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Alma Delia Murillo ficciona sus vivencias en El niño que fuimos, obra publicada por Alfaguara

Denuncia autora cómo el abuso sexual se ceba en la infancia

Ese es el verdadero terror, no el hombre de la bolsa ni el fantasma debajo de la cama, explica

En esa etapa el pobre cuerpo nada entiende; te duele, tienes fiebre y descubres a qué eres alérgico

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“En El niño que fuimos no cuento mi propia historia, sino pedazos de historias, porque no se arruina una buena historia contando la verdad. Hay que hacer ficción, hay que mentir”, detalla Alma Delia Murillo en charla con La JornadaFoto Luis Humberto González
 
Periódico La Jornada
Martes 29 de mayo de 2018, p. 4

El abuso sexual es el verdadero terror cuando se recuerda la infancia; no es el hombre de la bolsa ni el fantasma debajo de la cama, sostiene Alma Delia Murillo, a propósito de su novela El niño que fuimos (Alfaguara), recientemente publicada.

Al abrir uno el clóset de los monstruos de cuando era niño, aparecen esas imágenes terribles, esos fantasmas de cosas sórdidas y horribles que también vi o escuché. Era un internado con 300 niños, en muchos casos sin madre ni padre. Eso es un caldo de cultivo para el abuso, explica la autora en entrevista con La Jornada.

Para Murillo (Ciudad de México, 1979) crecer en esa situación significaba “mucha vulnerabilidad y por eso el internado era un lugar de resguardo; ahí es donde están seguros. Salen a la calle y pasan todas estas cosas: las escenas sexuales, que son como burdas, lo del Metro, el sacristán, son de abuso. En la novela hay un tema de abuso a niños. La experiencia sexual de Óscar que es un poco seguir en ese lugar.

“Los seres humanos –añade la autora– somos así. Sólo somos personas. Es más difícil ser persona que ser buena persona. Lo primero es enterarte de lo complejo de que estás hecho. Eso lo intenté con Óscar en particular. Voy mostrando otros momentos de su vida sexual, de cómo se descubre, tiene otros encuentros: su gran pendiente sexual. Su madre se prostituía. Él aprendió el sexo, lo intuyó, le resonó de una manera compleja, con culpa, vergüenza y con profundo deseo, por eso tiene estas manifestaciones.”

Crecer, acto de sobrevivencia

Alma Delia Murillo utiliza en el libro fragmentos de su experiencia como interna en una escuela pública para hablar de la infancia. Crecer es un acto de sobrevivencia, pues en ese periodo el pobre cuerpo nada entiende; te duele, tienes fiebre y descubres a qué eres alérgico.

Las vivencias en un internado con cientos de niñas, refiere, me dejaron muchas historias que contar, ver en colectivo todo, el descubrimiento de la sexualidad, las peleas, la violencia, lo amoroso; todo lo que los seres humanos vivimos, pero no en una familia.

La novela explora la historia de María, Óscar y Román, tres infantes que coinciden en la primaria de un internado y se hacen grandes amigos; se separan cuando concluyen esa etapa escolar y se rencuentran casi 30 años después, con profesiones, entornos y vivencias opuestas.

La narradora sostiene que el México de los años 80, donde comienza esta ficción escritural, era igual de convulso y complicado que ahora, pero nosotros vivíamos en la colectividad presencial, de carne y hueso; ahora, lo vivimos en la redes sociales, una colectividad distinta.

Existe un personaje, Salvador, político priísta, pederasta, quien también es un ser humano con unas heridas brutales de la infancia. Además, ocurren situaciones como la prostitución infantil o el abuso de un sacristán que intercambia vivienda por favores sexuales.

Pasaban cosas horribles, pero no de arriba hacia abajo, sino entre seres humanos. Hay una escena brutal de abuso de una niña mayor con otra, a María. Es entre dos niñas. No necesariamente el abuso viene de los hombres a las mujeres. Lo que hay es una condición humana que te empuja a descubrir tus lados oscuro y luminoso, a saltarte la barda, pasarle por debajo o tumbar la puerta, describe Murillo.

Sin embargo, la escritora destaca que no se trata de un texto autobiográfico. “Es ficción. Está inspirada en algunos hechos reales. Es ‘vivencial’, como dice Guillermo Arriaga, pero no está contando mi propia historia, sino pedazos de historias, porque no se arruina una buena historia contando la verdad. Hay que hacer ficción, hay que mentir”.

El contexto de pobreza, afirma, es real. No se llega a un internado si no vienes de una familia en pobreza o donde el padre, la madre o ambos no están, o hay tantos hermanos que no alcanza. Estos tres están marcados, particularmente María y Óscar por un origen del estado de México, de una familia con muchas carencias.

Murillo destaca que no está escindido lo social de lo personal. La identidad también se construye por el entorno que ves, las carencias que tienes, qué decides o qué puedes hacer con eso. A veces la vida te pasa por encima y otras te permite moverte por arriba; soy de esos poquísimos afortunados casos de movilidad social. Vengo de tener siete hermanos, mi padre se fue y de pasar hambre.

En El niño que fuimos “quería contar pedacitos de realidad íntimos. Los personajes tienen sus fantasías grandilocuentes de qué iban a ser y luego se convierten en adultos promedio. Pero también hay belleza en eso, en ser un adulto normal.

“Es volver a mostrar que somos seres humanos, que sobrevivimos al niño que fuimos, porque fue difícil para todos, y poderlo reconocer de adulto es una mirada realista, íntima. Es escarbar sin hacer concesiones, en la niñez, y decir ‘la libré, aquí estoy’.”

Menciona que en esta obra “Óscar nunca pierde el amor por las palabras, María recupera la necesidad de ser desobediente y arrojada, un rasgo muy bonito de ella. Estas cosas dan alegría. Al final todos los hilos que te hacen adulto, los luminosos y los oscuros, están en el origen.

El ser humano es lo más complejo. La identidad es sutil, importante y difícil de agarrar. En la narración hay amor y desamor, dolor y sexo, pero también es importante si en casa no había para comer, si crecí escuchando un discurso de rechazo social permanente. No me interesa que ésta sea una novela social. Los personajes están desde un lugar muy íntimo.

Murillo relata la importancia de la fuga de los tres amigos, que van “rompiendo los límites, se van convirtiendo en migrantes. El que siempre se pasa al otro lado de la línea. Un grupo que somos así: los que nos pasamos del otro lado de la línea de la barda de la escuela, de tu límite social. Los tres “pertenecían al grupo de personas que necesitan el poder de irse’”.