Opinión
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La traición del dios Jano
M

aurice Duverger, un clásico de la ciencia política francesa, escribió una breve introducción a la disciplina, que comienza con una comparación entre las dos caras del dios Jano y la política como un mundo que se desdobla en dos posibilidades que corresponden, una, al rostro generoso de la reconciliación y el acuerdo, y la otra, al terrible rostro del conflicto, el desacuerdo y el enfrentamiento. Es esta última cara la que domina hoy el mundo de la política. Tanto, que hemos olvidado que la política es primeramente una actividad noble que se propone alcanzar la felicidad de todos, y no únicamente la de los políticos que se han convertido aquí y en buena parte del mundo en profesionales de la autosatisfacción.

Me parece evidente que la ambición de poder ha sido una motivación vital de todos los políticos. No obstante, tengo la impresión de que en el pasado no sólo estaban movidos por su egoísmo, sino que estoy dispuesta a creer que también ellos estaban convencidos de que sus pensamientos, sus palabras y acciones estaban guiados por el compromiso de construir un mundo mejor para todos. Probablemente muchos de ellos también pensaban que de ahí podrían sacar y servirse una buena tajada; ahora los términos de esa operación se han invertido: los políticos están comprometidos con la construcción de un mundo mejor para ellos, y de lo que sobre, si algo sobra, algo tocará a los demás. Me imagino que, por ejemplo, Enrique Peña, el presidente desaparecido, pensó: quiero una casa espectacular, para eso voy a hacer política. Si no con esa claridad, al menos con la muda intención de disfrutar de privilegios y oportunidades de hacer dinero fácil. Estoy segura que nunca se le pasó por la cabeza la idea que hacía política para que todos los mexicanos tuvieran una casa blanca, o algo parecido. Tampoco parece saber que, en principio, hacer política es servir a los demás, y no servirse de los demás. Hay indicios que permiten suponer que las dos familias que viven hoy en Los Pinos creen que como él es presidente de la República, ella y sus hijas, y las amigas de sus hijas, se merecen unas últimas vacaciones en París.

Lo que le falló a la generación de jóvenes políticos que llegaron al poder con Peña Nieto fue el para qué de la política. Creyeron, como Videgaray y Ochoa, que se merecían esa posición, porque formaban parte de la élite ¿de Atlacomulco? por su pretendida superioridad. Creyeron también que habían obtenido una licencia para abusar del prójimo, humillarlo y engañarlo. Porque si eran listos para inventarse índices de crecimiento de la economía o apoyos electorales, y hacernos creer que eran muy competentes en lo que hacían, ¿por qué no habían de ser listos en hacerse ricos con el dinero de otros?

Decía un cínico, que en realidad era un pobre hombre, Para qué sirve el poder sino para abusar de él, la frasecita como chiste no pasa y como enseñanza, repugna. Y, sin embargo, esa parece haber sido la lección mejor aprendida por esta generación que malentendió a sus progenitores políticos.

El rostro terrible que hoy es el único que Jano nos muestra, es también el de los teóricos de la conspiración que no están dispuestos a perder la atención que ganaron en la opinión pública antes del triunfo, y que se mantienen firmes en la suspicacia, ahora en busca de nuevas conspiraciones, a la caza de conspiradores. Abandonar la teoría que les dio presencia sería aceptar que no había conspiración, una conclusión que no aceptarán jamás, así no sea más que para no perder la confianza de sus lectores.

Jano nos ha traicionado, se niega a mostrarnos la cara de la reconciliación y el acuerdo; pero habrá que tener confianza porque él es también el dios de la transición, de las puertas que se abren.