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Aprender a Morir

Más empatía, candidotes

P

or los resultados obtenidos luego de su administración, uno quisiera ignorar al grueso de quienes siguen metiéndose de candidatos a presidentes o al puesto que sea, pero cuando personas y puestos involucran y afectan al país entero, permanecer ajeno a las desalmadas campañas políticas raya en anemia ciudadana. Ahora, improvisarse como politólogo o asesor anónimo de los supuestos contendientes es irse al otro extremo de la anemia, pero cuando sus deficiencias rebasan todo límite y van contra el sentido común, los señalamientos son obligatorios, no obstante su reiterada resistencia a mejorar.

Cándido significa blanco, sencillo, sin malicia, lo más opuesto pues a candidato o aspirante a un cargo, que en la antigua Roma debía vestir con toga blanca para diferenciarse del resto de los ciudadanos. De esa blancura derivan otros términos que definen a los candidatos: candil, candileja, candelabro, candado, candente y candidote, aumentativo de cándido, que equivale a simple, a poco advertido, a quien exhibe un ego torpe, autocomplaciente y encantado de sus percepciones y limitaciones, con una sensibilidad antes que social egótica –exceso de importancia personal, culto a sí mismo y obsesión de imponerse– concentrada en su sentir antes que en los agravios, temores y carencias de la mayoría.

Empatía es la capacidad de traspasar el propio yo a los otros para ubicarlo en una mejor percepción de éstos. Es ponerse en los zapatos de los demás, reflejarlos con nuestras actitudes y procurar sintonizar expectativas recíprocas. Y aquí es donde el domingo 22 los amontonados candidatos exhibieron toda su candidez. ¿Qué asesor les dijo que inculpaciones mutuas, frases hechas, estadísticas y alardes de honestidad conmueven a la gente? ¿A qué hora su apresurado debate mostró verdadera sensibilidad hacia sus potenciales electores? ¿Qué expresión de su estirado rostro reflejó esa ineludible capacidad para ponerse en los zapatos de sus conciudadanos?

De los tres aspirantes que se quieren serios, el que sea capaz de recuperar la humanidad del mensaje político, de demostrar congruencia entre las promesas que hace y sus antecedentes de cumplimiento, el que no hable como candidote sino como un ser humano que siente y piensa, muy probablemente pueda aspirar al desprestigiado cargo. Urge tocar el corazón, antes que la razón, pues están ricos y pobres tan perplejos que se indistinguen para ser pendejos.