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Ver día anteriorJueves 7 de junio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Va pensiero
D

e repente, entre la multitud, escucho Va pensiero. La piel se me subleva. Va pensiero es el canto coral de los esclavos en la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi. Se lo ha convertido en una suerte de himno patriótico y en sus voces anida la esperanza de que el pueblo quede liberado de la opresión en que se halla bajo una de tantas tiranías del poder. A Nabucodonosor le han seguido mayores y menores emperadores, que han empleado la tiranía como forma de gobierno, sin tener la voluntad constructiva que él tuvo.

Recordé –de allí mi respuesta kinestésica–, mientras trataba de identificar aquella polifonía de voces femeninas, el episodio narrado por el director de orquesta, Ricardo Muti: la ópera de Verdi llega al momento en que los esclavos (hebreos) entonan el Va pensiero. Atiende el pedido del público (un bis), que sufre al gobierno de Silvio Berlusconi. El propio alcalde de Roma había señalado los recortes de recursos hechos por ese gobierno a la cultura. El canto lo elevaron todos los asistentes, músicos y espectadores, en la Ópera de Roma a guisa de crítica al gobierno de Berlusconi: él mismo se hallaba presente en la sala, pues Italia conmemoraba siglo y medio de su liberación y unificación, y el bicentenario del natalicio de Verdi.

La música clásica había sido prácticamente expulsada de la radio del gobierno de Nuevo León, donde había creado un público considerable a lo largo de varias décadas. Y esa era la razón de la protesta en la que participábamos decenas de ciudadanos. A Opus 102.1, como se la conocía, se la confinó a un espacio de AM donde se la escuchaba mal y la opción, preferible, era no escucharla. A 102.1 se la convirtió en una radiodifusora supuestamente popular que no competía con varias estaciones comerciales de programación semejante. Al cabo se la llamó Radio Libertad en el mismo tono, para anunciar su arribo, de cualquier vendedor de lencería tradicional. Nada tenía de nuevo ni de libre. Y sí demasiadas cursilería y estridencia.

Al diseño de un programa para formar ciudadanos libres, el gobierno de Nuevo León quiso sustituirlo por mensajes patéticos de motivación personal y propaganda oficial.

Los defensores de la música culta, que no es sino la relaboración creativa de tonadas populares, no han quitado el dedo del renglón y desde entonces se han venido reuniendo en el espacio conocido como Explanada de los Héroes, frente al palacio de gobierno, para exigir a las autoridades que regresen en su totalidad la programación de Opus 102.1 a la frecuencia de FM donde se formó. Un porcentaje de su contenido ha sido regresado en el horario de tarde-noche a raíz de su protesta.

Tienen razón en su exigencia. Carecerían de argumentos si el resto de esa programación radiofónica tuviera calidad, pero no la tiene. El argumento de la subsidiariedad, que le compete al gobierno hacer valer, sobre todo en ámbito cultural, está de su lado.

Políticos con y sin partido han abusado de la noción de ciudadanía. En la práctica sólo han ofrecido muestras pobres de un ciudadanismo demagogo.

El gobierno ha querido después fortalecer su posición, en un territorio donde no abundan las expresiones culturales, con una Ley de Radio y Televisión de Nuevo León. Tal como la redactaron en el gobierno de este estado disolvía toda intervención ciudadana, que ha sido el sustituto de cualquier planteamiento ideológico del gobernador con licencia, Jaime Rodríguez Calderón, el candidato a la Presidencia de la República dotado de mayor presencia escénica y de menor idea de gobierno –o bien con una idea propia del siglo XVII.

El grupo defensor de la buena música elaboró su propia iniciativa de ley y la peleó frente a los legisladores. Por fortuna encontró algún eco en el Congreso de Nuevo León y pudo ciudadanizar en parte sus efectos. Pero dejando el nombramiento de Radio y TV Nuevo León en manos del titular del Ejecutivo (el antidemocrático ejecutivismo al uso), siempre se estará en riesgo de que la radio y la televisión gubernamentales sean utilizadas de manera facciosa y, mediante subterfugios, como se quería en la iniciativa gubernativa, se las sujete al mejor postor, es decir, que se las privatice veladamente. Lo contrario a un espíritu ciudadano (público).

En nuestro país no existen medios realmente públicos. Y es que todo se convierte en mercancía y en lucro para unos pocos. Pero aun en una sociedad capitalista, el Estado debe crear, so pena de imponer el totalitarismo inherente al discurso único, espacios donde se respire un oxígeno alternativo. La música llamada clásica, a la cual pertenece lo mejor de la música popular, suele oxigenar el ruido reinante.

En todos los tiempos, la escenificación ha sido un arma artística para criticar los engaños y las trampas del poder y las costumbres. La tradición griega (de Sófocles a Aristófanes) refloreció en el Renacimiento maduro con Fernando de Rojas, Lope de Vega, Shakespeare, Cervantes, Quevedo. Francia, más tarde, aportó el ingenio de Molière y en el siglo XX Sartre incursionó en el teatro con obras como A puerta cerrada y Los secuestrados de Altona. La lista siempre será corta. La dramaturgia, aun teniendo como competencia al cine y la televisión, ha sido prolija y ha permitido que cualquier aficionado monte una obra.

Las limitaciones culturales de un pueblo están vinculadas a sus posibilidades escénicas. Así que la música en vivo con la que se suelen manifestar quienes buscan tener en la de buen sello un reducto artístico, al cabo se impondrán sobre quienes pretenden hacer de sus limitaciones una forzada norma social.