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Aprender a Morir

Aceptar, soltar y elegir

E

l problema no es de latitudes o temperamentos, sino del profundo hueco de inexperiencia democrática creado por el PRI a lo largo de 77 años, en los cuales ha mantenido a la nación mexicana, con algunas variantes, en una especie de limbo ciudadano donde ideas, lenguaje y comportamientos son impuestos por el gobierno en turno, y el grueso de la ciudadanía los sobrelleva como buenamente puede, en un conservadurismo que permea clases.

Tan acentuada está en el inconsciente colectivo de los mexicanos la corrupta idea política del tricolor, que en el fugaz juego transicional –12 años– a cargo del opositor PAN, éste hizo como que hacía sin hacer en el fondo nada que beneficiara al grueso de la población, a su calidad de vida y a su expansión de conciencia ciudadana. Surgió entonces el PRIAN.

Especie de iglesias laicas, ambos partidos siguieron el modelo de la de Roma: sustituir cuestionamiento y formación de sus fieles con obediencia y sometimiento, confundir sentido de pertenencia con apoyos ocasionales pero oportunos y olvidarse tranquilamente de lo establecido y comprometido en sus respectivos documentos básicos. Como la Iglesia, con el invocado evangelio. Si la intención de Jesús no fue buscar el poder terrenal, sucesivas jerarquías religiosas decidieron que su reino sí era de este mundo, por lo que la transformación de las almas sigue esperando tiempos mejores, mal sostenida en una endeble fe de carbonero, igual que la confianza de la ciudadanía en los partidos.

Pero también cuesta trabajo aceptar la muerte de un sistema político cómplice y deshonesto que sigue tratando a los adultos como a menores de edad. Dentro de sus atracos y atraso colectivo ese sistema ha resultado relativamente cómodo para algunos sectores que, acusando miopía ciudadana, temen que esta mascarada ahora se convierta, uy, en otra Cuba u otra Venezuela. No creen en sí mismos y para colmo les creen a esos partidos.

Si dos candidatos mantienen un discurso de monaguillos bien portados que refuerza engaños y dependencias recurrentes, eludiendo temas esenciales y hablando a la asamblea desde el carcomido púlpito de sus intereses, corresponde a los votantes y al pueblo en general, como en toda pérdida, aceptar y soltar con madurez un modelo reiteradamente equivocado… a menos de que queramos convivir con su cadáver por tiempo indefinido.