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Admiración y nostalgia
V

ivir la utopía es la historia del Anarquismo en España en las primeras cuatro décadas del siglo XX. Como tal, es un documento informado y documentado que despierta y sostiene el interés del lector.

Pero es, además, la memoria de Ángel Latorre, anarquista y trabajador de madera; huérfano temprano y dramático adoptado por un tío que lo introduce tanto a las ideas del anarquismo como al trabajo con la madera; esposo enamorado de su mujer durante 50 años, que incluyeron encarcelamientos de él, paternidad de dos hijos y, antes de cumplir 40 años de edad, exilio de la familia a México, adonde llegan tras la guerra civil de España en calidad de refugiados. Compañero, amigo, abuelo; ocurrente, arrojado, leal y, en medio de todo, divertido, tan mal hablado que no hay cita suya en la que no le rompa los cojones a alguien, ni en la que no se refiera a toda imaginable autoridad como un hijo de puta. Y en este sentido biográfico Vivir la utopí a resulta una lectura emotiva, el registro vívido de una vida memorable, de una vida con intención de sobrevivirse a sí misma, de ser absolutamente inolvidable. Atracos, para alimentar a los pobres; campos de concentración; encarcelamientos recurrentes; hambre.

Y Vivir la utopía también es la incorporación de su autor, Diego Latorre, al mundo de las letras, a quien en un momento dado todo lector y todo colega habrá de darle la bienvenida, saludo que quiero encabezar yo con estas líneas.

No sé qué tarde de familia nos contó a los que estábamos a su alrededor algunas de las aventuras que, aparte, ha corrido como abogado mercantil que es, especializado en importaciones y exportaciones por barco, tema en el que se doctoró, creo, en Londres, Inglaterra.

Se trata de un hombre con varios talentos, a todos los cuales se entrega con entusiasmo, persistencia y capacidad. Desde jugar baloncesto con sus hijos que, con razón, hace rato han rebasado en estatura al padre alto o, si no lo han hecho los dos todavía, el menor no tarda en hacerlo, con tanto salto, con los brazos estirándose y estirándose tantas veces hacia arriba. Esposo alegre y colaborador, gran asador de carne, buen bebedor de vino tinto. Yerno, cuñado, tío, en quien confiar, sobrino político afectuoso, educado y servicial.

Por si fuera poco, Diego Latorre es un escritor que se ha dado a la tarea como si en el intento se jugara la vida, como debe ser. A qué hora encontró el tiempo, la acuciosidad y la paciencia para investigar y documentar la línea histórica de Vivir la utopía; a qué hora se sentó hora tras hora a escribir, a corregir, a no dejar cabos sueltos ni tampoco una sola coma fuera de lugar. Aparte de darle la bienvenida, hay que felicitarlo por el trabajo literario que recorre Vivir la utopía.

Como buen autor, no se está quieto. Sé que tiene en proceso un volumen de cuentos policiales y no me extraña, pues todo en Diego Latorre da la impresión de que se trata de alguien que tiene mucho que contar o que, si no lo tuviera, lo inventaría.

De Vivir la utopía, por razones obvias, destaco el pasaje en el que el narrador da cuenta del gesto –casi insólito en aquellos momentos internacionales– que el general Cárdenas tuvo de recibir a los refugiados españoles y de acogerlos y apoyarlos en su destierro, que habría de ser, contra toda esperanza, su destino final.