Opinión
Ver día anteriorMartes 29 de mayo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Transiciones
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erminé mi artículo de la semana pasada con un apunte sobre los grupos sociales más visibles de la sociedad mexicana: los viejos empresarios; los nuevos con las novísimas tecnologías; los capitalistas extranjeros, entre ellos los de las empresas fintech; la generación X, cuyo segmento más joven se hizo digital; los millennials nacidos en el marco de la revolución digital; la clase media empobrecida y no digital; los obreros asalariados empobrecidos; el mar de los trabajadores informales, los excluidos…; estos grupos cruzan a las principales clases sociales, aunque cada grupo tiene una ideología propia. Uso aquí el término ideología, en el sentido que Norberto Bobbio llama débil: un conjunto de valores sociales, éticos, políticos. Como es sabido el sentido fuerte del término se origina en Marx, como falsa conciencia sobre las relaciones de dominación entre las clases.

Entre los valores de los grupos sociales que refiero hay algunas superposiciones, y existen entre ellos también distancias diversas. Para una mirada de conjunto, esos grupos pueden conglomerarse y formar, en el plano de las ideas, las que Raúl Prebisch llamó la sociedad privilegiada de consumo (SPC) y la sociedad de infraconsumo (SI). En su brillante ensayo de 1979, Introducción al estudio de la crisis del capitalismo periférico, Prebisch observa el crecimiento de algunas manufacturas en América Latina, sus exportaciones y la introducción creciente de nuevas tecnologías. Pero era muy escéptico, con muchas razones, de que se tratara de una vía de desarrollo para el capitalismo periférico. Dijo, terminantemente: la SPC “es incompatible con la integración en el sistema de las grandes masas que vegetan en la SI. Que en la primera pueda alcanzarse gran eficiencia económica, no me cabe duda alguna; pero tampoco vacilo en afirmar que el sistema carece fundamentalmente de eficiencia social… La SPC no podría conciliarse, a la larga, con el avance de la democratización… Y ello acontece no tanto por las fallas intrínsecas de la democratización, que sin duda las tiene, como por las fallas profundas del sistema”. La inusitada vigencia de esas palabras no puede ser mayor.

AMLO ha dicho numerosas veces que busca la cuarta transformación de México y ha hablado sin parar de la justicia social. En tal caso, a partir de su victoria electoral, tendría que encaminarse el país hacia la conformación de un nuevo régimen político y social, orientado por la brújula de abatir la desigualdad social; por la inclusión de los desposeídos; por superar la que ha sido siempre una denigrante dicotomía social: la que refiere Prebisch.

En un marco democrático verdadero, la sociedad y el gobierno enfrentarían el desafío de operar esa transición de enormes dimensiones: di­mensiones tácticas y estratégicas de la política gubernamental y también de diversos grupos organizados de la sociedad, que requieren pasos crecientemente precisos, porque una transición como la aludida no puede procesarse en un sexenio. Menos aún con la opo­sición férrea de la SPC. Sucesivos equipos políticos tendrían que tomar la estafeta de esta transición. La historia de los regímenes latinoamericanos que vivieron su apogeo de gobiernos progresistas, y que hoy viven un duro perigeo, tiene mucho que enseñarnos.

Mientras se avanza en los primeros pasos de la justicia social en favor de los excluidos y comienza a instrumentarse un nuevo modelo de crecimiento, sería preciso comenzar a sentar las bases del nuevo régimen. Y entrambos debería haber coherencia óptima. Todo ello exige de un análisis continuo y profundo de la operación económica y de la gestión política. Menuda tarea.

Maquiavelo escribió El príncipe, un clásico en el sentido más literal del término, pensando, justa y principalmente, en un nuevo régimen. Ha sido innumerables veces evocado por la vigencia de sus observaciones vueltas pensamientos más de operación práctica, que teoría.

No confundir nunca el momento de la conquista con el momento del mantenimiento. A veces los órdenes nuevos requieren una reforma militar; pero ahí donde se requieran buenas armas (ejército, policía), conviene que existan buenas leyes.

El afán que se advierte en el texto del florentino es, de principio a fin, el de la regeneración de un organismo co­rrupto; en el capitulo XXVI, habla de su redención mediante la introducción de órdenes nuevos por obra de un gobernante nuevo.

Un régimen político es nuevo cuando es resultado de un proceso y de un trabajo histórico; debe ser una formación estatal provista de fundamentos robustos y de una organización propia. A efecto de que un nuevo régimen sobreviva y se consolide, es menester que el nuevo gobernante no ocupe una estructura política ya existente, sino que proceda a su transformación o renovación. Son todos pensamientos de Maquiavelo que es preciso meditar largamente.

Un nuevo régimen exige conocer en detalle la estructura jurídica sobre la que se asienta y conocer, asimismo, la naturaleza y dinámica de cambio de los grupos sociales arriba esbozados. Hoy como nunca en el pasado, es preciso saber todo acerca de la SPC, porque está fortificada por la sociedad que está llegando como tsunami: la sociedad digital. Sobre esto hay que saberlo todo. La sociedad digital no puede ser frenada, pero puede reconducirse de modo de volverla incluyente; hacerla respetuosa de la dignidad humana, cuidadosa con la casa de todos los mexicanos, y defensora, como no lo ha sido, de la naturaleza.

El espacio natural situado entre nuestras fronteras ha sido objeto de una rapiña estúpida y suicida. Así es el capitalismo neoliberal globalizado. Corregir esa infamia es parte de la transición.