntoma de como la vieja dominación regresaba bajo nuevas formas y disfraces. Una peculiar reinterpretación de la historia completa el cuadro: según uno de los intelectuales orgánicos de la derecha polaca, lo que pasó en Argelia en los años 50 y 60 fue un choque entre los comunistas e islamistas [sic] malos (FLN) y los buenos representantes de la civilización europea (los franceses). En esta narrativa desaparecen la dominación colonial, los dominados y los dominantes. Quedan legitimadas el racismo, el odio a los refugiados, el supremacismo blanco y la defensa del Occidente (del que supuestamente nos estábamos liberando). O sea, el colonialismo tout court.

El vestigio. Desde su incepción el sionismo es un proyecto colonial (bit.ly/2qK2vdg). O mejor, un colonialismo de asentamientos: settler colonialism (P. Wolfe). Como subraya Ilán Pappe desde el primer asentamiento en Palestina en 1882, el surgimiento de Israel en 1948, la guerra de 1967 que lo convirtió en un régimen de ocupación, etcétera, el sionismo es una estructura de desplazamiento y remplazamiento. Un proyecto en curso, lejos de ser concluido: “Palestina (aún) no es toda ‘demográficamente judía’ (...) el Estado de Israel sigue colonizando, construyendo nuevas colonias (...) desposeyendo a los palestinos y negándoles el derecho a vivir en su lugar de origen” (Ten myths about Israel, 2017, p. 13). Avanza implacablemente por un doble carril de: a) eliminación (tomar la mayor cantidad de Palestina posible con la menor cantidad de palestinos) y b) deshumanización (la sujeción de los dominados a los criterios etnorraciales y un régimen de apartheid de facto). El sufrimiento de Gaza –una quinta esencial zona de sacrificio y de no ser– poblada en 80 por ciento por los refugiados y sus familiares desplazados, víctima de un genocidio incremental (I. Pappe dixit) y diezmada periódicamente es la mejor muestra de esta estrategia.

Coda. La persistencia, la (falsa) negación y los vestigios del colonialismo, se juntan en un panorama en la cual:

1). La dominación colonial es un fenómeno que se metamorfosea constantemente en algo que simultáneamente lo denuncia y disimula sin dejar de ser lo mismo (B. de Sousa Santos dixit).

2). Los países colonizados –y colonizadores (vide: el papel de Polonia en Ucrania)–, incapaces de enfrentar su condición periférica y su historia de otro modo que no sea acriticismo o negación se hunden en las mismas fantasías identitarias, que crecieron en los escombros de los procesos anticoloniales.

3). Israel que en tiempos de la decolonización “recibió del mundo una carte blanche para su proyecto colonial como una ‘salida fácil’ al más grande exceso del antisemitismo en la historia [el Holocausto]” (Ten myths..., p. 75), sigue usando su tarjeta salir libre de la cárcel para ocupar la tierra palestina y masacrar los cuerpos de sus habitantes (bit.ly/2GW2z09).

*Periodista polaco