La Jornada Semanal, 14 de mayo del 2000



Rosa Aurora Chávez

entrevista con Jorge Fernández Granados

El poeta goleador

Nuestro entrevistado es ganador del afamado Premio Aguascalientes de Poesía en su edición del año 2000. Este bien dotado premio ha sido honrado más por quienes lo han recibido que al revés. Recordamos a Pacheco, Lizalde y Gutiérrez Vega entre los de la generación de los treinta; Morábito, Coral Bracho, Deltoro, Milán (y, al menos, una ausencia notable: David Huerta), entre la de los cincuenta. Con Jorge Fernández Granados parece comenzar el recambio de voces, no diremos más frescas pero sí más jóvenes. Los hábitos de la ceniza, editado por Mortiz/Planeta, nos entrega a un poeta transparente e íntimo pero a la vez profundo y arquetípico. Rosa Aurora Chávez, psiquiatra de profesión y escritora por elección, nos entrega una afortunada viñeta del poeta y del hombre

El poeta y narrador Jorge Fernández Granados nació en la Ciudad de México en 1965. Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha publicado el libro de cuentos El cartógrafo y los libros de poesía La música de las esferas (1990), Resurrección (1995) -por el cual recibió el Premio Jaime Sabines- y El cristal (2000). El Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2000 le fue concedido por el libro Los hábitos de la ceniza.

Dónde se encuentra Xihualpa?

-Yo también la estoy buscando. Hay un lugar verdadero, Cuajimalpa, de donde son mis abuelos y donde yo pasé mi infancia. Actualmente se parece muy poco a lo que yo tenía en mente cuando escribí estos poemas. Llegué a la conclusión de que hablar de un lugar real era irreal porque ese lugar ya no existía, lo había construido con mis recuerdos sobre cierta época de mi vida.

-¿Crees que a través de la literatura o de cualquier expresión del arte se crea un mundo que viene a sustituir a éste o a darle significado?

-Si lo sustituyera sería peligroso -algo así como esquizofrenia, supongo-, pero darle sentido, sí. Encuentro en la literatura más bien una lectura del mundo y de la realidad. Creo que a través de ella uno profundiza en esa realidad, la ilumina. Es un proceso de conocimiento, un proceso además característico de la especie humana que consiste en poner en palabras las cosas. Las palabras entrañan un acto de materialización de la relación con las cosas, para lograr tenerlas más claras, más cerca, más presentes. Eso no es exactamente crear un mundo. Los grandes autores dan la impresión más bien de estar inmersos en ese mundo desde siempre, porque uno entra con ellos en un orden verbal que seduce, un tono, una atmósfera peculiares. No es que ellos hayan creado un mundo y que uno entre a ese mundo; ellos supieron ver con claridad y profundidad su realidad para hacerla tangible a tal grado que uno ingresa con intensidad a ella. En un proceso creativo la invención está muy relacionada con la comprensión.

-En Los hábitos de la ceniza hay puertas, llaves, ventanas, escaleras... ¿Es la poesía el medio para llegar a estas puertas? ¿Es la ventana en sí? ¿Es ese umbral?

-Cuando hablo de una puerta me refiero también a un cambio entre dos tiempos, el transcurrir de la infancia a la edad adulta, por ejemplo. Es un movimiento entre dos planos de la realidad. Hay una intención de buscar estos elementos personales, cotidianos, y darles una expansión hacia lo universal, hacerlos funcionar como símbolos de constantes humanas; por ejemplo, en el poema ``Los ojos'' hablo del acto de ver, de una mirada; en primera instancia podría pensarse que hablo de mis propios ojos o de la mirada de un ser querido, pero si se lee con cuidado esa mirada es más sutil, más antigua, más extensa; y si uno lee con más cuidado aún -aunque tal vez esté mal que yo lo diga-, puede estar hablando de la mirada de Dios. Esa era la intención de este libro: que hubiera varios planos de lectura: una de lo cotidiano, de lo inmediato, pero también otra más amplia, no sólo biográfica; una lectura que alcanzara a muchos.

-A partir de esa lectura, de esa mirada, ¿es posible traducir el lenguaje intrínseco de las cosas en la poesía?

-La poesía es el lenguaje intrínseco de las cosas. Un poema implica también poner en el mínimo espacio verbal el mayor significado posible. En general, la escritura es un intento de detener el tiempo. El poema que perdura es como una moneda en la vida o en el bolsillo de varios individuos; es decir, va teniendo un valor para muchos, va pasando de una mano a otra, de una persona a otra, y todos reconocen ahí un sentido. El poema se cumple cuando logra despertar en otro individuo el reflejo de un pensamiento perdurable. Es un acto de comunicación pero también de construcción de algo que, a grandes rasgos, solemos llamar espíritu.

-¿Cómo se inicia ese proceso en ti?

