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Sobre el México que podemos tener
N

o: no se trata de volver atrás. Los tiempos del presidencialismo autoritario y sus derivadas en el arbitraje supremo de la política y las grandes decisiones en la economía ya pasaron. Mas esta constatación, que muchos convirtieron en mantra, no nos resuelve muchos de los dilemas que tenemos que dilucidar para encontrar la salida del laberinto político y económico en que estamos.

Al finalizar el siglo, se festinó el fin del presidencialismo pero lo que se puso en su lugar, la democracia representativa pluralista y el reino del mercado, el más abierto de nuestra historia y uno de los más abiertos en este mundo de la apertura global, no ha rendido los frutos prometidos. Los postulantes de ese binomio, que no pocos confundieron con la modernidad, sólo ofrecen hoy más de lo mismo, amparados en una supuesta racionalidad económica que ha hecho de la paciencia un sucedáneo de la resignación.

Hasta hace poco, todavía bajo el impacto de las imágenes y relatos de los damnificados de los sismos, muchos insistíamos en que la consigna y el objetivo nacional, del Estado y la sociedad, debería ser la reconstrucción, entendida como renovación o, como sugiere la ONU, como transformación. Reconstruir, renovar y transformar estructuras averiadas o mal hechas; renovar visiones de nuestro país y del mundo, de su historia, su presente y sus posibles porvenires.

Así, imaginábamos, desde estos atribulados sentimientos, sin soslayar ni olvidar las lecciones de la historia, podríamos empezar a trazar un futuro deseable y un presente posible por necesario. No se fue muy lejos en este empeño.

La desmemoria se impuso y poco se habla del tema, salvo para buscar chivos expiatorios o solapar trapacerías como las intentadas por unos diputados en la Asamblea Legislativa que pretendían apoderarse de los fondos para la reconstrucción en la ciudad. Hoy, lo que impera es un intercambio de falacias sobre la coyuntura nacional que no hace sino abundar en la confusión en que se encuentra la política formal, donde las dirigencias renuncian a sus posturas ideológicas sin menor explicación y a cambio ofrecen extravagantes combinaciones de ocurrencias y reparto de posiciones que llaman coaliciones y ofertas de cambio de régimen.

En Sonora, convocados por la corresponsalía en Hermosillo del Seminario de Cultura Mexicana presidida por el doctor Rubén Flores, la Universidad de Sonora, el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), y con el apoyo de la Fundación Ealy, nos reunimos el jueves y el viernes pasados en sendas mesas redondas para examinar la perspectiva y arriesgar reflexiones estratégicas para el desarrollo de México. Tanto Bulmaro Pacheco, destacado político sonorense, como Enrique Provencio, coordinador del Informe sobre el Desarrollo de México del PUED, pusieron de relieve las capacidades y potencialidades no aprovechadas, así como la importancia y valor presente que puede y debe tener la política democática para rearticular esfuerzos y sostener estrategias de cambio generoso en lo social y, desde luego, en lo regional.

Por su parte, Pablo Wong, director del CIAD, llamó nuestra atención sobre los activos con que ya cuenta el país y lo que podría significar contar con una base científica y tecnológica a la altura de aquellas potencialidades y necesidades que al combinarse definen la coyuntura y perfilan la perspectiva. Jesús Larios, de la corresponsalía del SCM, a su vez, sembró los encuentros con preguntas y referencias pertinentes, mientras que muchos de los asistentes participaron con cuestiones pertinentes y apuntes desafiantes sobre el estado real del sistema político, las amenazas de Trump, las debilidades de la infraestructura, erosionada por lustros de descuido, etcétera.

La perspectiva económica no es buena, como lo acaba de documentar la encuesta más reciente de Banxico con los analistas del sector privado. En el plano de la vida social, la densidad y magnitud de la pobreza, combinada con una desigualdad imperturbable, nos arrojan perspectivas lúgubres, ensombrecidas todavía más por la violencia y el crimen. De ahí que debamos aferrarnos a la defensa de una política que todos sabemos tampoco ha estado a la altura de sus promesas ni de las necesidades de liderazgo de la sociedad y del Estado en estos tiempos marcados por la incertidumbre y el temor.

Sólo fortaleciendo la voz colectiva y protegiendo lo que nos queda de lealtad nacional y comunitaria, podremos salir al paso de una desenfrenada tentación a la salida, que diría Hirschman, y así evitar la reedición de otra tragedia, ya no del desarrollo como este sabio entendió nuestro 68, sino del atraso que se impone sobre las alentadoras realidades del cambio económico y cultural registrado por el país a lo largo de décadas.

México debe y puede ser próspero a condición de que sea justo. Esta ecuación debería ser la guía de nuestros debates, encuentros y desencuentros en este verano caliente y duro de nuestros descontentos. Rehacer un acuerdo en lo fundamental para el desarrollo; redefinir el formato de la economía mixta en que se sustentó el desenvolvimiento económico y social anterior a las crisis de fin de siglo; alejar del horizonte de la economía de mercado y la democracia representativa la sombría perspectiva del cada quien para su santo y sálvese quien pueda que hoy parece inundar muchas esferas de los negocios y la política formal podría ser la agenda de todos si nos pusiéramos a conversar y dejáramos el grito para el mundial.

Son ecos de un convivio estimulante, en las espléndidas instalaciones de la Sociedad Sonorense de Historia. Con esta nota agradezco tanta hospitalidad y me uno al orgullo de los historiadores del gran estado norteño por la entrada a la Academia Mexicana de Historia del muy estimado doctor Ignacio Almada. Salud