Opinión
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Deseos para México
E

l domingo pasado en Turquía, pese a la impresionante organización de la oposión, Tayyip Erdogan ganó de nuevo otra elección. Claro, la oposición tuvo que padecer las condiciones radicalmente desiguales que caracterizan a aquel régimen, incluidos más de 100 periodistas encarcelados. Una democracia, Turquía no es. O, mejor dicho, Turquía es una democracia sólo en la medida de que la oposición consiga que lo sea.

Erdogan encabezará el gobierno ya no como primer ministro, sino como presidente, investido con nuevos poderes, supuestamente inspirados en el poder presidencial mexicano, que conoció y que le encantaron cuando visitó a Enrique Peña Nieto. De modo que Ergodan, que ya lleva 15 años gobernando, y que hoy preside un país cuya moneda está en caída libre, prolonga ahora su poder otros seis, y con el espaldarazo de un nuevo régimen constitucional hecho a la medida de sus ambiciones autoritarias.

Mientras, en Estados Unidos la democracia también se tambalea. Donald Trump separa a niños migrantes de sus padres, enjaula a indocumentados, y se pronuncia en contra de que los migrantes sean procesados legalmente. Peor todavía para la salud de aquella venerable democracia, el gobierno se dedica de lleno a minar la autoridad de la prensa y de la comunidad científica, prefiriendo mejor apoyarse cada vez que pueda en teorías de conspiración o en prejuicios falsos del común. La democracia se basa, como bien lo ha mostrado la filósofa Nadia Urbinatti, en el ejercicio de una ciudadanía informada; el acceso a la información es un prerrequisito para el ejercicio democrático. Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos se ha entregado de lleno a la desinformación.

Por ejemplo, el cambio climático ha sido abolido de la agenda de la, hoy mal llamada, Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) porque, aparentemente, el ca­lentamiento global generado por la ac­tividad humana no existe, aun cuando la Tierra se está calentando año con año por nuestras emisiones de carbono. La po­lítica del avestruz será malísima para el planeta, pero termina siendo bastante buena para consolidar el poder de la derecha, y sobre todo del nuevo dictador de Estados Unidos, Donald Trump.

Otro ejemplo: inmediatamente tras lanzar su guerrita comercial contra México y Canadá, Europa y China, la soya estadunidense perdió mercado. Su precio ha caído precipitosamente. Mientras tanto, el costo de las manufacturas estadunidenses que contienen acero importado –que ahora está gravado por el gobierno– va aumentando, al grado de que la fabricante paradigmática de motocicletas estadunidenses, Harley Davidson, anunció hace un par de días que cerrará plantas en ese país. Ambos resultados –la caída del precio de la soya y el aumento del precio de las manu­facturas que contienen acero– son efectos ­previsibles de la guerra comercial, cosa que entienden cualquier economista y cualquier hombre o mujer de negocios. Menos, claro, el secretario de Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, quien de­cidió mejor sumarse a la escuela de Nicolás Maduro –o, para el caso, también a la de Tayyip Erdogan– y echarle la culpa de las variaciones de precios a los especuladores.

En México estamos ante unas elecciones que han sido calificadas, correctamente, según me parece, de históricas. Lo son no sólo, o quizá no tanto, por el triunfo, que doy por sentado, de López Obrador, sino porque estas elecciones son también un derrumbe –espero que no definitivo, pero sí bastante estrepitoso– del sistema que fue construido desde la llamada transición democrática. En estas elecciones el PRI parece haber llegado a su fin como organización de masas, el PAN se ha deshecho como estructura partidista y el PRD ha colapsado. En cambio, ha surgido un Morena que realiza elecciones a mano alzada y mediante encuestas que carecen de legitimidad dentro del propio partido. Desde un punto de vista democrático, Morena tiene dos elementos muy fuertes y saludables: un movimiento social amplio, energético, aunque también difuso, y un liderazgo indiscutible. Sin embargo, de ahí en fuera, el partido-movimiento tiene una relación incierta con la ­democracia.

Una vez que pase el entusiasmo de las elecciones, y que tengamos un nuevo gobierno, al que, por cierto, le deseo todo lo mejor, habrá que prepararse para ver de qué manera se van a encarar las dificultades y los fracasos que puedan venir: las alzas o bajas de precios que lleguen con la guerra comercial, por ejemplo, o la falta de presupuesto para hacer las reformas prometidas, o las concesiones que, siempre sí, puede que haya que hacerle al PES. O lo que sea.

Viene un cambio importante en México. Bienvenido sea. Pero mi deseo para el país es que la información real, basada en técnicas periodísticas serias o en procesos científicos aceptados, fluya libremente, y que no se confunda el conocimiento y la crítica con los efectos de alguna oscura conspiración.