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La cuarta revolución industrial
T

odo indica que esta cuarta etapa estuvo a la orden del día en la última reunión de Davos, en la que aparecieron multitud de indicadores componentes de la cuarta revolución industrial. En la época moderna se habrían dado ya tres procesos históricos transformadores: la primera revolución industrial, entre 1760 y 1830 (la producción manual mecanizada, con novedades como la máquina de vapor); la segunda transformación habría tenido lugar hasta ya entrado el siglo XIX, con la aparición generalizada de la electricidad y las manufacturas en masa; luego hubo que esperar todavía más para la llegada de la tercera revolución, con la aparición de la electrónica, la tecnología de la información y las telecomunicaciones.

(Recordemos de pasada que AMLO sugiere que su movimiento es el cuarto revolucionario en la historia de México, después de la Independencia, la Reforma y la Revolución. No se refiere a lo implicado en este artículo, que es de orden científico y tecnológico, en tanto lo de AMLO es de naturaleza plenamente política, lo cual no implica que sería deseable que los candidatos se refirieran, como alusión a sus proyectos, a esta cuarta revolución industrial, como ya ha ocurrido en otros países.)

El cuarto giro trae consigo una tendencia a la automatización total de las manufacturas. Su nombre proviene de un grupo de expertos alemanes que trabajan desde 2013, para hacer posible la producción con una total independencia de la mano de obra. La automatización corre por cuenta de los sistemas ciberfísicos, hechos posibles por la Internet de la cosas y el cloud computing o nube.

Los sistemas ciberfísicos, que combinan maquinaria física y tangible con procesos digitales, son capaces de tomar decisiones descentralizadas y de cooperar entre ellos y con los humanos. Lo que veremos, dicen los teóricos, es una fábrica inteligente. Verdaderamente inteligente. También llamada 4.0, esta revolución tecnológica estaría ya ocurriendo a gran escala y a toda velocidad, y sigue a los tres procesos históricos transformadores referidos.

Los expertos nos dicen que “estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará nuestras formas de vida, de trabajo, de aprendizaje y diversión. En esta magna complejidad la transformación será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes, dice Klaus Schwab, autor del libro La cuarta revolución industrial, publicado este año.

Los nuevos poderes del cambio vendrán de la mano de la ingeniería genética y las neurotecnologías, dos áreas que parecen crípticas para el ciudadano medio. Pero sus repercusiones impactarán en todo el planeta: la revolución afectará el mercado del empleo, el futuro del trabajo y la desigualdad en el ingreso; sus consecuencias impactarán la seguridad geopolítica y los marcos éticos prevalecientes.

Entonces, ¿por qué se trata de una revolución? Lo importante, destacan los teóricos de la idea, es que no se trata de desarrollos, sino del encuentro de esos desarrollos. En ese sentido, representa un cambio de paradigma, en lugar de un paso más en la frenética carrera tecnológica.

El mismo Klaus Schwab puntualiza que esta revolución 4.0 se basa en sistemas ciberfísicos, que combinan infraestructura física con software, sensores, nanotecnología y tecnología digital de comunicaciones;

La Internet de las cosas jugará un rol fundamental. Permitirá agregar 14.2 billones de dólares en los próximos 15 años. Además, cambiará el mundo del empleo por completo y afectará a industrias en todo el planeta.

Podemos entonces concluir –sostiene Schwab– que la cuarta revolución industrial no se define por un conjunto de nuevas tecnologías, sino por la transición hacia nuevos sistemas que están construidos sobre la infraestructura de la revolución digital (anterior). Habría tres razones por las que las transformaciones actuales no representan una prolongación de la tercera revolución industrial, en primer lugar porque llegan a una distinta velocidad, alcance e impacto en los sistemas. La velocidad de los avances actuales no tiene precedente en la historia. Y además podría acabar con 5 millones de puestos de trabajo, lo cual ninguno de sus más entusiastas partidarios ha podido responder.

Podrá decirse que los países más desarrollados cumplirán más plenamente con los requisitos que supone la cuarta transformación; sin embargo, buen número de expertos destacan que son las economías emergentes las que podrían sacarle mayor provecho. La cuarta revolución tiene el potencial de elevar los niveles de ingreso globales y mejorar la calidad de vida de poblaciones enteras, las mismas que se han beneficiado con la llegada del mundo digital (y la posibilidad, para el caso, de hacer pagos, escuchar música o pedir un taxi desde un celular ubicuo y barato); sin embargo, el proceso de transformación sólo beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse.

Y todavía podemos decir: si los cambios ocurren a toda velocidad, como señalan los entusiastas de la cuarta revolución, el efecto puede ser más devastador que el generado en su momento por la tercera revolución.

Por otro lado, en el juego de la tecnología siempre hay ganadores y perdedores, dice a BBC Elizabeth Garbee, investigadora de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona, “con el riesgo de que la élite tecnocrática vea todos los cambios que vienen como una justificación de sus valores…, lo cual exacerbaría la iniquidad que padecemos en el mundo de hoy.

“Dado que mantener el statu quo no es una opción, necesitamos un debate democrático fundamental en torno a los cambios tecnológicos, forma y objetivos de esta nueva economía”, apunta Ritter. Y añade: los mercados emergentes de Asia están en la vanguardia de la cuarta revolución.

Estas tecnologías representan avances asombrosos. Pero el entusiasmo no es excusa para la ingenuidad y la historia está plagada de ejemplos de cómo la tecnología pasa por encima de los marcos sociales, éticos y políticos que necesitamos para hacer buen uso de ella, remata Garbee. Algunos teóricos más pragmáticos han afirmado que la cuarta revolución no hará sino aumentar la desigualdad en el reparto del ingreso y traerá consigo toda clase de dilemas de seguridad geopolítica.

El principio básico es que las empresas podrán crear redes inteligentes con autocontrol, a lo largo de toda la cadena de valor. Los cálculos económicos son impactantes: según estimó la consultora Accenture en 2015, una versión a escala industrial de esta revolución podría agregar 14.2 billones de dólares a la economía mundial en los próximos 15 años.

En el Foro de Davos, en enero pasado, hubo un anticipo de lo que los académicos más entusiastas piensan al hablar de revolución 4.0: nanotecnologías, neurotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistemas de almacenamiento de energía, drones e impresoras 3D serán sus artífices.

Pero serán también los gestores de una de las premisas más polémicas del cambio: la cuarta revolución podría acabar con 5 millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo.

Pese al optimismo que parece reinar, los sondeos reflejan las preocupaciones de empresarios por el darwinismo tecnológico, donde aquellos que no se adapten no lograrán sobrevivir… el efecto podría ser más devastador del que generó a su vez la tercera revolución.

*En este artículo se siguieron esencialmente las reflexiones del ensayo de Valeria Perasso: Qué es la cuarta revolución industrial, BBC, 12/10/16