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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (LXXXIV)

“¡L

a que se formó!

“La antevíspera del gran día de la presentación de Conchita ante la afición y el público de El Toreo, hubo un festejo taurino en el en el que se lidiaron algunos becerros de casta. Era una toreada particular y Chucho, pensando que me haría bien dar unos capotazos, pasó por nosotros y nos llevó al festival.

“No conocíamos a nadie. En el ruedo se divertían varios aficionados, y Solórzano, entregándome la muleta, pidió permiso para que yo toreara.

“El animalito era mocho y embestía lo peor posible. Haría falta aguantarle mucho para conseguir hacer algo con él, y me pareció que no valía la pena. No quise exponerme a un tropezón que pudiera estropear mi sueño de torear en México y eché a correr escondiéndome en el primer burladero que encontré.

“Ruy estaba pálido y Chucho lívido.

“–¿Qué les pasó? –pregunté.

“–¿A nosotros? –exclamaron a coro.

“–¡Esto es el colmo! –dijo Ruy, indignado–. ¿Qué es lo que te ha pasado a ti? ¡No ves que has hecho el ridículo! ¿No te da vergüenza correr así frente a un mocho?

“–Pero si no lo he toreado es porque me pareció que no valía la pena –contesté, espantada.

“–¿No valía la pena? –remedó Ruy– ¿Y los aficionados que te estaban mirando? Aquella señora que está ahí –apuntó hacia el tendido– soltó una carcajada diciendo que si huías así de un mocho, ¿cómo sería tu reacción ante un toro?

“–¿Sabe? –le dijo Ruy a Chucho, en el camino hacia el coche–, la chica no tiene el menor noción de la responsabilidad.

–¡Virgen de Guadalupe! –exclamó Chucho– ¡Como se le ocurra que no vale la pena torear el domingo!...

***

“La víspera de mi presentación me desperté con un resfriado tremendo y Asunción, preocupándose con la corrida del día siguiente, por la altura y no sé cuántas cosas más, llamó al médico. Éste acabó por recetarme una borrachera. No la recetó textualmente, pero el resultado fue idéntico. Indicó que al acostarme debería tomar una aspirina con té y una copita de coñac, y Asunción, sin acordarse de que en mi vida había bebido coñac o cosa parecida, cumplió las órdenes. Como resultado, estuve hasta las 3 de la madrugada saltando en la cama. Sentía un inexplicable buen humor y todo me hacía la mar de gracia; no tenía ningún sueño. Los esposos Cámara, preocupados porque me fuera a dar una pulmonía, me tapaban con las cobijas y yo, muy quietecita, decía que estaba haciendo de pollo asado. Pero al ratito gritaba que no quería ser pollo sudado y saltaba fuera de la cama. Cuando por fin me dormí –me contaron luego–, Asunción y Ruy se miraron rendidos. ¡Qué víspera de corrida!

“El domingo amanecí muy bien dispuesta y me levanté para ir a misa con Asunción. Ruy había salido muy temprano para ver a Monterito.

“Al regresar de la iglesia encontramos a Chucho y a mi maestro, que nos aguardaban en el salón. Ambos me miraron cuidadosamente.

“–¿Te sientes bien? –preguntó Ruy, sin ocultar su preocupación.

“–Muy bien –afirmé.

“No se mostraron locuaces y subí a descansar un rato antes de la corrida. En la habitación me sirvieron un bistec y fruta. Después, me eché sobre la cama.

“–¿Estás bien? –preguntó Asunción.

“–Muy bien –contesté, sin comprender el porqué de la repetición de la pregunta.

“–Entonces, bajaré a almorzar –me dijo cariñosamente, cerrando con cuidado la puerta.

“Pensé que me estaban tratando como si estuviera gravemente enferma.

“Por lo que me contaron años más tarde, sé que Asunción, Ruy y Chucho estaban tan nerviosos que no consiguieron almorzar. Se levantaron y tomaron café y luego decidieron subir y acompañarme para que no me sintiera ‘tan solita’. Entraron muy despacito en el apartamento y cómo no oyeron ruido abrieron la puerta de mi habitación. Estaba profundamente dormida.

“–‘¡Duerme’ –dijo Ruy, espantado–, la única explicación debe ser la borrachera de ayer!

“Chucho, preocupado, le preguntó: ‘¿No será demasiada tranquilidad?’

“Bien –contestó Ruy–, ella cree que esto de los toros es diversión. No se preocupa mucho porque…

“Ya sé –intervino Chucho–, si no vale la pena torear, no torea…

“Exactamente –contestó Ruy, mientras buscaba un cigarrillo para encenderlo con el que se estaba apagando.

“Entre tanto, Asunción arreglaba mi traje corto, tardando –según contó–una barbaridad en colocarle la botonadura.

(Continuará)

(AAB)