21 de abril de 2018     Número 127

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Suplemento Informativo de La Jornada

Herencia que se siembra y se saborea

Martha Elena García y Guillermo Bermúdez Periodistas de ciencia   [email protected]


Don Esiquio Chávez, campesino de San Felipe Tlalmimilolpan. FOTOS: Martha Elena García

“Mis abuelos y mis padres nos heredaron tanto las semillas como el gusto por apreciar el sabor de una tortilla –un día con maíz negro; otro con amarillo; luego con rojo y después con blanco–, un tamal, un atole, unos esquites… Pero también las habas, las calabazas, los chilacayotes, los frijoles y los quelites. Todas estas semillas siempre han estado presentes en nuestra vida, llevan con nosotros mínimo 100 años”, nos contagia con su orgullo Esiquio Chávez Martínez, campesino de San Felipe Tlalmimilolpan, Estado de México.

Esas nueve semillas han acompañado el transitar de tres generaciones de la familia Chávez Martínez: “Mis padres y mis abuelos fueron campesinos, siempre sembraron y nos heredaron ese gusto por saborear algo distinto, por cuidar nuestras semillas para que no se perdieran”, explica Esiquio. Nos las muestra y añade: “Hay gente que tiene el paladar muy bueno y detecta la diferencia de la tortilla negra con la roja y la blanca. Si prueban una tortilla criolla, hecha en casa, van a ver que la diferencia es bastante grande. A lo mejor la de maíz criollo está más gordita, pero el sabor es mejor. Y te dura más porque se le echa la cal necesaria cuando se prepara el nixcómil”, así le llaman en esta región al nixtamal.

Afloran los recuerdos de la infancia y con cierta nostalgia Esiquio rememora: “Regularmente mi abuela y mi madre eran quienes decidían: cacahuacintle negro para un elote, cacahuacintle blanco para esquites. Cada maíz se destinaba a un platillo diferente ciertos días; era al gusto, a lo que se nos antojaba. Con este negro, a lo mejor no hacíamos atole en el año; hacíamos pinole y nos lo comíamos. Todos los maíces sirven para hacer pinole, pero cada quien tiene su gusto y su preferencia por cierto maíz. Además, cada maicito tenía su fecha; por ejemplo, con el maíz amarillo nos hacían tlaxcal (un triangulito de masa al que le agregaban leche, canela y azúcar). Ese tlaxcal se preparaba después de que se pasaban los elotes, ya cuando el maíz estaba maduro”.
¿Cómo evitaron Esiquio y sus hermanos cambiar por mejoradas sus semillas criollas –que año con año obtienen de los cuatro maíces que recibieron (cacahuacintle negro y blanco, maíz rojo y amarillo)– y no contaminarlas con químicos?

“Fundamentalmente fue por los principios de mi padre. Él no quería otras semillas, quería conservar las que sus padres le dejaron. En los años setenta y ochenta, llegaron del gobierno a querernos cambiar nuestra semilla. Nos prometían que si la cambiábamos íbamos a tener doble producción, pero también nos dijeron que ese híbrido teníamos que cambiarlo cada año. Mi padre no quiso y dijo: ‘Mis maíces se quedan, nosotros no vamos a cambiar’. Después, cuando nosotros nos enteramos de que el cambiar nuestras semillas era una trampa para quitárnoslas, decidimos seguir conservándolas”.

Esiquio no se conforma con conservar, compartir e intercambiar las semillas que le heredaron sus progenitores. Además, se ha dado a la tarea de investigar lo que se sembraba en su localidad, para rescatarlo, y hasta ahora ha rescatado cinco maíces más, entre ellos el maíz palomero blanco. “Me cuentan que además del blanco había amarillo, aunque muy pocas personas lo sembraban. Afortunadamente, lo volvimos a recuperar y vamos a tratar de difundirlo entre las pocas personas que todavía siembran en San Felipe, o con los amigos cercanos para que lo vuelvan a sembrar”.

