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Bloody Miami
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Tom WolfeFoto © Mark Seliger/ Anagrama
 
Periódico La Jornada
Miércoles 16 de mayo de 2018, p. 5

El narrador Tom Wolfe (1930-2018) escribió en 2013 la que resultó ser su última novela, Bloody Miami, publicada por Anagrama.

Con autorización de la editorial ofrecemos a los lectores de La Jornada un fragmento de esta obra

PLAF la lancha de salvamento da un salto en el aire y cae de nuevo PLAF sobre otra ola en la bahía y brinca y desciende PLAF sobre otra ola y PLAF salta en el aire mientras suenan las sirenas policiales y el estallido de las luces multicolores PLAF de emergencia describe unos trazos demenciales por el techo PLAF pero a los compañeros del agente de policía Nestor Camacho PLAF que van en el puente de mando les encanta eso y esos dos gordos PLAF americanos adoran pilotar la lancha PLAF con el acelerador a toda marcha contra el viento a setenta kilómetros por hora PLAF saltando y brincando con su casco de aluminio plano PLAF de ola PLAF en ola PLAF en ola PLAF hasta la embocadura de la bahía de Biscayne para ocuparse del hombre encaramado al mástil PLAF cerca del paso elevado de Rickenbacker...

... PLAF los dos americanos sentados al timón en asientos con amortiguadores incorporados para aguantar todos los PLAF saltos mientras Nestor, con veinticinco años y cuatro en la policía pero PLAF recién ascendido a la Patrulla Marítima, una unidad PLAF de élite, y aún en periodo de prueba, se veía PLAF relegado a un espacio detrás de ellos y PLAF tenía que agarrarse a algo llamado barra vertical y PLAF servirse de las piernas a guisa de amortiguadores...

¡Una barra vertical! Aquella embarcación, la lancha de salvamento, era lo contrario de aerodinámica. Era feeeeeeeaaa... una cubierta de siete metros y medio de largo semejante a una correosa tortita rellena de espuma a la que habían incorporado la cabina de un viejo remolcador a modo de puente de mando. Pero con sus dos motores de 1.500 caballos, aquella cosa iba como una bala por el agua. No se podía hundir a menos que disparasen con un cañón y le hicieran agujeros de treinta centímetros de diámetro, muchos de ellos a través del relleno de espuma. En las pruebas, nadie había sido capaz de volcarla, por muchas maniobras descabelladas que hubieran imaginado. Estaba concebida para operaciones de rescate. ¿Y esa cabina del puente de mando en la que iban los americanos? Como producto de construcción naval, era Betty la Fea, pero estaba insonorizada. Fuera, a setenta kilómetros por hora, en la cubierta de la lancha, con la combustión interna, el aire y el agua, uno parecía encontrarse en medio de un huracán... mientras que dentro del puente de mando ni siquiera había que alzar la voz... para preguntarse con qué clase de chiflado tendrían que enfrentarse en lo alto de un mástil cerca del paso elevado de Rickenbacker.

Al timón iba el sargento McCorkle, de pelo rubio rojizo y ojos azules, y sentado junto a él, su segundo al mando, el agente Kite, de cabello trigueño y ojos azules. Los dos estaban como vacas, grasa por todas partes... ¡y eran rubitos de ojos azules! Los rubios... –¡con ojos azules!– te hacían pensar en americanos sin darte cuenta.

Kite estaba PLAF hablando por la radio de la policía: Q,S,M –código de la Policía de Miami que quería decir Repita–. ¿Negativo? PLAF ¿Negativo? ¿Dice que nadie sabe lo que hace ahí arriba? ¿Un tío encaramado a un PLAF mástil que no para de gritar, y nadie sabe qué PLAF dice? ¿Q,K,T? –que quería decir: Cierro.

Ruido de interferencias crissss craaajjjj... Radiocom: Q,L,Y –por Entendido–. Eso es todo lo que tenemos. Cuatro tres envía una PLAF unidad al paso elevado. Q,K,T.

Largo silencio PLAF estupefacto... Q,L,Y... Q,R,U... Q,S,L –es decir: Corto.

Kite se quedó PLAF inmóvil un momento, con el micrófono frente a la cara y mirándolo con los ojos entornados como si PLAF fuera la primera vez que lo viese.

–No saben ni una mierda, sargento.

–¿Quién está en Radiocom?

–No lo sé. Un PLAF canadiense. –Hizo una pausa...

¿Canadiense?

–... Sólo espero que no sea otro PLAF ilegal, sargento. Esos gilipollas están tan locos que te PLAF pueden matar sin querer. Ni hablar de negociaciones, aunque haya alguien que sepa PLAF su puñetera lengua. ¡Nada de salvarles la puta vida, si vamos PLAF a eso! Sólo hay que prepararse para la Pelea Final bajo el agua con algún PLAF capullo a tope de adrenalina. Si quiere saber mi opinión, ése es el subidón más desagradable PLAF que hay, sargento, el de adrenalina. Un motero lleno de anfetas... no es nada comparado con uno de esos esqueléticos PLAF capullos cargados de adrenalina.

¿Capullos?

Los dos americanos no se miran cuando hablan. Miran al frente, los ojos fijos en la perspectiva de un gilipollas encaramado en lo alto de un mástil junto al paso elevado de Rickenbacker.

