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¿La Fiesta en Paz?

Triunfan en La Florecita la ganadería de El Grullo, Héctor Gutiérrez y el varilarguero Carlos Domínguez

Exitosa presentación de un libro ideal para antitaurinos

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FERIA PENTECOSTÉS. El matador español Jesús Enrique Colombo saluda al público después de su participación en la feria Pentecostés, en Nimes, FranciaFoto Afp
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e gran taurinismo y torería debe calificarse la primera de las cuatro novilladas anunciadas en la plaza de La Florecita, de Ciudad Satélite. Abrió plaza Colega, astifino y terciado o discreto de presencia, que de inmediato confirmó lo que todo buen aficionado sabe: el exceso de trapío, cornamenta y kilos no sustituye a la bravura, esa cualidad de algunos toros que se traduce en embestidas prontas y rectas, repetir éstas, pelear en el caballo tras acometer con codicia, no sólo seguir cansinamente la muleta y no buscar el refugio de las querencias. Colega recargó en un puyazo trasero, hirió en la pantorrilla derecha a su matador y primer espada, José María Hermosillo, cuando inició una caleserina, y al banderillero Juan Ramón Saldaña en la ingle derecha, al intentar cuartear. Rabioso y sin mirarse la cornada, Saldaña volvió a tomar los palos, dejando el par en lo alto. Eso se llama ¡torería! Así de fuerte era la embestida y de certeros los derrotes. Salió Hermosillo con la pantorrilla vendada y mermado de facultades ante un novillo exigente, claro y con recorrido con el que sólo tuvo detalles.

Compadre, también de El Grullo, fue segundo y correspondió a Héctor Gutiérrez. Las emociones aumentaron cuando el novillo se arrancó de largo y con fuerza al caballo de Carlos Domínguez, que cobró un certero puyazo aguantando aquella embestida. ¡Qué escena más verdadera y qué momento más intenso! La suerte de varas ha perdido su gran importancia y posibilidades de torería, precisamente por la disminución de la bravura en las reses, que ahora se prueban por su duración en la muleta, no por su empuje en la puya. Brindó Gutiérrez a su paisano Hermosillo y consiguió una estructurada faena por ambos lados, mandando y ligando la exigente embestida coronada con entera en lo alto, recibiendo merecida oreja y los restos del astado los honores de la vuelta al ruedo. Con su segundo, de La Paz, Gutiérrez tuvo el gran mérito de hacer lucir a un deslucido. Cobró otra certera estocada y obtuvo otro apéndice. Sé más tú y parécete lo menos posible a los demás, me permití decirle a la salida a tan prometedor novillero.

En Puebla, su rica tradición taurina prosigue entre altibajos con coliseos sin acreditarse, gobiernos panistas sin idea y libros de auténtico lujo, como el mencionado en la columna anterior, Ofensa y defensa de la tauromaquia, publicado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), y cuyas nuevas, amplias y modernas instalaciones del Complejo Cultural Universitario demandan una difusión cultural en proporción. Su autor es el crítico taurino de La Jornada de Oriente, Horacio Reiba, Alcalino –en la presentación, Aurelio Fernández Fuentes, director del periódico hermano desde su fundación en 1990, informó que Reiba no ha dejado de entregar ni una sola vez sus colaboraciones semanales–, cuyo prestigio convocó a casi un centenar de asistentes.

¿Qué hacer con los antitaurinos?, preguntó alguien. Y el matador Raúl Ponce de León, ahí presente, contestó: hay que pedirles que lean. Ofensa y defensa de la tauromaquia es un compendio de principios, autocrítica y sustentadas reflexiones taurinas que, sin duda, puede ser de mucho provecho para cuantos deseen cuestionar, con bases no con fobias, la fiesta de los toros en general y el espectáculo taurino en particular. Ojalá que la BUAP no caiga en el marasmo distributivo que caracteriza a nuestras universidades.