El ánimo de querer conservar los maíces criollos de la región lo ha llevado a incrementar su variedad con cinco maíces más, por lo que cuenta en total con nueve tipos de maíz: “Desde hace diez años nos hemos dado el gusto de sembrar mayor variedad de semillas criollas”.

Los vientos de la “modernidad” soplaron en la milpa de Esiquio: “Somos la generación que nos tocó la llegada de los químicos, y metimos abonos químicos, pero nunca matahierba. Hace 20 años conocimos al ingeniero Jairo Restrepo en un curso por aquí cerca. Estuvimos con él y nos advirtió de toda la contaminación que se hace con los químicos, así que decidimos volver a lo que mis padres y abuelos hacían. De hecho, antes de que llegaran los químicos, sembrábamos orgánicamente. Con los químicos nos engañan diciéndonos que es una tecnología mejor, pero nunca nos dijeron que era una tecnología de muerte. Nosotros volvimos a retomar la tecnología de mis abuelos y de mis padres, que es cultivar orgánicamente, una tecnología que da vida. Ya llevamos 20 años cultivando orgánicamente”.


“Tenemos nopales, magueyes. Para mí está bonito; para mis vecinos, no, pues
empiezan a decirme: haz locales o véndeselo al Oxxo”

Para Esiquio Chávez es importante proteger y conservar las semillas porque las grandes compañías se apoderan de ellas. Porque de eso depende la soberanía alimentaria: “Nosotros queremos ser independientes, no depender de nadie para obtener nuestras semillas. Tenemos 100 años con ellas, y si las perdemos nos van a obligar a que sembremos lo que ellos quieran, no lo que nosotros queramos. En esta región nuestra principal forma de vida, nuestro alimento es nuestro maíz, nuestras habas, nuestros frijoles, nuestros quelites, eso es lo principal que nosotros comemos por aquí. Entonces, si dependemos de las empresas transnacionales como Monsanto, Dupont, Bayer, que son los acaparadores de la semilla, ellos van a decirnos qué sembrar y qué comer… En la actualidad ya lo hacen con toda esta chatarra que nos venden, su propaganda está por donde quiera. Creemos que es muy importante conservar nuestra semilla para que nosotros decidamos qué comer, cuándo y dónde sembrar, sin depender de ellos. No dejemos que nos quieran controlar –enfatiza–, mínimo, en esto de la alimentación”.

Consciente de la difícil situación económica que se vive en nuestro país, explica que los campesinos temen retomar la agricultura orgánica porque significa más trabajo, y al final “si no hacen su tortilla y quieren vender su maíz, pues no les sale. La recomendación que yo les hago es que siembren su maíz, sus habas,  sus frijoles y que los consuman. Lo más importante, como pequeños y medianos campesinos, es que nosotros consumamos lo que nosotros producimos para que se den cuenta de que es lo más sano que puede haber. Si ustedes compran sus tortillas en la tortillería, ¿saben de dónde vienen? No sabemos ni cómo cultivaron el maíz, ni qué le están echando. Cuentan que es harina, que es maíz, pero realmente no lo sabemos. La recomendación a los pequeños y medianos productores es que regresemos a cultivar orgánicamente, y a los amigos que no siembran decirles lo que tenemos para que puedan comer sanamente, pues deben enterarse de que hay gente que está produciendo sanamente”.

Mientras recorremos su terreno, Esiquio nos muestra también los tres abonos con los que cultiva sus semillas. Nos cuenta que antes abonaban con pura composta, a base de desperdicios domésticos, y que ahora además utilizan lombricomposta y un bocachi que prepara.

“Tenemos nopales, magueyes… Para mí esto está bonito, pero para mis vecinos no. No les gusta así el terreno: si porque está verde, si porque está seco… Entonces empiezan a decirme: ya haz locales o véndeselo al Oxxo. ¿Cómo ves?”, remata balanceando la cabeza de lado a lado, con una sonrisa burlona bailando entre los labios.

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