Por el parabrisas –inclinado hacia delante en vez de hacia atrás, lo contrario de aerodinámico– se veía que se había levantado viento y que la bahía estaba agitada, pero por lo demás era un típico día de Miami de principios de septiembre... verano todavía... ni una nube en ningún sitio... y joder, qué calor. El sol convertía la alta bóveda celeste en una gigantesca lámpara de calor, esplendente y cegadora, arrancando secuencias de brillantes reflejos hasta en la última superficie curva, incluso en la cresta de las olas. Acababan de pasar a toda velocidad los puertos deportivos de Coconut Grove. Los edificios de Miami, con un curioso color rosado, empezaban a recortarse contra el horizonte, abrasados bajo las ráfagas del sol. Estrictamente hablando, Nestor no veía todo eso –el tinte rosáceo, el resplandor del sol, el vacío azul del cielo, las andanadas de sol–, pero sabía que estaba allí. No podía verlo realmente, porque como es natural llevaba gafas de sol, no ya oscuras, sino las más oscuras, magníficamente oscuras, superlativamente oscuras, con una varilla de oro de imitación por toda la parte de arriba. Las que llevaba todo poli cubano fardón... 29,95 dólares en la CVS... ¡varilla de oro, nena!

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Portada del libro de Wolfe

Fardón también era el modo en el que se afeitaba la cabeza con sólo un pequeño círculo de pelo, como un helipuerto, en la cocorota. Y aún más molón era su cuello: mucho más guay, y nada fácil de conseguir. Ahora lo tenía más ancho que la cabeza y parecía fundirse con los trapecios... por ahí. ¡Ejercicios de luchador, nena, levantando peso con el cuello! Un arnés en la cabeza con pesas: ¡ése es el truco! Con el cuello ancho y la cabeza afeitada pareces un luchador turco. De lo contrario, una cabeza afeitada es como el pomo de una puerta. Era un chaval delgaducho de uno setenta cuando empezó a pensar en el cuerpo de policía. Hoy seguía midiendo uno setenta, pero... en el espejo... uno setenta de grandes y suaves formaciones rocosas, verdaderos Gibraltares, trapecios, deltoides, dorsales, pectorales, bíceps, tríceps, oblicuos, abdominales, glúteos, cuádriceps –¡macizos!–, ¿y quieres saber qué era mejor que las pesas para el tronco? Trepar por la cuerda de dieciséis metros en el ¡¡¡Ññññññooooooooooooo!!! ¡Qué Gym! de Rodriguez, como todo el mundo lo llamaba, sin utilizar las piernas. ¿Quieres bíceps y dorsales macizos... e incluso pectorales? Nada como trepar por la cuerda de dieciséis metros en el gimnasio de Rodriguez –¡macizos!–, así se definían las profundas y oscuras grietas, cada masa de músculo remetiéndose por los bordes... en el espejo. En torno a ese cuello llevaba una fina cadena de oro con un medallón de Santa Bárbara, la más guay de la santería, patrona de la artillería y los explosivos, que descansaba en su pecho bajo la camisa... Camisa... Aquél era el problema con la Patrulla Marítima. Para patrullar por la calle, un poli cubano como él se pondría un uniforme de manga corta de una talla inferior a la suya para resaltar hasta la última de sus formaciones rocosas... sobre todo, en su caso, el tríceps, el alargado músculo de la parte exterior del brazo. Consideraba el suyo como el triunfo geológico definitivo del tríceps... en el espejo. Si eras cubano y verdaderamente fardón, debías tener el fondillo de los pantalones del uniforme bien ajustado –mucho– de manera que de espaldas pareciese que llevabas un bañador largo. De ese modo, ofre-cías un aspecto suave a los ojos de toda jebita que te encontraras por la calle. Así fue precisamente como conoció a Magdalena... ¡Magdalena!

Suave debía de ser su aspecto cuando aquella jebita quería pasar la barricada que cortaba la avenida Dieciséis a la altura de la calle Ocho y él se lo impidió y ella empezó a discutir y la rabia que había en sus ojos sólo hizo que se volviera aún más loco por ella –¡Dios mío–, pero entonces él sonrió de cierta manera diciéndole me encantaría dejarte pasar... pero no lo voy a hacer y siguió sonriéndole de la misma forma y dos noches después ella le dijo que cuando él empezó a sonreír creyó que lo había convencido con sus encantos para dejar que se saliera con la suya pero entonces se quedó planchada con lo de pero no lo voy a hacer... y eso la excitó. ¡Pero suponte que aquel día hubiera llevado este uniforme! Joder, sólo se habría fijado en que no la dejaba pasar. Este uniforme de la Patrulla Marítima... sólo era eso, un holgado polo blanco y unos shorts anchos de color azul oscuro. Con que sólo pudiera acortar las mangas... pero lo notarían inmediatamente. Se convertiría en el hazmerreír de todo el mundo... ¿Qué empezarían a llamarle... Músculos...? ¿Míster Universo... o sólo Uni? –pronunciado Yuny–, lo que sería aún peor. Así que le tocaba cargar con ese... uniforme que le daba el aspecto de niño retrasado demasiado crecido de paseo por el parque. Bueno, al menos a él no le quedaba tan mal como a los dos americanos gordos que tenía delante. Desde ahí, recostado contra la barra vertical, podía observarlos bien por atrás... repugnante... cómo les sobresalía la grasa en forma de michelines en el punto en donde el polo se metía en los pantalones cortos. Daba pena; y tenían que estar lo bastante en forma para rescatar del agua a gente presa del pánico. Por un instante se le ocurrió que a lo mejor se había convertido en un esnob del cuerpo, pero sólo fue eso, un instante. Coño, ya era bastante raro acudir a un servicio sin más que americanos alrededor. Eso no le había pasado ni una sola vez en sus dos años de patrulla por la calle. Quedaban muy pocos en el cuerpo de policía. Doblemente raro era que un par de representantes de un grupo minoritario lo superase en número y en rango. No tenía nada contra las minorías... los americanos...