Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Siempre y cuando

E

l tocador de luna biselada quedó frente a la puerta de la recámara. Cada vez que entra, Hortensia recuerda a su madre: ella le heredó ese mueble que considera único. Ya nadie los hace ni existe el almacén Lerdo Chiquito donde lo compraron cuando ella era muy niña. Tiene cajones a ambos lados. En uno de ellos encontró una vieja libreta con los nombres y teléfonos de sus antiguos compañeros en la Escuela de Enfermería.

Varias veces, en uno de esos arranques por hacer limpieza general, pensó en tirar inutilidades, entre otras esa libreta. Celebra no haberlo hecho y aún más que Clara siga viviendo en su casa de Popotla y haya conservado el mismo número telefónico.

Hortensia va directo al banquito frente al tocador y suspira aliviada cuando se quita los zapatos altos. Los usa muy poco. En su trabajo tiene que presentarse con uniforme, medias y zapatos bajos. Todo blanco. Hoy se puso los tacones para darle una buena impresión a su veja amiga.

Saltaron de un tema a otro durante horas. Hortensia ríe al acordarse del método que Clara utilizó para conseguir novio: bajó una aplicación a su celular, envió su foto vestida de civil y antes de media hora tuvo noticias de hombres que, como ella, estaban buscando pareja. Entre todos eligió a Érik Daniel. Después de sostener un breve chateo amistoso se citaron para un domingo en un centro comercial. Su galán no le pareció tan atractivo como en la foto, pero le agradó su forma de expresarse. Siguen saliendo juntos, se llevan bien, pero jamás hablan de boda ni cosas por el estilo. Si hay problemas buscarán otras alternativas en la aplicación.

II

Hortensia se sujeta el cabello con una liga y se da un masaje en el cuello adolorido y húmedo. A don Samuel le gusta que ella le haga ese tratamiento porque le quita los dolores de cabeza. Se los producen las tensiones constantes y la luz que entra por la ventana de su cuarto. De allí que las cortinas permanezcan corridas la mayor parte del día.

Cuando Hortensia llegó para sustituir a la antigua cuidadora de don Samuel, la penumbra en la habitación la entristecía tanto como los cielos nublados que le traen recuerdos... No es momento de pensar en eso. Debe sentirse contenta: Clara aceptó ocupar su puesto en cuanto le dé su visto bueno don Samuel.

Vive en la parte alta de la casa que ocupan Bernardo y su nuera Joselin: siempre triste porque su único hijo se fue a Los Cabos para trabajar en una cafetería. Lleva dos años allá y aún no cumple la promesa de reanudar sus estudios de diseño industrial ni ha vuelto a visitarlos. Eso la lleva a sospechar que su Max anda metido con alguna tipa.

Por motivos de su trabajo, Bernardo y Joselin suben poco a ver a don Samuel, pero se encargan de surtirle la despensa, cubrir sus gastos y el sueldo de la cuidadora en turno. Van tres. La que más ha durado es Hortensia, aunque muchas veces, agobiaba por la antipatía que le causa Bernardo, haya pensado en renunciar. Al fin lo hará, pero debido a otro motivo: se siente agotada. Necesita descansar, liberarse de las obligaciones de una cuidadora, empezando por mostrarse siempre paciente.

III

No siempre es fácil. Hay mañanas en que Hortensia retrasa la terapia porque don Samuel quiere contarle sus sueños. Luego le pide que interprete ese caos en que se confunden los tiempos, las presencias, las figuras, las voces. Ella no sabe para qué se lo pregunta porque él –sea cual sea la naturaleza del sueño– termina sacando siempre la misma conclusión: Mis gentes me están llamando. Pronto voy a morir. No se preocupe, no tengo miedo, siempre y cuando mi último día en la Tierra no sea hoy.

Don Samuel a veces se comporta como un niño. Cuando se siente abandonado por su hijo y por su nuera, le pide a Hortensia que tome papel y pluma para que escriba al dictado la carta que necesita enviarles a los ingratos. (Llamarlos por teléfono le parece una humillación.) Ella obedece y accede a entregar el mensaje. Con frecuencia no obra ningún efecto, pero a veces despierta la impaciencia de Bernardo: sube para decirle a su padre que lo comprenda, vive matándose en el trabajo, no puede pasarse todo el tiempo junto a él. ¿No le parece suficiente prueba de amor que lo tenga en su casa y que pague todos sus gastos?

Hortensia odia presenciar tales escenas que no puede impedir. Lo único posible es procurar que don Samuel salga de la depresión en que lo deja la actitud de su hijo. Para animarlo le cuenta los rumores que circulan por la colonia, le pide que le describa sus aventuras como ingeniero de caminos o le diga dónde se conocieron él y Rebeca, su difunta esposa. A veces también recurre a contarle su vida. Siempre inventa una distinta, muy diferente a la real, para no entristecerlo más.

En los breves minutos en que don Samuel duerme, ella ocupa su sillón junto a la cama del anciano e imagina, en derredor de la expresión si hubiera, un destino diferente al que tiene. Lo mejor que le ocurrió fue ingresar a la Escuela de Enfermería. Entre sus compañeros hizo buenos amigos: Clara, por ejemplo. Haberla visto hoy, después de tantos años, la devolvió a su etapa estudiantil. Hablaron de eso, recordaron sus noviazgos juveniles y Clara terminó por confesarle, entre divertida y avergonzada, el método que había utilizado para encontrar pareja.

IV

Suena el despertador. Hortensia se levanta sobresaltada y corre al baño. Bajo la regadera se pregunta si en sus nuevas condiciones Clara podrá dedicarle a don Samuel el tiempo que necesita. La asaltan dudas, pero no es hora de aclararlas. Debe llegar a su trabajo a las nueve, como siempre. Tal vez su patrón quiera contarle sus sueños, hablar de su serenidad frente a la muerte, pedirle que escriba.

De pronto se da cuenta de que aún no le ha dicho a don Samuel que está por renunciar a su trabajo. Si alguien debe saberlo es su patrón. Jura que se lo dirá en el momento oportuno... siempre y cuando no sea hoy.