-En la lectura. Desde muy joven yo leía lo que estaba a mi alrededor, lo mismo periódicos que librosÉ Pero había ciertos libros que me asombraban. Había algo perturbador en ellos, donde la escritura, las palabras, tomaban un relieve que nunca había visto antes. Era la poesía. Encontré la poesía donde la encuentra cualquiera. Es como si uno estuviera en un universo de tela entre algodón, nylon, lana, y, de pronto, descubre la seda: una finura, una calidad que antes no se había imaginado.

-¿Y de dónde brota el hilo para tejer esta tela? ¿Del asombro?

-Si llevamos la metáfora tan lejos como para pensar que si es una tela está hecha de hilo, el hilo sería el pensamiento mismo. ¿Qué es pensamiento? Innumerables cosas: asombro, atención, belleza, recuerdo, conocimiento, intuición, interioridad, sueño.

-¿Cuál es tu estado de ánimo cuando te dispones a crear un poema?

-Ninguno. Empezando porque nunca me dispongo a crear un poema, eso es muy pedante y, además, nunca sale como suponemos. En algún momento caí en ese error de suponer que el poeta es un romántico al cual le cae el rayo divino de la inspiración. Uno tiene que quitarse la idea de que está haciendoÊun poema para poder hacer un buen poema. Los peores poemas son los poemas pretenciosos. Eso no funciona.

-¿Cuándo te percatas de que estás haciendo un poema?

-Cuando pasan los años y vuelvo a leer esas hojas y me siguen diciendo algo. Ahí sé que hay un poema, pero nunca cuando lo escribo ni antes de hacerlo. Para mí los poemas son como piedras que deben ser pulidas por el agua de un río que las va redondeando, les va quitando las aristas, todos los materiales débiles, y al final va dejando hermosas esferas.

-A lo largo de ese tiempo, ¿tienes distintas aproximaciones a tus propios poemas?

-Sí, y eso es lo más inquietante. ¿Quién es el que escribe el poema? ¿Quién es el que lo lee? Son sólo distintos momentos de un devenir de la conciencia. No somos idénticos nunca en ese devenir. Nos vamos transformando. Se podrían leer unos cuantos textos toda la vida y leer siempre distintos textos, porque lo que se está moviendo es el que lee. De esta manera, un solo libro -y casi todas las civilizaciones lo tienen- va a suscitar, a desencadenar en los distintos estadios de la conciencia de un individuo todas las lecturas posibles.

-¿Qué transformaciones observas en ti desde La música de las esferas, en Resurrección, El cristal, y ahora en Los hábitos de la ceniza?

-Apenas me reconozco desde el primero de mis libros hasta el más reciente. Cuando hablo de estas transformaciones hablo mucho de mi caso. En los primeros hay más entusiasmo y juego, quizá demasiada soberbia; en los recientes domina una voz más analítica y melancólica. Veo un trayecto que no se diferencia mucho del trayecto de la vida.

-¿Qué sucede después de haber hecho un poema?

-Si de veras es un poema, se experimenta una gran felicidad, porque lo que uno hace es volver visible algo invisible, poner en palabras tangibles algo que era un sentimiento, una sensación, un vago recuerdo. Es como cuando uno comprende por primera vez algo; esa sensación de ver algo que antes no se veía.

-¿Has notado algún elemento común en tu obra?

-Lo melancólico; lo analítico; un escepticismo cálido; la intimidad de ciertos asombros; ciertas imágenes: una ventana, la lluvia, un niño que mira la luz por la ventana, el fuego, huellas en la nieve, un bosque; también una voz que aparece en sueños y la presencia de la geometría: círculos, esferas, espirales. Me sorprende que estén dentro de mí en tanto imágenes. No tengo una explicación, sólo las veo, me seducen. Hay un juego que también es una constante en mi trabajo: desdoblamientos de personajes y de voces, el sueño y la vigilia, la luz y la sombra. Es como una especie de mundo especular donde cualquier elemento de este mundo tiene un reflejo, un correlato anterior y posterior, como si fuera un juego de coordenadas, de relaciones sutiles. De pronto esa voz que aparece dentro de un sueño se vuelve la voz que aparece dentro de un poema, pero a su vez ese poema es otra voz que hace que aparezca un nuevo poema. ¿De dónde viene la primera voz, la primera imagen? No lo sé. Es un diálogo, un flujo entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la posibilidad.

-¿Cómo participan tus propios sueños en la elaboración de tu obra?

-Me ayudan a emprender cosas, me dictan, me interrogan. Se me aparecen personajes en un sueño como se me aparecen personas en la vigilia. ¿Podemos suponer que somos sensatos si desechamos la tercera parte de nuestra vida, la cual pasamos dormidos? Para mí los sueños forman parteÊde una realidad tan evidente y tan importante como lo que llamamos ``real''.

-Y esa otra parte de la realidad, tu historia, ¿qué tanto impacto ha tenido en tu obra?

-No niego el asombro que me produce mi propio destino, sólo que no creo que sea demasiado peculiar. Cualquier historia, de cualquier persona, es extraña, es inquietante; sólo es cuestión de poner atención para encontrar los elementos con significado. ¿Cómo puede uno convertir en arte una experiencia destructiva o difícil? Allí hay un proceso humano asombroso. Somos seres capaces de transformar al dolor en sabiduría.

