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Felipe Ángeles, o la parábola del infiltrado
N

uestra idea de la Revolución está llena de personajes cuya actuación suscitó y suscita enconadas discusiones. Es muy difícil encontrar algún personaje unánimemente reprobado o por todos aplaudido. Por eso, el caso del general Felipe Ángeles es particular: creo que no hay historiador actual, no hay casi lector de historia, que no sienta una natural simpatía por el desgarbado artillero hidalguense.

Los valores que los lectores de historia sintetizan en Ángeles resultan singularmente atractivos y casi nadie los discute: valor, lealtad, probidad, inteligencia, sacrificio… incluso quienes descalificaban por bárbara o sin ideas la revolución popular asociada al nombre de Pancho Villa, aproba­ban la participación en ella de Ángeles, a quien veían como el alma buena del terrible y sanguinario Centauro, a quien pintaban como esquizofrénico (no, no es una producción del creador del mesías tropical y otros cuentos intelectuales, viene de décadas atrás).

Pero no siempre fue así: en 1913, muchos oficiales del ejército federal lo llamaron traidor: fue el único general que no defendió al gobierno establecido. ¿Eso significa que por haber apoyado a Victoriano Huerta, todos los altos mandos de la institución castrense, menos Ángeles, fueron...?

Meses después, Ángeles fue señalado por los carrancistas como una de las tres cabezas de la hidra de la reacción. Fue mostrado como el agente comisionado por los conspiradores del antiguo régimen para dividir, destruir desde dentro, la Revolución. Para los vencedores de la revolución Ángeles era un infiltrado. Esos militares revolucionarios (algunos de ellos, redactores de los postulados sociales de la Constitución de 1917) denunciaron a Ángeles como el más importante de los agentes porfiristas contrarrevolucionarios.

Para muchos militares constitucionalistas, Án­geles era un individuo indigno y traicionero; el administrador del cerebro del inculto Villa (bandolero incapaz de tener ideas); un enemigo al que no se debía tener consideraciones... y no se le tuvieron: cuando cayó preso Ángeles, el jefe militar de Chihuahua, Manuel M. Diéguez (antiguo magonista y líder de la huelga de Cananea) expresó con claridad ese sentir, al felicitar al presidente Carranza por la captura de ese individuo que tantos males ha causado al país. Carranza ordenó que se le formara de inmediato un consejo de guerra, que lo juzgó sumariamente. El general Ángeles fue fusilado en Chihuahua al rayar el alba del 26 de noviembre de 1919.

En la historiografía temprana de la Revolución, Felipe Ángeles es eso: el maquiavélico agente del antiguo régimen causante de la escisión revolucionaria y responsable, a fin de cuentas, de los crímenes del villismo. Bernardino Mena Brito, oficial cercano a Carranza, sintetizó en los años 30 del siglo XX la idea que la mayoría de los revolucionarios tenían de Ángeles: como hijo de un traidor (el padre del artillero sirvió en el ejército conservador y al imperio de Maximiliano), fue traidor él mismo a Díaz, en cuyo régimen se formó, y a Madero, pues por omisión tuvo una alta responsabilidad en el cuartelazo de la Ciudadela. Ángeles era vil, cobarde y traicionero; el jefe de una quinta columna porfirista (o reaccionaria) en el seno de la Revolución; el director técnico de la política villista, que conducía con el afán de abortar la Revolución y alcanzar la Presidencia, meta suprema de su ambición; una pieza fundamental en la estrategia del Departamento de Estado estadunidense en su lucha contra el nacionalismo de Carraza... y pésimo militar.

Esta última afirmación contrasta notablemente con la idea que hoy es casi lugar común. Para Mena Brito (para los carrancistas), Ángeles, que tan hábil y tortuoso era como político, como militar era pésimo: al igual que el resto de sus congéneres, los militares del viejo ejército, Ángeles era un prototipo de lentitud, cerrazón y falta de ambición como comandante, tanto como Villa era el prototipo del genio intuitivo de los jefes populares de la Revolución. Esa incapacidad de salirse de los cánones fue desastrosa para la División del Norte, dice Mena, en dos momentos decisivos: en Zacatecas, en las que su plan fue costosísimo en vi­das de revolucionarios, incluidos los bravos generales Toribio Ortega y Trinidad Rodríguez, además de que puso a la División del Norte a merced de las fuerzas leales al primer jefe en un gravísimo error estratégico, y en León y Trinidad, donde Ángeles mostró a plenitud su espíritu cerrado, anquilosado y timorato como jefe militar, y sólo el genio de Villa estuvo a punto de cambiar la suerte cuando dejó de seguir sus consejos.

Tuvieron que pasar dos o tres décadas para que se pensara de otro modo, de la manera en que hoy pensamos ¿Cuántos Mena Brito hay hoy?, ¿cuántos descalificamos con el argumento de que fulano sirvió al viejo régimen? Porque Ángeles cobró, vivió del erario durante 31 años.

Twitter: @HistoriaPedro

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