Opinión
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Dagas verbales
P

ulula el uso de las palabras como dagas de doble filo, que cortan de ida y de regreso. La denostación del otro, a quien se le juzga encarnación del mal, conlleva golpearle simbólicamente y adjudicarle siempre intenciones aviesas por tener un punto de vista diferente.

El lenguaje verbal puede ser usado de múltiples maneras. Para confesar aprecio, para manifestar amor o para zaherir, ultrajar y buscar la ridiculización de quien tenemos por enemigo. Las dagas verbales son la negación del diálogo. En esta perspectiva los demás, quienes piensan distinto, no tienen derecho a ser escuchados.

Como expresión cultural, que conlleva la construcción de valores y su verbalización, la palabra hablada es el reflejo de la conciencia colectiva, de sus verdades y sus mitos. Es, también, la exteriorización de clichés hegemónicos, que llegaron a serlo después de un largo proceso de gestación histórica, de sedimentación cultural que al paso de las generaciones naturaliza valoraciones sobre los considerados extraños y determinadas prácticas hacia ellos/ellas.

En México es común asociar lo negativo con lo negro, lo mismo en chistes que en máximas proverbiales en las cuales se hiere, querámoslo o no, a personas de color oscuro. Este es un lastre que debe ser extirpado de nuestra vida cotidiana. Hasta que tuve muy querido(a)s amigo(a)s de piel oscura me percaté de lo mancillante que son expresiones como leyenda negra, tiene una negra conciencia, corazón negro, tiene negros sentimientos, trabajar como negro, es la oveja negra de la familia, tiene un negro pasado, meter mano negra, etcétera.

Otro ejemplo de laceración mediante palabras es el racismo que viven los indígenas en nuestro país. Una de las vertientes de ese racismo naturalizado, el que parece intrascendente y su emisor lo considera normal, es el que recurre a expresiones demeritorias de los pueblos indios. Así, para describir lo que hablan los indígenas, mucha gente y personas bien informadas en otros campos se refiere a dialecto en lugar de lengua o idioma. Con ello denotan una superioridad del idioma sobre algo que consideran de menor rango, el dialecto. O dicen que la mayoría de los indios son monolingües, cuando, tal vez, son proporcionalmente en México más lo(a)s indio(a)s que adicionalmente a su lengua hablan español, mientras mayoritariamente los mestizos son los que nada más manejan un idioma.

Desde la Colonia hay verbalizaciones que sobajan lo indígena, y lo contraponen a lo valioso y civilizado. Entre nosotros permanecen dichos como indio pata rajada; no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre; indio taimado; es india, pero está bonita; pinche indio ignorante; ahí viene la indiada; huele a indio; amar a Dios en tierra de indios y un caudal que el (la) lector(a) puede agregar.

Otro ejemplo de creatividad verbal agresiva contra los extraños es el de las minorías religiosas. La estigmatización hacia los protestantes en México tiene larga data. Durante los tres siglos de Colonia española se denigró a Lutero y la posible presencia de su maligna estirpe en tierras novohispanas. En el siglo XIX los creadores de la publicación El Martillo de los Cíclopes le dieron vida con el objetivo de combatir y destruir a quienes consideraban monstruos.

El Martillo de los Cíclopes fue un periódico que se publicó en Orizaba, Veracruz. Desde su nombre, el periódico dejaba ver nítidamente su objetivo: destruir a quienes consideraba deformes religiosa y moralmente, cuya sola presencia representaba un peligro que era necesario cortar de tajo. Parte de su estrategia, y de sus émulos contemporáneos, era construir una imagen horrenda de sus adversarios. La publicación los describía como atracadores de las límpidas conciencias mexicanas, perversos a la caza de incautos e inermes ciudadanos. Todos los males se desatarían sobre la patria de permitir que aflorara entre nosotros la mera existencia de los degenerados.

Hoy El Martillo de los Cíclopes tiene imitadores en varios periódicos, revistas y redes sociales, donde tuercen la información para favorecer a su opción política/electoral, ningunean las evidencias que no concuerdan con sus prejuicios, descalifican a sus oponentes y les desconocen como interlocutores válidos. Lo suyo es la denostación, crispar los ánimos de quienes les siguen con la intención de arrinconar simbólicamente, y si es posible físicamente, a la otredad que anhelan extirpar. No le hagamos el juego a los inquisidores en busca de fanáticos que les aclamen cuando enciendan la hoguera.

La esencia de la diversidad es el disenso. La uniformidad de pensamiento y valorativa es contraria a las sociedades con múltiples expresiones identitarias adoptadas por la ciudadanía. En este contexto es imprescindible contener los ánimos bélicos que se desatan, inicialmente, con linchamientos simbólicos que podrían escalar a eliminaciones físicas. El asesinato verbal siempre antecede al homicidio de quien primero fue abrumado con improperios y avalancha de agravios.

Todo esto se halla bien dicho, y mejor, en Proverbios, capítulo 12, versículo 18: Habla el charlatán y da puñaladas, habla el sabio y todo lo sana (traducción La Palabra).