-En el capítulo ``Los círculos, el juego'' de Los hábitos de la ceniza, cada poema corresponde a la cara de un dado y uno puede armar el texto completo de diferentes maneras. ¿Cuál crees que es el papel del azar en la poesía?

-Creo que es inmenso, inimaginable, en la poesía, en la vida y en todo. No le tengo miedo a la palabra azar. La uso -al igual que las palabras ceniza, polvo o materia- como sinónimo de divinidad. Dios inventa los dados, juega con ellos y siempre nos gana. Por fortuna, el azar es siempre más inteligente que nosotros. ``Los círculos, el juego'' no es una propuesta -porque a estas alturas de la historia de la literatura me atrevería a decir que ya no hay propuestas, sino homenajes-: es un homenaje a la irrupción del azar dentro de la literatura, dentro de la lectura, en su forma más simple: la de un dado. También es un poema que abarca el tema mismo del azar, y cierta inquietud metafísica manifestada en la forma de un juego, que contiene guiños, por supuesto, a Mallarmé, al surrealismo, a las vanguardias, a Rayuela de Cortázar.

-Este elemento lúdico es también un elemento reiterado y fundamental en tus poemas.

-Espero que sí, porque siempre he considerado al juego como un nivel superior de civilización y al sentido del humor como uno de los rasgos más nobles de inteligencia.

-También está presente el homenaje a la música.

-Pienso que la música -y no soy el primero que lo dice- es el arte más cercano a los ángeles. Claro que los ángeles no existen. Sería, entonces, el arte más cercano a lo ideal, y me parece fascinante lo mucho que la poesía se acerca a la música y a la pintura, es decir, a la posible abstracción de la belleza. Entiendo aquí la posibilidad de comunicar la belleza sin necesidad de atravesar por el discurso. El poema ofrece un espacio donde se puede utilizar al lenguaje en el plano de su sonoridad, de su vibración y de su plasticidad o, lo que es lo mismo, en el plano de su materialidad, de su sensualidad.

-En Los hábitos de la ceniza hay versos con métrica muy estricta pero que, a la vez, tienen la sonoridad del verso libre. ¿Cómo se da esta relación entre métrica y libertad en el verso?

-La regularidad métrica de los versos es un viejo tema de los poetas. El hecho de vivir en una época donde ya no tenemos una predilección por lo viejo o lo nuevo per se, sino en la que lo viejo y lo nuevo se van uniendo en una sola dimensión en donde lo que importa es la eficacia, el resultado, nos permite tenerle menos miedo al uso de la regularidad, por ejemplo del soneto o de la octava.

-¿Crees que es fundamental el conocimiento de la métrica y de las formas tradicionales para poder hacer un buen verso libre?

-Sí, de la misma manera que un buen pintor abstracto debe ser capaz de resolver la forma. Uno se pone a descomponer la realidad cuando la tiene trazada, y no al revés. Así, en poesía, en la medida en que uno conoce sus herramientas puede distorsionarlas y transformarlas.

-¿Qué autor ha influido de manera determinante en tu obra?

-José Lezama Lima, porque abrió un enigma en la literatura hispanoamericana al utilizar el lenguaje de una manera libérrima y exquisita.

-¿A través de tu palabra buscas alguna ruptura en el lenguaje, que lleve a una visión distinta de las cosas?

-Busco hacer de mi palabra una herramienta de transparencia en la que pueda resolverse mi propio ámbito temático; no busco oscurecer el lenguaje para crear un estilo, sino que busco transparentarlo para que no sea un obstáculo entre mi alma y el papel. Si eso deriva en un estilo ya no será asunto mío, yo sólo quise utilizarlo de la manera más humilde y más precisa.

-De todo lo que has hecho hasta ahora, ¿de qué te sientes más orgulloso?

-De haber metido un gol sin quererlo cuando tenía siete años. Cerré los ojos y golpeé la pelota lo más fuerte que pude, con todo mi corazón, y para mi sorpresa cruzó toda la cancha. Fue el gol que ganó el partido del campeonato y yo nunca supe ni cómo lo hice, sólo supe que puse mi corazón en esa patada y que metí aquel gol.

-¿De qué manera crees que repercute el reconocimiento social, por ejemplo los premios, sobre la obra del autor?

-Bueno, por principio no debe deformarla. Los premios y los reconocimientos y todas estas cosas son buenas, son útiles, pero son como las sirenas que le cantan a Ulises. Uno debe saber taparse los oídos para no desviar el camino de su barco.

-¿Qué le dirías a un joven poeta?

-Que meta goles. Pero a ver, poeta de qué edad ¿dos, tres años, o más grande? Debe ser joven en verdad para que le sirva el consejo; después de los veinte ya todo es decadencia. Quizá le diría que no haga caso de los consejos, y menos de los consejos de los poetas.