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Chavela Vargas
E

l regreso del paria pródigo. Son pocos los detalles de la vida de Chavela Vargas que las directoras Catherine Gund y Daresha Kyi han elegido pasar por alto en Chavela Vargas (2017), su documental más reciente. Posiblemente ninguno, pues su propósito parece querer abarcarlo todo. Desde la infancia desdichada de Isabel Vargas Lizano en su Costa Rica natal plagada de prejuicios, donde el cura de una iglesia llegó a suspender la misa para obligar a salir del templo a la niña con aires de marimacho impresentable, hasta su arribo a los 20 años a una Ciudad de México soñada como espacio mítico de goces y libertades, y donde de modo accidentado va forjándose la carrera artística de Chavela como cantante. A las directoras, que con evidente complicidad la entrevistan, la protagonista octogenaria acepta librarles sus recuerdos y confidencias más íntimas, incluidas las relacionadas con su sexualidad disidente.

Ningún acercamiento biográfico anterior se había aventurado a hablar con una franqueza semejante sobre la vida íntima de Chavela Vargas. Por lo general se favorecía una visión de oscuro romanticismo, según la cual la mejor intérprete de José Alfredo Jiménez habría sido una fuerte personalidad que después de alcanzar cierta notoriedad en tabernas bohemias y cabarets de moda, finalmente malograba su existencia y su carrera artística consumiéndose en el alcohol y los excesos mundanos. Se aceptaba que posiblemente por esa misma postura de marginal rebelde, Chavela interpretaba como ninguna otra artista de su tiempo la canción ranchera de un modo visceral y con insinuaciones eróticas muy provocadoras. Pedro Almodóvar sentenciaría tiempo después que Chavela Vargas cantaba desde un lugar más profundo que el corazón: Esta mujer canta como le sale del coño. Lo más cercano a ese mito habría sido Lucha Reyes; lo más alejado, Lola Beltrán o Lucha Villa.

El documental Chavela Vargas permite a la cantante restituir, con sus propias palabras y desde su largo autoexilio en Tepoztlán, una versión más fidedigna, menos convencional, de esa existencia suya marcada por el ostracismo social y la discriminación que siempre padeció por no ajustarse, ni en su conducta ni en su forma de vestir ni en su libre sexualidad, a las exigencias de la moral dominante. A su confidencia se añaden los testimonios de otras personas cercanas (el de su pareja sentimental Alicia Elena Pérez Duarte, o el de Jesusa Rodríguez o el de la activista Patria Jiménez, y también el de José Alfredo Jiménez júnior o el de Pedro Almodóvar, infatigable promotor de la cantante en sus giras por España y en su presentación triunfal en el Olympia de París en los últimos años de su vida.

Con una notable recuperación de archivos audiovisuales, Chavela Vargas es también una gozosa incursión en el México de los años 40 y 50. La intérprete de Macorina y de Luz de luna evoca sus presentaciones en el mítico cabaret El Quid, lugar donde se congregaba la intelectualidad de la época, también las largas noches que podían durar tres días de parranda en el bar Tenampa, en Garibaldi, al lado del cómplice admirado, José Alfredo Jiménez (la leyenda afirma que juntos podían dejar el lugar vacío de bebidas), y las estancias gozosas en un Acapulco frecuentado por las estrellas hollywoodenses (Elizabeth Taylor, Rock Hudson, Lana Turner, Frank Sinatra), donde la fiesta podía durar toda la noche y el intercambio de parejas ser cosa común (Chavela confía maliciosa: Una mañana me desperté al lado de Ava Gardner).

Si algo recupera el documental de Catherine Gund y Daresha Kyi es la fábula hedonista de la mujer que muere y resucita repetidas veces, como la buena chamana que presumía ser, y que a la incomprensión de su tiempo (la mala fortuna en la difusión de sus discos, las mínimas regalías que pronto la reducen a la precariedad financiera, la homofobia mal disimulada del medio artístico) y al autosabotaje que supone su largo abandono al alcoholismo, finalmente opone su determinación de volver a dominar los escenarios y su gusto por una libertad que incluye poder acostarse con quien quiera. Un momento notable de la cinta es la aparición, entre mágica y espectral, de Frida Kahlo, la mujer que con lucidez resignada renuncia al fervoroso cortejo de Chavela. Otros más, la conquista apoteósica de Bellas Artes, escenario de las élites artísticas, o su memorable y triste presentación crepuscular en el Auditorio Nacional. Chavela Vargas, reivindicación final del paria sexual y de una artista formidable, costarricense de nacimiento y mexicana por decisión propia, ya que según sus palabras, los mexicanos nacemos donde se nos da la gana.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: @Carlos.Bonfi1