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Churubusco de fiesta
U

na de las zonas más bonitas del sur de la Ciudad de México es Churubusco, actualmente, parte de la delegación Coyoacán. Alguna vez comentamos que en la época prehispánica era una población independiente y tras años de conflictos, conformó una alianza al casar a la hija del gobernante de Churubusco con el mandatario de Coyoacán.

En 1580 los frailes dieguinos, rama de la orden Franciscana, llevaron a cabo la evangelización. Inicialmente levantaron una pequeña ermita dedicada a la Asunción de la Virgen. Con el tiempo se transformaría en un gran convento con un templo, que tiene como patrona a la que se conoció como Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco.

En las amplias instalaciones conventuales crearon su noviciado y el colegio de formación de misioneros. Los dieguinos eran los designados por la corona para que partieran de la Nueva España a evangelizar Filipinas, China y Japón.

En este lugar se recuperaban del viaje de tres meses que habían realizado desde España y recibían la última peparación para el arduo periplo por la mar océano. Así nombraban al Pacífico que los llevaba a un viaje que duraba seis meses y concluía en Manila. De ahí se trasladaban a sus distintas misiones asiáticas.

Los frailes dieron gran importancia a la agricultura y la ganadería; introdujeron huertos de hortalizas, flores, frutas y plantas medicinales. Desarrollaron productivas granjas avícolas y establos cuyos productos vendían en los barrios y pueblos cercanos.

En el siglo XIX, a raíz de las Leyes de Reforma, los dieguinos fueron despojados del inmueble para establecer un cuartel para las tropas mexicanas que, entre otros, tuvo como objetivo defender la capital de los invasores estadunidenses. Aquí se llevó a cabo un doloroso enfrentamiento en el que vencieron los extranjeros, la cual conocemos como la Batalla de Churubusco.

En memoria de ese triste encuentro y varios otros de la misma índole, en el siglo XX se instaló en este lugar el Museo Nacional de las Intervenciones. El discurso museográfico está relacionado con las injerencias armadas sufridas por México a lo largo de los siglos XIX y XX. Parece ser que somos de los pocos países que tiene un recinto para recordar esos hechos infaustos. Por fortuna también muestra uno de los acervos más ricos de arte sacro de los siglos XVII y XVIII.

Tras una renovación, realizada hace unos años, la museografía utiliza herramientas multimedia, maquetas, fotografías y diversos elementos que permiten al público conocer las agresiones extranjeras que hemos padecido; desde la intervención española de 1829 hasta las de Estados Unidos de 1914 y 1916.

La parte amable se encuentra en la planta baja, donde se aprecia el huerto, el patio de novicios, el portal de peregrinos, el refectorio, el claustro bajo, la antesacristía, la cocina y el baño de placeres, como llamaban a la parte de las tinas. Es interesante conocer como vivían los frailes en estos enormes conventos que eran prácticamente autosuficientes. Asimismo, podemos apreciar su gran sentido estético, que se observa en la decoración con pintura mural y profusión de coloridos azulejos en varias partes. Su gusto por la belleza llega a espacios como los baños y los lavamanos de las áreas comunes.

En una de las bardas que rodean el atrio se muestran representadas las 14 estaciones del Víacrucis hechas con azulejos fabricados en el horno del ex convento en 1800.

El interior del templo custodia, entre otros, un bello retablo barroco dedicado a la Asunción de la Virgen con pinturas de temas religiosos. A un costado se encuentra la capilla de San Antonio totalmente revestida de primorosos azulejos. En agosto, cuando se festejan a Nuestra Señora de los Ángeles, el día dos, y a la Asunción, el 15, en los alrededores se van a instalar la feria, puestos con tamales, buñuelos, elotes, antojitos y demás sabrosuras que caracterizan estos festejos patronales. Por la noche juegos pirotécnicos, danzas y música.