20 de abril de 2019     Número 139

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Niñez otomí: ser migrante,
ser indígena y sobrevivir en la ciudad

Alicia Vargas Ayala Directora del Centro Interdisciplinario para el Desarrollo Social (CIDES I.A.P)


La calle: el espacio donde se buscan los recursos económicos para la familia.

Este ejercicio pretende ofrecer elementos para entender el trabajo infantil de los niños indígenas otomíes que han llegado a la ciudad de México; de acercarnos a los modos de vida de las familias migrantes provenientes de Santiago Mixquititlán, municipio de Amealco en el estado de Querétaro; con el fin de asomarnos a la realidad de los niños y niñas indígenas migrantes que se encuentran viviendo en la Colonia Roma.

Los indígenas migrantes de la comunidad otomí trabajan en las calles realizando actividades de subsistencia; viven en condiciones de pobreza extrema y marginalidad.

Sus niveles de pobreza, marginación y exclusión se agravan por su condición de indígenas migrantes que viven en predios irregulares, sin servicios de saneamiento, en condiciones deplorables en las viviendas e insalubridad en general.

Como grupo enfrentan el desarraigo, la discriminación, la transculturización que tergiversa su identidad, la desintegración familiar, la pérdida de valores y principios éticos y del sentido de pertenencia e integridad humana.

Las principales áreas de trabajo infantil son la Zona Rosa, Coyoacán y Centro Histórico, consideradas riesgosas para los niños y adolescentes, ya que se presentan abusos por parte de automovilistas, pueden caer en las redes de narcotráfico, consumo de drogas, abuso sexual, accidentes, secuestro de infantes, entre otros.

Para los niños indígenas migrantes la calle representa un medio para obtener dinero, comida, relaciones afectivas, vestido, y a su paso por ésta, transforman el espacio público en un medio para establecer relaciones de intercambio y nuevos códigos de relación social para cubrir sus necesidades y estrechar vínculos con realidades ajenas a las de su medio original (un proceso de interculturalidad con la realidad urbana).

Estos niños no viven en la calle y mantienen un vínculo más o menos cercano con su familia, participan en la operación de estrategias familiares de sobrevivencia, son buscadores de recursos económicos.

La legislación sobre el trabajo infantil, los niveles educativos, la falta de capacitación, el desempleo y otras condiciones les impiden participar en actividades laborales formales de la economía citadina, solo tiene acceso a la economía informal, subterránea y marginal desempeñada en la vía pública (como limpiaparabrisas, actorcito, mendigo o vendedor).

La situación de calle se da cuando el niño, niña o adolescente inicia el proceso de transformación en la estructura de su vida y de modificación en su conducta, orientándose por las influencias del medio callejero. Cuando las familias salen a la calle a trabajar, buscan no solo comida y vestido sino afecto, aceptación y esperanza.


La vida en Ciudad de México: sin servicios básicos y en viviendas precarias e insalubres.

En este proceso de intercambio con la realidad urbana se van diluyendo las prácticas originales de la comunidad indígena. Un ejemplo:

La división sexual de los roles sociales es parte de la cosmovisión de esta comunidad. Así, las niñas deben ser criadas desde pequeñas para cumplir con su papel de futuras hijas, nueras y madres y los niños con su rol de buenos hijos, hombres y padres. Así que desde pequeños la formación está orientada a este fin. Esta estructura de crianza apegada a los valores, creencias, costumbres y tradiciones permite la autogeneración de la comunidad. Es destino de los integrantes de la colectividad casarse con una persona de la misma etnia y mantenerse apegados a la familia y la etnia.

En el marco de la migración a la ciudad esta estructura cultural sufre por los códigos culturales más abiertos y casi diluidos de la vida urbana. Al intentar traducir sus valores a la vida urbana, toman matices casi violatorios de derechos de los integrantes de la comunidad. Por ejemplo, a los niños y niñas se les impide el acceso a la escolarización formal, se limita su capacidad de participación y pensamiento, se impide su libertad para elegir sobre su futuro y sobre el tipo de relación o pareja que deseen tener. Conjugando esta perspectiva de reproducción de la crianza, con la pobreza extrema que viven en la ciudad, la formación de los hijos con base en el trabajo resulta necesaria y redituable.

Es así como los niños entre los 11 y los 14 años son impulsados por la propia comunidad para que inicien su vida de “grandes”, es decir, busquen pareja (robarse a la muchacha o irse con el novio) e iniciar su vida como padres.  Este destino ineludible contribuye a volver inaceptable el que los niños y niñas una vez que saben leer y escribir o alcanzan a terminar la primaria, continúen estudiando, ya que no es redituable y se vislumbra como un distractor o pérdida de tiempo del verdadero sentido que tiene su vida.

Conclusiones

Algunas conclusiones que nos sugiere el análisis de los niños y las niñas indígenas migrantes que trabajan en calle:

  • Pertenecen a familias marginales (en condiciones de pobreza extrema o miseria);  participan en la operación de estrategias familiares de sobrevivencia, en las cuales se insertan como buscadores de recursos económicos para la sobrevivencia del grupo familiar; en general son desatendidos los ámbitos que se refieren al cuidado y desarrollo personal, tales como la escolarización, la salud, la recreación, el deporte.

  • Las familias están en un proceso de empobrecimiento paulatino,  pertenecen al sector más desprotegido de la sociedad, han vivido una tendencia a la agudización de su condición de pobreza. Las familias han tenido que diseñar mecanismos de sobrevivencia, encontrando en la calle un espacio propicio para ocuparse en actividades de subsistencia. Iniciando con ello un proceso de callejización cada vez  hace más prolongado, en el marco de un proceso de interculturalidad donde se debilitan los principios que le dan sentido a su identidad indígena.

  • El trabajo infantil callejero se inserta en el marco productivo y de reproducción cultural de la  propia comunidad. Esto significa una dialéctica entre sujeciones y condicionantes de los aspectos más macros y la posibilidad de una relativa libertad y capacidad de decisión y actuación en lo micro, lo particular, lo familiar y lo íntimo, personal e individual.

  • Al interior del grupo familiar, el trabajo infantil tiene una valoración importante, juega un papel de mucha importancia en lo que a ingresos se refiere.

  • La calle se manifiesta como un espacio de adaptación a la urbe, en la que se dan procesos de adaptación y aprendizaje, de intercambios culturales que se recrean para dar cabida a nuevas formas de expresión y de reconceptualización de la vida indígena en la ciudad. En términos de la representación laboral hay una connotación diferenciada. Por ejemplo, un crucero de automóviles es el lugar de trabajo,  de descanso, de esparcimiento, donde se comparte la comida familiar, entre otros usos y significados. 

  • El trabajo infantil en la calle se desarrolla en la esfera de la llamada economía informal.

En ese sentido, la problemática es de marginalidad y pobreza, de discriminación  social y opresión de clase, de injusticia y desigualdad social primero y después de la infancia.•

opiniones, comentarios y dudas a
[email protected]