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Violencias

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Jaelyn Cogburn, alumna de la Preparatoria Santa Fe, en Texas, rompió en llanto al hablar durante el funeral de una estudiante de intercambio de origen paquistaní que se alojaba en su casa, quien murió en un tiroteo perpetrado por uno de sus compañeros el pasado viernesFoto Ap
O

tra vez, otra vez.

Hasta la fecha en este 2018, hay más bajas mortales de estudiantes y maestros en escuelas que de militares estadunidenses reporta el Washington Post. Van 22 incidentes de tiroteos en escuelas en Estados Unidos en las 20 semanas de 2018, o sea en promedio un tiroteo escolar por semana, reporta CNN. Unos 214 mil menores de edad han sido testigos de violencia por armas de fuego en 216 escuelas desde la matanza en la preparatoria de Columbine en 1999; por lo menos 141 niños y educadores han perecido y 284 han resultado heridos, calcula el Washington Post.

Tal vez lo peor es que ya no sorprende. Una estudiante en Santa Fe, Texas, que sobrevivió el tiroteo el viernes comentó que ha estado ocurriendo en todas partes. Siempre había sentido que eventualmente ocurriría aquí también. Los estudiantes en Parkland, Florida, que detonaron un movimiento nacional por el control de armas de fuego después de sufrir una tragedia similar hace sólo tres meses expresaron su solidaridad y acusaron a los políticos cómplices de los promotores de armas de que ahora tienen más sangre de jóvenes en sus manos.

Estados Unidos se distingue por ser de los pueblos más armados del mundo y le gana, por mucho, a todos en la tasa de tiroteos masivos (en segundo lugar está Yemen). Según una investigación, los estadunidenses representan alrededor de 4.4 por ciento de la población mundial, pero son dueños de 42 por ciento de la armas en manos privadas en el mundo y se comprueba la correlación directa entre la tasa de armas en manos privadas y los tiroteos masivos.

Estos episodios sacuden a esta sociedad, pero no lo suficiente. Tal vez porque este es uno de los países más violentos del mundo. Hoy día tiene por lo menos siete frentes de guerra en el extranjero con un incesante incremento de víctimas civiles; nadie sabe cuántos, ni sus nombres, ni cuántos son estudiantes o maestros igualitos a los de Florida y Texas.

Los balazos dentro y fuera de sus fronteras son sólo una de las expresiones de violencia en este país. La violencia ejercida por las autoridades dentro del país –contra inmigrantes, contra jóvenes negros desarmados, en el sistema carcelario más numeroso del planeta– es sólo una expresión de la violencia sistémica que azota a esta población.

Una parte se manifiesta claramente en las actuales políticas contra los más vulnerables, incluida la reducción de programas de bienestar social, la asistencia alimentaria, apoyos para salud y vivienda, para menores de edad, la desregulación de normas ambientales y laborales, el ataque frontal contra programas de salud de las mujeres incluyendo el aborto, y ni hablar, las medidas brutales contra los inmigrantes.

Pero tal vez la violencia más extrema y enmascarada es la desigualdad económica. En medio de un auge económico –la tasa de desempleo históricamente baja, la tasa de ganancias empresariales alta, nuevos récords de alzas en los mercados bursátiles– resulta que alrededor de la mitad de la población está viviendo en condiciones cada vez más precarias en el país más rico en la historia.

Varios informes recientes documentan esta realidad. En uno realizado por la organización caritativa nacional United Way, recién emitido, se descubrió que más de 40 por ciento de los hogares estadunidenses no pueden pagar los costos básicos de vida como renta, transporte, cuidado de los niños y teléfono celular. Otros 16.1 millones de hogares sobreviven en la pobreza; uno de cada seis menores de edad viven en hogares que batallan para tener comida suficiente cada día.

A la vez, el uno por ciento más rico duplicó su concentración del ingreso nacional de 11 por ciento en 1980 a 20 por ciento en 2016; mientras 50 por ciento de los de abajo, que antes captaban 21 por ciento del ingreso nacional, bajó a 13 por ciento en ese periodo, según el Informe Mundial sobre Desigualdad Económica 2018 de Thomas Piketty y otros.

El tercer hombre más rico del planeta, Warren Buffet, al señalar que la riqueza de los 400 estadunidenses más ricos se multiplicó 29 veces entre 1982 y hoy día, comentó que el problema con la economía eran los multimillonarios como él, argumentando que la concentración aguda de riqueza es a costo de millones de desamparados. Según otro informe, esos 400 más ricos ahora concentran más riqueza 204 millones, o el 64 por ciento de la población de abajo.

Buffett, junto con Bill Gates y Jeff Bezos, el trío más rico de todos los estadunidenses, concentran más riqueza que el total de 50 por ciento de la población de abajo; más de 160 millones de personas, según un informe del Institute for Policy Studies.

En años recientes, incluso antes de Trump, figuras como el economista Premio Nobel Joseph Stiglitz, el ex presidente Jimmy Carter y el senador Bernie Sanders han advertido sobre cómo la democracia estadunidense está amenazada por el surgimiento de lo que algunos llaman una oligarquía, o una plutocracia, o el uno por ciento (contribución al debate público de Ocupa Wall Street).

Ante todo esto, está más vigente que nunca la Campaña de los Pobres, el movimiento originalmente impulsado por Martin Luther King hace 50 años, que renace ahora con el mismo llamado moral contra lo que definen como la violencia sistémica e interrelacionada del militarismo, el racismo y la pobreza.

También es en este contexto en que se detonó la serie de huelgas sin precedente en seis estados durante los últimos meses, precedente con miles de maestros no sólo para exigir mayores salarios, sino por el fin de las políticas de austeridad.

Y es que aquí no existe sólo la violencia física con armas, sino que hay otra aún más letal que golpea con políticas (algunas de las cuales nutren la física). No es que esto pueda explicar la violencia de las armas, pero tampoco se puede entender sin ese contexto.

Las políticas neoliberales promovidas por Washington y sus aliados por todo el mundo durante más de tres décadas también se han aplicado dentro de Estados Unidos. Las consecuencias, igual que en otros países, son violentas.