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Ver día anteriorMiércoles 6 de junio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El gobierno ha reaccionado bien y correctamente
A

yer el gobierno de México decidió responder a los aranceles estadunidenses al acero y el aluminio, impuestos arbitrariamente por el gobierno de Donald Trump. El gobierno de México ha contestado de manera puntual y oportuna, imponiendo a Estados Unidos aranceles proporcionales y recíprocos, cobrados a las importaciones de puerco, queso fresco, rallado y en polvo, manzanas, jamones, whiskey, papas, arándanos rojos, placas y láminas de acero, varilla, placas de aluminio y zinc, tubos de perforación y motores de barco. El gobierno ha hecho muy, muy bien, e importa apoyarlo de manera decidida.

Cierto, de inicio, el vendaval de los arenceles afectará más a México que a Estados Unidos. De hecho, el peso se devaluó 1.4 por ciento ayer mismo, y las amenazas contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) parecen ser más inminentes que antes. Con todo, la situación en que Donald Trump ha puesto a México no deja mejor opción.

Y es que la política del gobierno de Estados Unidos recae en un divide y reinarás. Así, no debe sorprendernos que Donald Trump ahora esté proponiendo romper el TLCAN para instaurar, en su lugar, tratados separados con Canadá y con México. No le gusta que México y Canadá puedan conversar ni que puedan reaccionar de manera conjunta ante el rompimiento unilateral del tratado. Es posible que ante semejante trance, Canadá abandone a México, para perseguir un tratado que le convenga más; se entiende que el gobierno de México tenga esa preocupación. Sin embargo, se trata de un riesgo que hizo muy bien en tomar, porque si se hubiera esperado más, se quedaría muy pronto sin instrumento de presión alguno, y sin garantía alguna de que las presiones estadunidenses continuarán y seguirán agravándose.

Para entender por qué importaba tomar esta decisión ahora, y no seguir esperando de forma dócil, vale la pena pensar, por una parte, en los aliados naturales de México en esta coyuntura, y por otra parte, en el futuro inevitable tenido que enfrentar si el gobierno no hubiera reciprocado punto por punto a las acciones arancelarias unilaterales del gobierno de Estados Unidos. En cuanto a lo primero: los acuerdos comerciales entre Estados Unidos y China han fracasado hasta ahora, y sigue en pie el conato de una guerra comercial entre ambos países. Eso significa que las presiones comerciales mexicanas –que son potencialmente costosas para el gobierno de Trump, porque le pegan a la economía de algunas regiones que lo respaldan– aumentarán los costos políticos y económicos que tendrá que aceptar Trump si se lanza a una guerra comercial con China. Es verdad que esto podría llevar a Trump a abandonar las hostilidades con China y en lugar de ello cebarse contra México, pero el costo económico de largo plazo para Estados Unidos sería grave, si en lugar de competir con China, ese país optara por competir contra México. México no representa un peligro para la situación de Estados Unidos en la economía mundial; China sí. Cebarse contra México y perdonar a China sería una victoria pírrica.

Segundo, los aranceles que Trump le impuso a México los impuso también a Canadá y a la Unión Europea, y Europa difícilmente va a querer dejar a México solo en el pleito, no únicamente por razones económicas, sino también por motivos políticos. La relación de Estados Unidos con Alemania, en especial, está en su punto más tirante desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Ayer mismo, una serie de políticos alemanes pidieron la expulsión del embajador de Washington en su país, Richard Grenell, por haber declarado que pensaba dedicarse a empoderar a las fuerzas conservadoras en toda Europa, y por haber llevado a cabo una reunión con el primer ministro austriaco, Sebastian Kurz, en territorio alemán; Kurz gobierna Austria en una alianza con la ultraderecha cuasi fascista de ese país.

En otras palabras, Trump está buscando intimidar a México e imponerse tanto en el tema comercial como en el de la política migratoria y fronteriza, al mismo tiempo de que tiene en puertas una posible guerra comercial con China, y un conflicto grave y cada vez más profundo con la Unión Europea.

En un contexto así, el gobierno de México hace bien en jugársela, y en presentar una reacción medida y sobria, pero también firme y coherente. Esperar y no reaccionar sería claudicar ante presiones que en realidad no tienen límite, porque responden finalmente a una lógica política y electorera, antes que a una estrategia económica de largo plazo. Para Trump, México no es un objetivo en sí mismo, sino un recurso político útil, al que acudirá cada vez que le falle cualquier otra cosa. México es como el niño enclenque en que se ceba el bully de la clase, cada vez que su papá le pega a su mamá. Importa imponerle al bully respeto y cautela ante semejantes excesos, y este es un buen momento para hacerlo.

Por eso, importa también apoyar al gobierno de México en esta acción, y ponerle al mal tiempo buena cara. ¡Enhorabuena!