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Nuestra mayor riqueza
L

os ahora llamado pueblos originarios son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban el territorio antes de la llegada de los españoles, que conservan sus instituciones culturales, sociales, políticas y económicas o parte de ellas. Tienen una serie de rasgos particulares: lengua, tradiciones, usos y costumbres.

Se calcula que en México la población originaria es de alrededor de 12 millones de personas que hablan 68 lenguas, con más de 364 variantes. Esto se traduce en una riqueza lingüística incomparable.

En la Ciudad de México se reconocen 141 localidades como pueblos originarios. Algunas delegaciones, como Xochimilco y Azcapotzalco, conservan muchas con esas características. En la segunda, se va a inaugurar próximamente un museo dedicado a esas poblaciones que increíblemente continúan vivas.

Desde que se estableció la corona española en nuestro territorio, se buscó eliminar la cultura de los pueblos que lo habitaban. La religión y la espada se unieron para su exterminación. Con una enorme fuerza espiritual y física, resistieron los despojos, abusos y maltratos, las enfermedades que llegaron con los conquistadores y en un sabio sincretismo adaptaron sus creencias a las que les imponían los evangelizadores.

Sin duda, constituyen la mayor riqueza que tenemos; sin embargo, son las poblaciones más marginadas y discriminadas. Por ello da tanto gusto cuando un descendiente directo de uno de estos pueblos originarios es un personaje reconocido y admirado, que ha llevado por delante su origen y logrado reconocimiento para los valores que guardan los herederos de estas comunidades.

Hablamos de Natalio Hernández, quien nació hace 70 años en Naranjo Dulce, Ixhuatlán de Madero, Veracruz. Su lengua materna es náhuatl; ha dedicado su vida a la promoción, enseñanza y divulgación de las diferentes lenguas maternas que conforman la característica plurilingüística de México.

Poeta, escritor y maestro, ha sido reconocido a escalas nacional e internacional porque su obra ha contribuido de manera sobresaliente a la transmisión de la riqueza del patrimonio cultural y lingüístico de la cultura náhuatl.

Vivió el desarraigo al alejarse de su pueblo natal, lo que le causó una crisis de identidad que lo llevó a escribir poemas en náhuatl para encontrarse con su cultura, tradición y lengua.

Habla de la discriminación y marginación que enfrenta la literatura mexicana náhuatl, señala: No es fácil para un escritor indígena porque hay una tradición literaria en español de cinco siglos y hay una tradición literaria de nuestros pueblos originarios que quedó en los archivos.

Es miembro correspondiente por el estado de Veracruz de la Academia Mexicana de la Lengua y profesor del programa México Nacional Multicultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Hace unos días el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) le rindió un homenaje en el que participaron nuestro colega de estas páginas, Víctor Toledo y Miguel León Portilla. Este último, en una conmovedora plática, señaló que cada lengua es una ventana para ver el mundo de una manera particular; por ello, cuando muere una la humanidad se empobrece.

Ambos destacaron las relevantes aportaciones que ha hecho Hernández, entre muchas otras, por encargo de la Comisión del Bicentenario; en 2008 tradujo la Constitución a la lengua náhuatl. Fundó la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, la Organización de Profesionistas Indígenas Nahuas, fue presidente de la Alianza Nacional de Profesionistas Indígenas Bilingües y del Seminario de Análisis de Experiencias Indígenas. Actualmente es presidente de la Fundación Cultural Macuilxochitl.

Como tiene que ser, el festejo concluyó con un rico festín que se celebró en el restaurante El Cardenal, de la calle de Palma. Botaneamos con quesadillas de chilorio, siguió una sopa de verdolagas con pollo y de plato fuerte un filete con guacamole y nopalitos tiernos. El cierre: flan de la casa.