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Nosotros ya no somos los mismos

Más sobre los debates

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▲ Los candidatos a la jefatura de Gobierno capitalino en el segundo debate.Foto Yazmín Ortega
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altando minutos para que empiece el tercer debate entre los candidatos presidenciales tengo, evidentemente, una idea de lo que puede suceder y también de lo que me gustaría que sucediera, pero ya he aprendido: festejar vísperas es lo más cercano al corte de venas y, lo que es peor, ridículo. Mañana, antes de leer los diarios u oír los noticiarios, veré la grabación de lo que está por suceder. Así, sin influencias ni prejuicios, opinaré bajo mi absoluta res o irresponsabilidad. Lo comentaremos, por supuesto antes del irremediable primero de julio.

Mientras tal sucede, quisiera aprovechar algunos renglones para ciertos asuntillos que quedaron pendientes en la anterior columneta. Por ejemplo: la distribución de los tiempos de los participantes y la idea de que cuanto más breves y frecuentes sean sus intervenciones, más ágil e interesante es el acto. El criterio que se privilegia es obvio: hagamos del debate un programa lo más divertido posible. (Nada más faltaba que incluyeran algunos gracejos de Comedy Central o del hilarante e internacional comediante E. Derbez. Me refiero, por supuesto, al señor E. Derbez, rector de la Universidad de las Américas Puebla).

En un episodio del segundo debate por el gobierno de la Ciudad de México, de pronto, en un acto espectacular, la bella Alejandra Barrales echó mano a la cintura (68/72 centímetros) y su celular sacó: Aquí tienes, (Claudia) Sheinbaum, la voz que te niegas a oír. A continuación se escuchó a un hombre que afirmó ser padre de una víctima del terremoto en el colegio Rébsamen, que reclamaba a Claudia que no les hubiera prestado la debida atención: yo no daba crédito a lo que veía en mi receptor: jamás en ningún acto de esta naturaleza se ha permitido la utilización de un artefacto como éste. Era imposible, en el momento, comprobar al emisor del mensaje. ¿Se trataba en verdad del padre de la niña a la que se mencionaba? ¿Los hechos denunciados eran ciertos y de ellos era responsable la delegada? ¿Bastaba que un padre, explicablemente adolorido, justamente irritado, explotara contra la autoridad más cercana a la que, por lo mismo, él consideraba responsable de la pérdida de su entrañable pequeña, para que su dicho, incomprobable en ese momento, sirviera de ariete contra una candidata a la que desde un principio se procuró inculpar sin razón alguna?

Me resultó increíble que Sheinbaum no hubiera detenido el debate y exhibido la ilegal maniobra y, más aún, que los moderadores, responsables de impedir esas flagrantes violaciones a las reglas básicas del acto, no hubieran cancelado el sonido al segundo que Barrales lanzó sin recato alguno su golpe bajo. A cambio de lo anterior, Alejandra perdió una oportunidad única cuando dejó en el aire y a medias el reto a Mikel Arriola, quien la acusó de ser acaudalada casateniente de Polanco: Si usted me comprueba lo que afirma, renuncio a mi candidatura, pero si no lo hace, renuncie usted por mentiroso, falsario y calumniador. Si el reto no se queda en jarabe de pico, hubiera dejado muy mal parado a Mikel, pues lo habría despojado de toda credibilidad y de toda capacidad de crítica. Pudo haber involucrado a los moderadores, a los técnicos, a todos los videoyentes y, por supuesto, a todos los candidatos allí presentes.

En el segundo debate entre los aspirantes a jefe de Gobierno tuve una corroboración y una repetida, si no decepción, sí sorpresa, desconcierto. La primera la constituye la joven candidata verde: Mariana Boy merece un partido, no una pandilla. Ella, en verdad, vale la pena. Marco Rascón es para mí, más allá de mi enorme cariño por la tempranamente desaparecida Verónica, un cuate que respeto y admiro. Me despierta una simpatía y una empatía singular. Cuando vi su nombre pensé que era un kamikaze que haría trizas a sus contrincantes. Por una parte no tenía nada que perder: sus posibilidades de competir, comenzando por su partido, eran nulas. Pero su bagaje intelectual, su formación académica y su increíble y excepcional paseo por la realidad de nuestra ciudad (que ninguno de sus contrincantes ha intentado o imaginado siquiera) lo hacen un personaje totalmente diferente. Yo pensé a Marco haciendo trizas, gracias a sus virtudes intelectuales y éticas, todas las ridículas propuestas; nos daría la oportunidad de carcajearnos de todas las engañifas que se disfrazan como políticas públicas. Pero algo sucedió: Marco no fue el ensayista, el polémico, el supermimo esperado, sino un cansado predicador con el que estábamos de acuerdo, pero no nos emocionaba, e inexplicablemente nos movía a la resignación. Un minuto para una muy personal opinión: Ricardo Raphael, pese a su tono ligeramente altisonante, fue el más empático y grato de todos los conductores. No protagónico ni pretencioso cumplió –salvo el incidente comentado– en los mejores términos. En el segundo debate presidencial el joven Krauze resultó más Krauze que joven. Excedido, parlanchín, definitivamente engreído de serlo, no desperdició una buena herencia. En tiempo al aire rebasó a más de un candidato. La forma en que se dio la participación de la sociedad civil fue de carcajada y la forma de presentarla, una verdadera burla. Benito Nacif ha sido un abierto favorecedor de los intereses panistas, como Marco Antonio Baños del PRI. Quien no entienda estas componendas nada puede opinar sobre el órgano autónomo llamado INE. Los dos, me consta, han cumplido cabalmente con sus militancias.

Antes de la elección todavía hay una columneta en el aire. Tal vez la locura electoral me lleve a confesar por qué no votaría por cada candidato.

Twitter: @ortiztejeda